—Abuela... ¿Cómo lo sabes? —preguntó con miedo a la respuesta de su abuela.
—Eso no importa —agarró la mano de Camila que estaba sobre la mesa—. Lo importante es que yo lo sé y tus padres también.
Micaela y María dieron un grito al ver como su amiga se desmayó y la señora negó con la cabeza.
—Por favor, Mica, ¿podés ayudarme a llevarla a mi habitación? Creo que mucho estrés acumulado le hizo mal, más con este golpe que le di.
—Sí, señora... —tartamudeó y se agachó para agarrar a su amiga de la cintura.
Agarró el brazo de su amiga y se lo puso en su cuello.
Doña Altagracia le indicó dónde estaba su habitación.
Micaela llevó a Camila a la habitación y la tiró en su cama.
—Toma —La señora le pasó un algodón con alcohol—. Con esto va a despertar.
Micaela agarró el algodón húmedo y lo pasó por debajo de la nariz de Camila. Suspiró con alivio al ver que la chica estaba despertando.
—¡Cami! —exclamó con entusiasmo María, que no dejaba de llorar desde que su amiga se desmayó.
—¿Qué pasó? —preguntó con confusión, cuando su vista ya volvió a su normalidad se asustó por la escena que estaba viendo— ¿Qué tienen? Parecen que les arroyó una camioneta, ¡qué sé yo!
Camila estaba tan asustada por las caras de sus amigas y la cara de su abuela. María tenía sus mejillas mojadas, Micaela estaba tratando de recuperar aire por la impresión que tuvo y su abuela tenía una cara de tristeza, pero en sus ojos se veía la preocupación.
Las tres chicas llevaron su atención a Doña Altagracia cuando ella hizo un ruido con su garganta y con voz firme le habló a su nieta.
—Camila, tenemos que ir al hospital.
—¿Por qué, abuela? —preguntó, estaba muy confundida.
—Te desmayaste —Juntó sus manos—. Tengo miedo que ese desmayo te haya hecho daño y le haya hecho daño a tu bebé.
Camila entendió todo. Su abuela ya estaba enterada de su situación.
"Lo importante es que yo lo sé y tus padres también".
—¿Mis padres ya saben que estoy embarazada? —Comenzó a temblar.
Sus amigas se acercaron a ella para agarrar sus manos y darles un masaje a estas.
—Sí, Cami. Tus padres ya lo saben.
—¿Cómo?
—No te lo puedo decir yo, te lo tienen que decir ellos.
A Camila se le empezaron a caer las lágrimas que tanto intentó retener.
—Ya no hay necesidad de que les sigas mintiendo
—¿Me van a correr de la casa? —susurró con la cabeza agachada.
Micaela optó por abrazarla fuerte para que no se sienta mal, pero sabía que eso no iba a funcionar.
—Cami, dejá de llorar. Ya no vale la pena, lo hecho está hecho —Su abuela se sentó en la orilla de su cama para tocarle el hombro a su nieta—. Serás madre y tenés que ser valiente ante cualquier cosa, hasta con tus padres.
Doña Altagracia quería llorar por la forma como su nieta lloraba, Camila no podía pensar con claridad porque sentía la respiración de su padre en su cuello, pero ella sabía que esa respiración es de su amiga que desde un principio prometió apoyarla en su embarazo.
—No te lo voy a negar. Ellos están enojados por tu estado —Pasó su pulgar por la mejilla izquierda y así secar cualquier rastro de lágrimas—, pero me tenés a mí, Camila. ¡Tu abuela! La que te cuidó por muchos años mientras vos eras una bebé.
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Micaela y María salieron de la casa de Altagracia con mucha confusión y preocupación. Tenían miedo por la situación de la que estaba metida su amiga.
Se dirigieron a la plaza que estaba a cinco cuadras de su colegio y se fueron a sentar a un banco que estuviese cerca. Con mucho cansancio tiraron sus mochilas sobre el banco.
—¿Por qué no me lo dijeron? —preguntó María aún con los ojos rojos de tanto llorar— ¿Por qué no me dijiste lo que le estaba pasando a Camila?
—Mari, no te lo dije porque en ese momento tú y yo estábamos separadas, también, porque Camila y tú no se hablaban.
María no sabía qué decir, lo único que recordaba es el desmayo de su amiga.
—Cuando empecé a tener una amistad con Camila, ella pensaba que la odiabas y por esa razón, no quería saber nada de ti, tampoco quería saber nada de mí —Micaela no sabía por qué estaba llorando—. Un día, en clases vi a Camila con el labio partido y pensé en seguirla a la salida del colegio, pero... vi como su novio le quería golpear. Ella estaba en el piso rogándole que no se vaya porque se sentía sola. Una cosa nos llevó a la otra y ella se quedó a dormir en mi casa y así, nos hemos vuelto amigas.
—Mica... —Agarró su mano con temor a la respuesta de su amiga— ¿Besaste a Cami?
Micaela se sorprendió, no creyó que María dudara de ella.
Ella intentaba decirle que no, que no besó a Camila porque la consideraba una amiga, pero de su boca no podía salir ni una sola palabra.
—Entonces, es un sí. —María agarró su mochila con furia, se quería ir de ese lugar, y lo hizo, quería pensar con la cabeza fría.
—María, ¡espera! —También agarró su mochila y corrió, alcanzado a María.
Micaela agarró del brazo a María, deteniendo su caminata y haciendo que ella la mirase.
—¿Qué querés? —preguntó con frialdad y con enojo.
—No me he besado con Camila —Hizo una mueca de disgusto al imaginarse una escena así—. Es mi amiga y... a la única persona que me gusta besar es a ti.
Esa respuesta hizo que las mejillas de María se pusieran de un color extremadamente rojo, como un tomate.
—Entonces, vayamos a mi casa, Mimi.
—Mimi... Hace mucho que no me llamas por ese apodo.
María agachó la mirada hacia el piso, no quería sentir más vergüenza de lo que ya sentía.
—Bueno, vos ya sabés. Tenía mis motivos y quería alejarme de vos —dijo con mucha sinceridad y vergüenza al recordar el plan de alejarse de Micaela—. Además, no quería sentirme usada por vos.
—Lo que pasó en el baño, por favor, ¡olvídalo!
—Vamos a mi casa. Mi mamá está ahí y quiero que la conozcas.