Ahí iban de nuevo. Mis padres estaban discutiendo otra vez. Escuché sus gritos desde el piso de abajo mientras botaba la comida en la basura y dejaba el plato vacío en el fregadero, después de años, seguían creyendo que, si cerraban la puerta de su habitación con cerradura, yo no podría saber que ellos estaban discutiendo.
Ojalá ese método hubiera funcionado alguna vez, sinceramente, disimularlo así sería más sencillo porque, aunque fuera la misma situación de siempre, vivir en un hogar de tres donde dos de ellos se la pasaban peleando, no resultaba más que frustrante y deprimente; últimamente había notado que la cama de invitados amanecía desecha cada mañana, mi padre la utilizaba noche de por medio, pero a la mañana siguiente simulaban que nada había pasado, mientras desayunábamos los tres juntos en la cocina.
Eran demasiado tercos como para darse cuenta que necesitaban terapia —estaba más que claro que no se separarían—la necesidad de aparentar un matrimonio perfecto era mucho más imperiosa que sacar sus trapitos al aire frente a un terapeuta.
Y aunque sonara muy malévolo de mi parte, me alegraba de no tener que preocuparme por vivir algo como lo suyo a futuro. Yo nunca pasaría por una situación así; primero que nada, porque no era tan terca—me esforzaba por ser una novia comprensiva— y segundo porque justamente tenía al chico más evade discusiones y peleas posible saliendo conmigo, por algo él se había forjado una de las mejores reputaciones dentro del instituto, era una de las personas más relajadas y carismáticas que conocía, tanto es así que una fiesta de iniciación no sería lo mismo sin que Maxwell Ryder asistiera.
Me gustaría pensar que una fiesta de ese tipo tampoco sería igual de buena sin mí, pero para ser sincera, las fiestas no eran del todo lo mío. A mí me gustaba más resaltar dentro de otros ámbitos, más que nada los que estuviesen relacionados a mi buen desempeño en el cuadro de honor o en el comité estudiantil. Es justamente por este último que la fiesta de esa noche era importante para mí.
A principio del año pasado entré al comité, más que nada porque mi madre me insistió en que lo hiciera dado que sumaría puntos en la solicitud para la universidad. Me consideraba una persona sociable y carismática, así que no se me hizo mucho esfuerzo encajar bien en ese círculo. Enseguida me admitieron para preparar los bailes y organizar los eventos del KMH y mi madre me felicitó cuando a finales del año pasado, gané las elecciones estudiantiles para la presidencia del siguiente.
No iba a negar que se me encogía el estómago con solo pensar en la responsabilidad que iba a cargar sobre los hombros esos meses siguientes. Pero sabía que el esfuerzo daría sus frutos cuando ingresara a la mejor universidad de música y lograra mi sueño de triunfar como productora.
La música había sido mi vocación desde pequeña, por eso mismo, apenas cumplí trece años les pedí a mis padres que me anotaran en clases artísticas; un año después, estaba haciendo la prueba de ingreso al KMH, el instituto con el edificio de artes más importante de mi ciudad. Entrar allí no era fácil, requería de mucho esfuerzo y talento. Pero era consciente de que el talento y el esfuerzo no eran suficiente para un campo tan competitivo, así que era primordial que aprovechase ese último año para hacer todo de la manera más infalible posible.
Y como era perfeccionista, había creado mi propia lista de puntos a seguir para que el año prosperase sin obstrucciones:
1. Asegurarme una plaza de excelencia para la universidad. (estudiar, estudiar, estudiar)
2. Organizar el mejor baile de graduación e ir con Max.
3. Mantener mi buena reputación a tope.
4. Viajar con mis amigas en el verano luego de terminar el ciclo escolar.
5. Finalmente, perder la virginidad. (Es abrumante que todo el mundo piense que ya lo había hecho con Max)
No obstante, para cumplir a la perfección el punto 4 de mi lista, tener buenos contactos dentro de la escuela era importante. Y justamente por esos contactos es que rebobinábamos al tema de la fiesta.
Hacía quince minutos que Maxwell me había enviado un mensaje al salir para venir a recogerme, ahora que el reloj marcaba las 21:30, ya debería estar bajando las escaleras para el encuentro.
Salí de la cocina y me miré en el espejo del corredor. Me veía bonita; mi pelo rubio estaba recogido en una trenza francesa y el maquillaje hacía que mis ojos celestes destacasen un poco más que de costumbre. De apariencia me daba un nueve, y si no fuera porque mis brazos se veían anchos en esa blusa, sería un 10. Pero ya no había tiempo para cambiarme, más que nada porque no tenía ganas de subir otra vez a mi habitación y pasar por delante de la puerta de mis padres.
Me dije a mí misma que nadie notaría la imperfección de la prenda y agradecí mentalmente la bocina del claxon porque evitó de esa forma que mis pensamientos negativos siguieran inundando mí cabeza.
Agarré las llaves que dejé sobre la mesada y me cercioré de llevar el teléfono dentro de la cartera.
Quien iba a decir que sería ese mismo teléfono, el causante de que todos mis planes se estropearan y que, en efecto, mi año perfecto se disolviera.
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Holaaa, personitaaaas.
Primero que nada, una leve presentación; mi nombre es Briss, soy escritora de Wattpad y estoy mudando mis historias a esta nueva plataforma.