10 de mayo, 1970.
Era un domingo por la tarde, Micaela estaba en su cama haciendo su tarea. Era la última materia que le faltaba para entregar a su profesor y ella se sentía muy feliz, y orgullosa porque por fin, se iba a liberar de esas horribles materias. Micaela estaba sola en su casa, sus padres se fueron y no dijeron a dónde.
Pero ella no se sentía bien.
El viernes, María no fue al colegio y eso les preocupó sus amigas.
Por fin, Camila y Micaela se conocieron, se llevaron bien y se sentaron juntas.
Micaela estaba tan en su mundo que no escuchó que alguien estaba tocando la puerta de su casa.
Fue a abrir la puerta y se encontró con María.
Ella no podía creer que su amiga esté en frente de ella... Se veía cansada, con ojeras y también, sus ojos estaban rojos por tanto llorar.
—¿Mari? —preguntó— Mari, ¿qué te pasó?
Por una parte, María se sentía horrible, le dolía la cabeza por tanto llorar, no podía dormir, no quería comer y ni siquiera pudo hacer la tarea que tenía que hacer para mañana.
Pelear con su madre por la situación de la casa, la situación de su hermano y de su padre era realmente muy cansador.
María se cansó de estar parada y se tiró encima de su amiga, solo quería estar apoyada sobre algo o alguien.
—Mimi, no me siento bien —dijo, abrazando por la cintura y escondiendo su cara en el cuello de su compañera—. Estoy cansada de esto, quiero llorar mucho, pero tengo miedo a que me juzguen y que me digan que soy una maldita débil, y fracasada.
Micaela no sabía qué pensar, no sabía cómo consolar a su amiga que estaba llorando como una bebé que necesita a su mamá.
—Mari, mira —dijo, se separó de ella y le agarró las manos—, mejor entremos a casa y me explicas todo lo que te pasó.
La otra chica solo asintió e hizo caso.
Las dos chicas estaban en el comedor comiendo unas galletas que Micaela tenía guardadas para que su mamá no las vea.
María no podía comer las galletas, cada vez que intentaba comer una, se detenía a pensar en la situación que estaba y comenzaba a llorar, sin poder explicarle a Micaela lo sucedido.
—¿Te sientes mejor?
—Sí.
—¿Me puedes explicar lo que te sucedió?
—Es largo de explicar y es muy complicado —dijo, jugando con sus dedos.
—Tengo tiempo para escucharte —Micaela le dedicó una sonrisa para tranquilizarla un poco—. Comienza.
—Bueno... —María sacó otra galleta de la bolsa— Cuando tenía dos años, mi papá engañó a mi mamá con otra mujer —dijo y luego mordió un pedazo galleta—. Esa mujer quedó embarazada de mi hermano.
—Qué triste —dijo Micaela.
—Cuando la señora Bustamante estaba por parir a mi hermano, tuvo algunas complicaciones —Comió lo que quedaba de la galleta—. La señora murió, y mi padre en ningún momento estuvo en el parto. La única que estuvo fue mi mamá porque ella quería apoyar a esa mujer.
Micaela no podía creer en todo lo que estaba escuchando, parecía una telenovela.
—Mi mamá cuidó a mi hermano y a mí al mismo tiempo. Obligó a mi padre que le ponga su apellido a mi hermano y ella lo reconoció como su hijo —sacó otra galleta más de la bolsa y se comió un pedazo de esta—. Él se fue lejos, se fue con otra mujer y mi mamá nos cuidó a los dos.
—Lo siento mucho, Mari.
—Cuando era pequeña pensaba que mi hermano era hijo de mi mamá, pero mi papá me dijo que no, por ese motivo mis padres se separaron —María volvió a hacer la misma acción de antes en comer lo que quedaba de la galleta—. Tenía diez años, culpaba a mi hermano de que mis padres se separaron, hasta casi lo tiro de las escaleras de mi casa... Pasé cuatro años, odiando a mi hermano, hasta que me di cuenta del daño que le hice.
—Pero si te arrepentiste... ¿Él te perdonó? —preguntó.
—Sí. Pero no puedo acercarme a él... No quiero verlo porque siento culpa y al mismo tiempo siento odio por él.
Una lágrima rodó por su mejilla, provocando a Micaela un nudo en su garganta.
—¿Por qué? ¿No amas a tu hermano?
—Lo amo, pero, siento que mi mamá ama más a mi hermano que a mí —María sollozó y se abrazó ella misma—. Ella lo prefiere más a él.
—María, creo que estás confundida —La miró fijamente, se sintió triste al ver como la chica se abrazaba tan fuerte—. Ella los ama a los dos, porque ella los crió a los dos. No debes odiar a tu hermano porque él no tiene la culpa de lo que hizo tu padre en el pasado.
—Lo sé, pero, no me siento lista para enfrentarlo —Por tercera vez, volvió a sacar otra galleta—. Hoy, intenté acercarme a él, pero... es demasiado para mí, él es demasiado cariñoso conmigo y eso no me gusta.
—¿Qué edad tiene? —preguntó Micaela.
—Faltan dos meses para que cumpla 16 años... —Volvió con el mismo procedimiento de las galletas— Solo que es demasiado alto. Mide 1,79, ese tonto.
—Eres una enana —dijo Micaela, sonriendo y aguantandose la risa.
—Mido 1,55... ¿Vos cuánto medís?
—Mido 1,62.
—Igual, seguís siendo una enana, igual que yo —dijo y volvió a sacar otra galleta más.
—María... —la llamó por su nombre— Creo que deberíamos dejar de comer más galletas. Podemos engordar y no queremos eso, ¿no?
—No me preocupo por eso —dijo y se comió la galleta completa—. Aún soy joven y ni siquiera he cumplido los veinte años.
—Tienes razón, pero nos puede hacer mal el estómago —Micaela tocó su estómago—. No quiero faltar mañana al colegio por un dolor que tal vez no se me pase por cuatro horas.
—Bueno, ya no comamos más galletas. Tu cuarto es muy lindo, es más lindo que el mío —mencionó.
—Gracias.
Las dos chicas estaban sentadas en la cama. María miraba como Micaela hacía su tarea.
—Te prestaré mi tarea y mañana me la devuelves—dijo Micaela.
—Después, te lo pagaré cuando tenga plata.
Micaela pensó en lo que iba a decir, ya que no quería el dinero de María.
—No quiero tu dinero —dijo y miró a los ojos a María—. Quiero otra cosa.