—No lo hará, él se fue a no sé a dónde y me dejó pasar a tu casa —dijo con simpleza—. Bueno, ¿te puedo dar otro beso?
—Estás loca —dijo Micaela.
María estaba confundida por como la llamó la chica
—¿Qué haces aquí?
—Te vine a visitar, le mentí a tu padre con que vine a explicarte la tarea que nos dieron hoy. —Sentía que se olvidaba de algo— ¡Ah! Camila y yo queríamos invitarte ir al campo este sábado, irá su papá. Obviamente, yo ya le pedí permiso a tu padre y me dio una respuesta positiva.
Micaela estaba sorprendida porque su padre aceptó la invitación y se puso a pensar.
—Él aceptó, pero con la condición de que él irá conmigo solo para cuidarme porque irá un hombre — dijo.
—¡¿Qué?! ¡Eso es injusto! —María pensaba que sus planes fueron arruinados por el padre de su amada bella durmiente.
—Oye, ¿por qué quieres que vaya al campo contigo?
María se puso nerviosa al no saber qué responderle.
—Camila... —fue lo único que dijo, la chica contraria estaba confundida— Ella quiere pasar tiempo con nosotras porque dice que no quiere pasar sola en su embarazo.
—De acuerdo, mi papá irá conmigo. Tendré que preparar todo, aún tengo tiempo.
—Micaela... —fue lo único que dijo la chica para llamarle la atención— Te amo — dijo con rapidez y le robo un beso.
Micaela le regaló una sonrisa. Ya estaba acostumbrada a los labios de María y ella no se quedó atrás, con sus manos agarró la parte de atrás de la cabeza de María, uniendo así, sus labios con los labios de su amiga e hizo que cayera encima de ella en su cama.
María se separó por falta de aire y se avergonzó por la debilidad que tenía con la chica.
—Creo que ya fueron muchos besos por hoy —dijo María, tratando de ser coherente.
—Tú me pediste que te diera más besos, Mari.
—Mejor levántate de esta cama —dijo y se levantó de la cama.
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Sábado 20, de junio de 1970.
Camila, María y Micaela estaban emocionadas por el viaje que estaban por recorrer. Los dos hombres que las acompañaban se reían por la plática de mujeres que tenían.
Los hombres estaban hablando sobre política de sus países, mientras que las chicas estaban hablando sobre el embarazo de Camila.
—Yo digo que será una niña —dijo Micaela.
—Yo quiero que sea varón —dijo María, tocando el vientre de su amiga.
—¡Niñas! —gritó el padre de Camila mientras conducía su camioneta— ¡Dejen de chismear como si fueran unos pericos!
—¡Chicas, estamos hablando los adultos! —Esta vez gritó el padre de Micaela.
Las chicas se quedaron calladas, pero se aguantaban las ganas de reírse por los gritos de los hombres sobre la política.
Cuando llegaron por fin al campo, Micaela salió primero de la camioneta, seguida por María y Camila bajó con delicadeza de la camioneta.
Camila se acercó a María para poder hablar con ella.
—Mirá, yo voy a ir a la cocina con el papá de Mica y mi papá —susurró para que los dos hombres y la chica no las escucharan—. Los voy a distraer para que vos te lleves a Mica al río y le pidas que sean novias. —Sonrió, provocando timidez a su mejor amiga de toda la vida.
Camila dio la vuelta, avisando a los hombres que iba a cocinar. Los hombres seguían discutiendo y ella los iba empujando para entrar a la casa, y llegar a la cocina.
María se acercó a Micaela, tocó su hombro, llamando la atención de la chica quién le regaló una sonrisa.
María le encantaba la sonrisa de Micaela. Ella daría su vida para que su bella durmiente le regalase una sonrisa todos los días de su vida.
—Vayamos al río, Mimi —dijo María con mucha ilusión por la sorpresa que le daría.
—¿Por qué? —preguntó.
—Quiero darte una sorpresa, Mimi.
María agarró la mano de Micaela y la llevó arrastrando al río que sería testigo de su gran amor.
Pasaron quince minutos y Micaela ya estaba cansada de caminar, y se quejaba a casa rato.
—Mari, ¿ya llegamos? Estoy muy cansada de tanto caminar. —Sacó su mano de la mano de su acompañante.
—Ya estamos cerca, falta poco para llegar al río —dijo y le regaló una sonrisa, y le volvió a agarrar de la mano.
Micaela se volvió a quejar, pero no le quedaba de otra que seguirla.
María volvió a correr y arrastró a su compañera hasta llegar a las orillas del río.
Micaela le encantaba ver la corriente del río y María le encantaba ver como ella estaba feliz.
—Mimi...
Micaela giró su cabeza para ver a la chica.
—Quiero pedirte algo.
—Dime.
Se acercó a ella y agarró sus manos con delicadeza.
—Bueno... —Empezó a dudar sobre lo que iba a hacer cuando la cara de Micaela se puso roja— Creo que fue una mala idea traerte acá. El frío puso tus cachetes muy rojos.
—No es el frío, Mari —dijo y le dio un beso en la mejilla.
María sintió el frío de los labios de la chica y eso le encantó.
—Tú me sonrojas cada vez que te pones nerviosa.
—Mica... —Agarró un poco fuerte la mano de su amiga— ¿Puedo ser tu novia?
Micaela se sorprendió a la pregunta de María, no sabía qué responder. Estaba nerviosa.
María se estaba arrepintiendo cuando veía que Micaela no le iba a responder.
—No me respondas si querés, no te voy a obligar a nada —dijo e iba a hacer que la volviese a seguir para volver a la casa.
María iba a seguir el camino, pero Micaela le dio la vuelta y la besó.
Fue un beso tierno. María sentía las nubes, mientras que Micaela sentía que sus rodillas estaban temblando.
Las chicas se separaron y se abrazaron con un abrazo muy fuerte.
Sentían que ese era su momento para estar tranquilas.
Se separaron cuando escucharon el grito de un hombre que las llamaban.
Se giraron y vieron al padre de Camila, sorprendido porque lo que estaba viendo en ese momento.
—Señor... —susurró María.
—Chicas... —susurró el hombre, él no sabía que decir— La comida ya está lista.