Can't help falling in love

Capítulo 20.

—¿Ustedes son novias?

Eso las alarmó.

María se dio la vuelta para ver quién era la persona que les habían escuchado.

Micaela no se acordaba quien era ese muchacho.

María no sabía cómo explicarle a su amigo para que no diga nada sobre lo que escuchó.

—Mario... —susurró.

—María, decime la verdad, por favor —El chico se sentía mal—. Vos sabías muy bien sobre mis sentimientos por Micaela.

—Mario, escúchame, por fa... —fue interrumpida.

—¿Las cartas?

Micaela estaba confundida, si bien sabía que el chico sentía algo por ella, no sabía que le escribió cartas.

—Yo... Mario.

—¡María, decime, por favor! ¿Qué hiciste con las cartas que escribí para Micaela?

María se largó a llorar en silencio. Mario agarró la mano de su amiga, llamando su atención.

—Dejá de llorar —murmuró y secó las lágrimas que caían de sus ojos—. Más tarde voy a pasar por tu casa ¿sí?

La chica asintió y Mario se fue al aula que los tres compartían como compañeros.

—Mari... —la llamó— El profesor de música no vino. Así que... si quieres podemos hablar sobre ti y sobre mí.

—Nunca te engañé con ella. Ella solo es una amiga y es hermana de Mario.

Micaela se sentía mal por lo que había dicho antes de ser descubiertas por Mario.

—Además, ella tiene quince años, es una niña para mí.

María pasó por a lado de Micaela, se iba a ir otra vez al baño hasta que llegase el profesor de Biología.

Micaela no se quedó atrás y la siguió hasta el baño.

Cuando entró al baño, todos los baños estaban cerrados y no sabía dónde estaba escondida María.

—¿Maria? —la llamó.

No recibió respuesta.

—¿Mari?

—Ándate, Micaela.

Le dolió su rechazo, pero no se rindió y se acercó a la puerta.

—Mari, hoy voy a pasar por tu casa. Hablaremos con tranquilidad.

Eso fue lo último que escuchó María.

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15:00 pm.

Micaela estaba en frente de la puerta de la casa de María.

Tocó la puerta y se quedó esperando a que le abrieran.

Se abrió la puerta, mostrando al responsable. Era Nicolás. El chico estaba destruido.

—Hola, Nico — saludó.

—¿Venís a consolar a mi hermana?

—¿Pasó algo?

—¿Mi hermana no te lo contó?

Negó un poco sorprendida, pero al mismo tiempo asustada.

—¿Le pasó algo a María?

—No, no le pasó nada a mi hermana —Las lágrimas no se hicieron esperar y empezaron a salir—. Mi madre se intentó quitar la vida ayer, pero gracias a Dios, ahora ella está mejor. Aún no está en casa, pero esperamos que regrese.

—Dios mío —susurró—. ¿Puedo pasar a ver a María?

—Claro —Se hizo a un lado para que la chica pase a la casa—. Papá está devastado, no ha bajado a comer y en una hora tiene que ir a ver a mi mamá al hospital.

Micaela subió las escaleras corriendo, quería ver qué tan mal estaba María.

No le importó tocar la puerta de la habitación de su novia. Solamente la abrió.

Se sintió mal al ver a la chica acostada en su cama. Desde que salieron del colegio, no se había quitado el uniforme.

María ni siquiera se había molestado en ver quién había entrado a su habitación y eso le ponía triste a Micaela.

—Mari... —la llamó, pero ni con eso María le miró— Te vine a ver, amor.

María se dio la vuelta y Micaela se acercó a su cama.

—¿Qué haces acá? —preguntó con poco interés.

—Te dije que iba a venir para que habláramos —dijo y se metió en su cama porque estaba sintiendo el frío más fuerte—. Hace mucho frío, ¿por qué sigues con el uniforme de la escuela?

—No tengo ganas de sacármelo y tampoco tengo ganas de ver personas, Micaela.

—Tu hermano me contó sobre tu madre —murmuró Micaela—. No te preocupes, tu madre se recuperará y volverá con ustedes.

—Es un idiota. No debió contártelo sin mi permiso.

—Mari... —Le agarró su mano— No te vayas de mi lado.

—No lo haré... —susurró.

Micaela acercó sus labios a los labios de María para regalarle un tierno beso.

—Mario dijo que iba a venir a verte hoy. Tienes que cambiarte de ropa para verlo.

María sabía que su novia tenía toda la razón del mundo, pero no podía levantarse de su cama. No con la tristeza que estaba sintiendo.

—¡Venga! Yo te ayudo. —Trató de ayudarla como siempre, pero María no se dejó.

—¡Vamos, Mari! —Micaela suspiró con enojo, pero trataba de no tirar su enojo contra su novia— No eres la chica de la me enamoré en mi primer día de clases...

—Mi mamá sabe de lo nuestro, Micaela —Empezó a llorar—. Cuando volví del colegio, debajo de mi cama estaba la carta que te hice y estaba llena de sangre... ¡Yo tengo la culpa de que mi mamá se quiso matar!

—Mari... No te voy a dejar sola en esto. Te lo prometo.

María amaba mucho a Micaela, demasiado.

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Viernes 3 de julio, 1970.

07:50 am.

María no fue al colegio, no se sentía bien. Su menstruación se le bajó sin previo aviso.

Ella no estaba en su casa, estaba en la casa de su padre porque en ese mismo día su madre llegaba del hospital y no quería estar con ella por la vergüenza que estaba sintiendo.

Tenía que hablar con Micaela en ese mismo momento.

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13:25 pm.

Llegó a la casa de Micaela y esperó a que le abrieran la puerta.

La puerta fue abierta por la madre de Micaela.

—Señora Guadalupe... —María se sorprendió al ver el ojo morado e hinchado de la señora— ¿Qué le pasó?

—María, vete —susurró la señora—. Vete porque mi marido te quiere matar.

—¡¿Quién tocó la puerta, mujer?!

Se escuchó un ruido después del grito del hombre y luego el llanto de Micaela.

María quería entrar por Micaela, pero la madre no se lo permitió.

—Vete. —Volvió a susurrar y le empujó—. Yo lo arreglo.

La señora cerró la puerta, dejando a la chica en la calle sin que se le permitiera ver a Micaela.




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