Cantame cien veces

7|Tu única tarea es no estorbar.

Ojalá no existiera gente tan buena expresando sus emociones.

No dudo que la vida se les haría más fácil porque podrían evitarse varios inconvenientes. Entre ellos, el hecho de no poder disimular que tan mal les cae alguien, o que tanto les molesta una noticia o les desagrada una idea.

Yo afortunadamente no era de esa clase de personas, podía disimular bien, pero mi compañero de asiento parecía sí serlo, pues me observaba con las mayores intenciones de tirarme del asiento para decir que el escritorio estaba vacío.

El barco se había comenzado a hundir y ni siquiera estábamos cerca de abordarlo. Este dueto no funcionaría, él lo sabía tanto como yo, así que ninguno de los dos perdió el tiempo en alzar la mano para llamar a la profesora Bett.

Esta caminó hacia nosotros y antes de que él se delantera, fui la primera en hacer el reclamo:

—¿Hay posibilidad de cambio? —supliqué—Usted sabe que haría un trabajo mejor con Maxwell o alguna de mis amigas.

Intenté sonar lo más educada posible, si lo hacía, supuse que su alma caritativa entendería.

—Nos sentamos juntos por error, ni siquiera nos conocemos. —añadí —Sería una injusticia para nosotros puesto que todos los demás se sentaron con sus amigos. — Muy distinto a lo que creí, lo que obtuve por parte de ella fue una risa.

Su mirada pasó de mis ojos a mi compañero.

—Si me hace trabajar con ella, terminaré escupiendo brillantina—segundó él.

—No estoy pintada —protesté molesta.

—Sería genial si lo estuvieras. —contestó sin remordimiento.

—Eres el estudiante nuevo, ¿cierto? —interrumpió la profesora Bett antes de que contratacara otra respuesta.

—Y no conozco a nadie —asintió— solo a mi mejor amiga y me sería mejor trabajar con ella—continuó buscando convencerla.

Confirmé que mi primera teoría de que eran pareja era incorrecta.

—Pero ella no vino.

—Está enferma.

—Entonces me temo que tendrá que hacer equipo con el otro estudiante que faltó. —se disculpó.

Dejé de pensar en otras diferentes excusas al darme cuenta de lo que eso significaba. Desvié la mirada por encima de su cabeza y el cuerpo se me tensó entero cuando verifiqué que efectivamente, el único que faltaba era Maxwell.

No. Eso sí que no.

—Por favor, haga una excepción—insistí.

—Si les soy sincera no me parece una buena idea. —replicó — Estoy segura que podrán beneficiarse mutuamente. —giró un poco el torso para dirigirse a mi compañero— Yo vi tu prueba de ingreso, eres un excelente pianista. Y tú—me miró a mi esta vez—Eres la alumna más talentosa de mi clase, tu voz es preciosa y sé podrían hacer buen equipo.

Eso pareció suficiente para decidir no darnos tiempo a refutar algo más. El timbre sonó y ella se marchó. Yo me quedé unos segundos procesando que quizá no era tanto el ojito derecho de mi profesora preferida. Eso me molestó un poco, no había mejor alumna en esta clase que yo. ¡Ella lo había admitido! ¿Por qué entonces me hacía esto?

Cuando me di cuenta, estaba sentada sola en la mesa. Hayden se había ido en tiempo récord.

Ahora solamente rogaba que nuestro barco tuviera remos. De no tenerlos el Titanic podría comenzar a tenernos envidia, pues romperíamos el récord del hundimiento más rápido en la historia de la existencia.

Volví a casa caminando para desquitar las calorías del almuerzo, para cuando pisé los escalones de la entrada, ya eran pasadas las siete y media. Me había quedado hasta tarde en la escuela ayudando a reclutar a las nuevas integrantes del equipo de baile. Y desde el KMH hasta mi hogar, eran al menos cuarenta minutos de caminata.

Me percaté del auto de mis padres en la cochera, entré y no sentí el olor a comida habitual, así que di por hecho que Susan ya había terminado sus horas de trabajo y había dejado la cena en algún sitio. Mi madre seguramente la recalentaría dentro de unas horas y estaba cruzando la sala de estar cuando me la encontré bajando por las escaleras.

—Buenas, cariño —me saludó al percatarse de mi presencia.

—¿Cómo estuvo el día, mamá? —subí un escalón para plantarle un beso en la mejilla.

—Mucho mejor de lo que podrías creer, vendí dos casas más—exclamó contenta. Y fue como si el iris azul de sus ojos brillara más por la noticia.

Mi madre era analista en markenting y trabajaba con mi padre en la agencia inmobiliaria familiar. Era una empresaria excelente y lo había sido desde sus inicios, la prensa televisiva la había entrevistado un par de veces y hacía poco se le había presentado la oportunidad de escribir un libro. Era un poco famosilla en la ciudad, más que nada por sus discursos feministas sobre la brecha laboral entre hombres y mujeres, y porque había escalado desde el escalón más bajo de la empresa, sirviendo café, hasta volverse una más entre los cabecillas de la empresa. Luego conoció a mi padre —que ya había nacido en cuna de oro por ser el nieto del fundador— y los obligaron a trabajar juntos, el resto supongo que fue amor.

—Me alegro por ti. ¿Y mi padre? —cambié de tema, cosa que no le agradó demasiado. Ella también tenía ese tipo de rostro que expresaba todo con una mirada.

—Seguramente en la oficina. Hace rato que no sale, pero yo ya me cansé de insistirle. No soy quién para andar rogando, a ver si tú lo convences de salir y pasar un rato en familia. —rechistó con los brazos cruzados.

"Pasar un rato en familia" A veces me preguntaba si esa frase no le resultaba irónica saliendo de sus labios. Primero el éxito, luego los intereses secundarios, me decía. Supongo también que la familia era parte del segundo.

—Que, para variar, a veces se olvida que tiene una— protestó después. Prefería que continuase haciéndolo conmigo en vez de con él. Al menos de esa forma, evitaba otra discusión.

—Después de bañarme, iré a ver en que anda—tranquilicé. Aunque su resoplido me hacía ver que eso mucho no le importaba. —Por cierto, iniciamos una competencia en el KMH.




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