Cantame cien veces

2| Teléfono móvil

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El claxon sonó por segunda vez justo al momento que cerré la puerta desde fuera.

Eso me hacía comprender que, a pesar de todos estos meses, Maxwell todavía no entendía que no era de esas personas que iban puntuales por la vida.

Para ser sincera, podría garantizar ser de esas que mientras más tarde se le hacía, más vueltas se ponía a dar por los pasillos. Eso también formaba parte de la herencia maternal, pero a pesar de la similitud, a mi madre no le afectaba tanto como a mí. Decía que cinco minutos de retraso eran ideales para hacer una buena entrada, que mientras más te tardaras, más atención te prestarían cuando aparecieras, y que, si sabías jugar bien las cartas, con una sonrisa bonita y una coqueta disculpa, los tenías a todos comiendo de la palma.

Por lo tanto, siguiendo al pie de la letra su consejo, esbocé una de mis mejores sonrisas apenas inmiscuirme al auto.

—Vaya, estás impresionarte. —saludó sin preocuparse.

—Tú no te quedas atrás— Cerré la puerta luego de un beso—¿Has esperado mucho?

—No más que de costumbre.

Su sonrisa no se hizo esperar y eso me dejó ver que estaba de buen humor, lo miré mal, levemente ofendida y eso solo hizo que riera más fuerte.

—¿Cómo te van las cosas con el equipo? —cedí con mi molestia, me abroché el cinturón y esperé a que el auto se encendiera. —¿Ashton y Alexis se adaptaron bien?

—Son los mejores centrocampistas que pude encontrar. —admitió a medida que visualicé como nos alejábamos de la avenida. —Es fundamental que este año nos vaya bien, las pruebas para la universidad están a la vuelta de la esquina.

Aunque lo dijera con una sonrisa, no pasaba desapercibida la preocupación en su voz. Max al igual que yo, había entrado al KMH con una plaza de artista, pero el año pasado había decidido que el arte y el deporte, aunque congeniasen bien en su vida, no podrían sobresalir de igual forma al elegir una futura profesión, meses después, resultó que la pasión sobre el lacrosse venció su amor por la música, pero el KMH le impidió cambiarse de edificio, si lo hacía perdería la beca, y por eso todavía compartíamos las mismas asignaturas, aunque ya no los mismos intereses.

—De seguro irá bien, solo tienes que tener fe en ello.

—¿Y qué tal tú?

—Tengo la meta de conocer a todos los estudiantes nuevo de este año, ojalá que a todos ellos les haya llegado la invitación.

—Yo hice correr la voz de la fiesta en los vestidores. Así que supongo que habrá muchos invitados—bajó un poco el volumen de la radio, lo agradecí de sobremanera porque no soportaba el indie rock.

—Espero que así sea. No me gustaría empezar el año con un fiasco.

—No lo creo —encogió los hombros apenas—. Será el mejor año porque lo disfrutaremos juntos.

Por el rabillo del ojo vi cómo se le plasmó una sonrisa en la cara. Era inevitable hacer contacto con su mirada y que no se me formara una idéntica en la mía.

—Pero no te olvides de aprobar las clases —advertí —No vaya a ser que no pueda verte durante todo otro verano porque has tenido que ir a clases de acreditación.

Entornó los ojos como respuesta y reprochó algo por lo bajo que fui incapaz de oír.

—Te prometo que me esforzaré con las notas —manifestó después de que yo cambiara a una estación de radio mucho menos rockera.

Me sentiría como en un cuento de hadas si pudiera entrar al mundo universitario junto con él. Todo el mundo tenía consciencia que los años de universidad eran los más importantes; definías tu carrera, iniciabas tu independencia, conocías a los amigos que te acompañaran por el resto de tu vida y si tenías suerte, también te topabas con tu alma gemela.

—Más te vale que lo hagas —regañé—. De otra forma, te seguiré a todos lados y no me apararé de ti hasta que te pongas las pilas y apruebe los exámenes. Es más, me encerraré contigo y no te dejaré salir de tu cuarto hasta que sueñes con las fórmulas de Pitágoras—bromeé. Y miré por la ventana para darme cuenta que ya estábamos a unas pocas cuadras.

—¿Encerrarte conmigo en mi cuarto? —repitió relamiéndose los labios —Dudo que vayamos a estudiar algo.

—¡Max! —lo rezongué boquiabierta.

Era un malpensado cuando se lo proponía. Intenté volver a propinarle otro golpe de mi parte, pero su mano se apartó de la caja de cambios para acariciar mi pierna y hacerme cosquillas en la rodilla.

—¡Para, ya! —me reí con fuerza—No vaya a ser que estrellemos contra un árbol.

—No seas exagerada.

—Lo dice el que ya chocó una vez contra un poste de luz.

—¡Apenas había sacado la libreta!

Sus palabras no me sirvieron de consuelo, pero dejamos de jugar de mano para que se concentrara en conducir. Cuando empecé a ver los coches aparcados y a reconocer el barrio, tomé mi celular para llamar a mi mejor amiga.

—Le voy a avisar a Brenda que ya estamos a una cuadra. —avisé.

A los pocos minutos estábamos casi aparcando, no me sorprendió ver tantos coches en la acera y muchos otros intentando aparcar, el rumor de la fiesta se había esparcido como pólvora y el pecho se me inflaba en respuesta.

—Mira, allá hay un espacio—le señalé al único hueco que visualizaba para estacionar.

Su mano derecha todavía permanecía en mi rodilla y sus dedos rozaban con descaro los roces de mi falda. Un auto delante del suyo nos impidió avanzar y eso hizo que echara un resoplido.

—A mí no me molesta esperar—admitió, tirando de los flecos de esta.

—Eso depende. ¿Le vas a decir tú por qué llegamos tarde a nuestros amigos? —le quité la mano sin disimular.

—Siempre podemos usar la excusa de que eres impuntual.

Acercó su cara a la mía para plantarme un beso.

—Eso no es justo—me alejé produciéndole una mueca —. Y ahora la vista al frente, todavía falta estacionar.

Un puchero se formó en sus labios y deslizó su dedo en línea recta desde mi muslo hasta mi rodilla.

—Eres mala.




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