Cantame cien veces

8| Una propuesta para calmar las aguas.

Para mi desconcierto, los días siguientes fueron como si mi sueño de que mi compañero de dueto hubiera desaparecido, se hubiese hecho realidad.

Al correr de la semana, no me crucé con él ni con su ¿amiga? ¿hermana? —probablemente lo primero, porque no tenían ningún tipo de parecido y ya había comprobado que tenían apellidos diferentes. —Fue como si se hubiesen esfumado. Tanto así, que para el miércoles me había debatido sobre preguntar en dirección si se habían mudado de nuevo o ido del KMH, pero me abstuve de hacerlo porque ese no era mi asunto, y porque, además, resultaría ventajoso para mí si ambos desaparecieran, puesto que, a falta de ambos compañeros, podría tocarme unirme a la competencia con Maxwell. Y así todo resultaría mucho mejor.

Y con esa fantasiosa idea en mente, entré a mi clase de biología, donde en el escritorio de siempre, encontré a mi novio.

—Temprano como prometí —señaló cuando llegué a su lado. Dejé el bolso en el suelo y ocupé la silla.

—Como debería ser—corregí, ganándome una mala mirada por su parte —Pero igual me tienes orgullosa.

Asintió y esbocé una sonrisa pequeña.

—No te lo mencioné, pero se adelantaron las pruebas para los nuevos jugadores.

—¿Ah sí?

Fue su tueno de copiar mi gesto.

—Dentro de muy poco vamos a tener el primer partido de la temporada. Me preguntaba si el equipo de baile iba a estar ya preparado —Indagó, curioseando por arriba mis deberes de biología.

No era la capitana del equipo, ese rol lo tenía mi mejor amiga que llevaba el ritmo en las venas. Yo más bien era una de las integrantes a la que se le daba bien seguir a su compañera de enfrente. Me gustaba bailar, claro. Era un deporte divertido y que me ayudaba a mantenerme en forma, pero, para ser sincera, el ejercicio nunca fue mi mejor amigo, tuve suerte de haberle encontrado gusto al grupo de baile y haber adelgazado todos esos kilos extras que tenía de más pequeña.

—Esperemos que sí. —respondí, viendo a la profesora entrar a la clase. —Por cierto, ¿qué tan deprimente es tener que compartir dueto con la chica que chocó tu coche?

Me reconfortaba un poco saber que no era solo yo la desafortunada en tener un mal compañero de equipo. El hecho de que le hubiera pagado una parte de los gastos no implicaba que el problema se hubiera solucionado, había otro monto que debía de salir de su propio bolsillo, y aunque fuera muy esquiva con ese tema, el dinero no le sobraba a Max.

Aunque eso no negaba que hubiera otra parte de mí la cual odiara de sobremanera que él estuviera obligado a pasar tiempo con ella, la misma chica que había atrapado hablando mal de mi a mis espaldas y que además, con o sin motivos concretos, por alguna razón me daba muy mala espina.

—Estamos intentando llevar las cosas bien. A ninguno le conviene llevarse mal con el otro —musitó y eso me hizo volver a prestar atención a sus palabras.

—¿Ya son amigos? —cuestioné, echándole un breve reojo, pero sin dejar de observar el pizarrón que la profesora había llenado de horribles fórmulas.

—Hacemos el intento —explicó. Y titubeó un poco antes de seguir —Me dijo que su amigo y tú no se llevan bien, y que por alguna razón, tenía la sensación de no agradarte tampoco.

Amigos. Deseché mi última teoría de que fueran primos o familia del alma.

—Me trató de estúpida, luego de mentirosa y también tuvo la desfachatez de aceptar ser mi compañero equipo cuando cantar ni siquiera se le da bien —me quejé. —No tiene razones para caerme bien.

Me reprochó con una mirada.

—Pues deberían intentar mejorar las cosas, a mí me gustaría ir contigo a ese viaje y para eso tenemos que ganar la competencia—Me confesó. Y tenía razón, muy a mi pesar de querer negarlo, esa idea provisional de dividir la tarea no tenía ni pies ni cabeza.

—Solo por ti es que le voy a tener un poco más de paciencia —acepté. No tan segura de si en realidad me iba a esforzar por cumplir esa promesa.

—Creo que tengo una idea para calmar las aguas—dijo al cabo de unos minutos, cuando los dos terminamos de copiar el pizarrón.

—¿Qué tienes en mente?

—Kate me comentó que quería ir a conocer el parque de diversiones de Pittsburgh, a ti te encanta ese parque, y seguramente su amigo irá con ella—comenzó. Estaba intentando entender dónde quería llegar—Podrías venir conmigo, pasamos un rato juntos y de paso afianzamos la cosa con ellos.

—Sabes que tengo que cuidar de mi prima en las tardes. No tengo tiempo —me excusé.

—Los fines de semana los tienes libres. Hazlo por mí. —suplicó. Me miró y esos ojos verdes podían conmigo más de lo que me gustaría admitir.

—Solo prométeme que no te vas a amigar demasiado con ella. —Pedí.

—¿Y a eso que se debe?

—Me da celos—admití. No me gustaba nada esa nueva faceta mía de novia celosa, siempre traía problemas y discusiones. Me había prometido no cometer los mismos errores que mis padres, y por eso mismo los celos no podían estar permitidos entre nosotros.

Muy contrario a lo que pensé, él no se enfadó por mi confesión. Se me quedó mirando con una sonrisa boba en la cara.

—¿Qué me miras tanto? —musité.

—Lo mucho que me pone que te pongas celosa—contesté con descaro, dejándome roja. —Eres preciosa.

Y el comentario me hizo sonreír a mí también. El no dudó de mis sentimientos y yo ya no tuve razones para dudar sobre los de él.

Estaba noventa y nueve por ciento segura de que era la primera vez que llegaba un sábado y mi entusiasmo era el mismo que un lunes con examen de matemática.

Me gustaba ir a la feria de Pittsburgh, prácticamente se trataba de un parque de diversiones y un montón de puestos de golosinas, globos y otras monerías. Me gustaba porque básicamente me recordaba a cuando era niña y venía con mis padres o con mi tía. Ahora, que ella ya no estaba, el parque me recordaba ella.

Salvo la compañía de Max, todo el resto de planes no me traería nada bueno. Por eso mismo, cuando llegué a la entrada y me encontré a Maxwell esperando por mí, me aguanté las ganas de darme la vuelta y volverme.




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