La sinfonía suave de una melodía a medio terminar resonaba en mi cabeza mientras tamborileaba mis dedos sobre mi rodilla izquierda. A mi costado, Hayden llenó su partitura de acordes, buscando aquellos que se acoplaran a los que ya habíamos compuesto. Habíamos cordado que los martes y los jueves—Luego de mis ensayos—nos juntaríamos para componer.
Acabábamos de rellenar por completo dos pentagramas garabateados de notas musicales mal dibujadas, y un montón de papeles de libreta que ahora permanecían arrugados. Compartíamos la cama —a un metro de distancia— con el órgano eléctrico ajustando los acordes que todavía faltaban.
Levanté la vista observándolo garabatear y me fijé en que se percataba de mis ojos echándole un vistazo; me regañé a mí misma por hacerlo, pero así de cerca notaba con mayor facilidad sus fracciones: Dos lunares en la mejilla derecha y uno apenas visible al costado de su pestaña izquierda.
Había descubierto con el correr de los días sus gustos extraños, como el hecho de que adorase las figurillas y los muñecos de colección, se ponía quisquilloso si alguien se acercaba a su repisa para tomarlos y más si ese alguien se trataba de mí, sacudiéndolos porque pensaba que los muñecos tenían sonidos y dirían algo.
También había descubierto que las bandas de música que empapelaban su pared eran de los años 70' y 80' y que solo un adulto reconocería sus nombres. No tenía idea de la música urbana, a duras penas reconoció los nombres de Taylor Swift y Ed Sheeran cuando los busqué en YouTube para mostrárselos.
Me resultaba un poco... extraño.
Miré las guitarras que también coleccionaba y definitivamente lo comprobé.
Me habían obligado a hacer el trabajo con un chico raro.
Me distraje de mi suposición cuando levantó la vista para decirme algo.
—¿Crees que la melodía del piano quede bien? —cuestionó traspasando las notas al piano.
—Me has preguntado eso tres veces y en todas te he dicho que sí. —Reproché, poniendo los ojos en blanco. —Aunque sabes que yo preferiría la guitarra.
—También tenemos la opción del bajo y el ukelele.
—¿Todo eso tocas? —me sorprendí.
—No es muy complicado, tomé clases antes de venir. —explicó— Cuando tenía siete mi abuelo me enseñó a tocar la guitarra, luego yo aprendí por mi cuenta con el piano y hubo una navidad donde le regalaron el ukelele a mi hermano y como él no quiso aprender, me lo terminó regalando a mí. ¿Por qué me miras así? ¿Por primera vez alguien te supera en algo?
—¿Superarme? —le repetí con gracia. —No te haces una idea de con quién estás hablando.
Se recostó hacia atrás dejando caer la espalda contra la cabecera y me miró.
—Sorpréndeme.
—Tengo la misma—señalé la repisa— solo que la mía está repleta de trofeos.
—¿Y se puede saber de qué?
—De competencias de todo tipo, mis padres dicen que es bueno para el curriculum de universidad.
—Yo participé en un concurso de música—alardeó.
—Y yo gané uno de canto —Contrataqué. Nunca me gustó ser ostentosa con el tema, pero sabiendo que se trata de él ser más presumida que de costumbre me llena de satisfacción.
—A mí me solicitaron hacer la prueba de ingreso.
—A mí me felicitaron personalmente cuando quedé.
—La primera letra que compuse fue a los once años. —Así que si era compositor...
—Yo canté por primera vez a los diez. En un teatro—especifiqué—Por una obra de navidad. Me bajaron con arnés desde el techo y los reflectores me iluminaban toda la cara. El ángel Gabriel nunca brilló tanto.
Más que sorprenderlo, mi anécdota resultó darle gracia. Soltó una risotada tan fuerte que enseguida mis mejillas se enrojecieron y le golpeé el pecho con un almohadón.
—¡No te rías! Fue mi primera experiencia antes del estrellato—defendí.
—Dudo mucho que lo tome en cuenta la universidad.
—El día que triunfe en el mundo de la música y alguien escriba mi biografía, me aseguraré que ese relato aparezca en una de las primeras páginas.
—Entonces aceptaré mi derrota. —alzó las manos en son de paz— Es como si me hubieses dado alas para volar y me hubiera estrellado contra un parabrisas. —ironizó.
Recibió otra mala mirada de mi parte como respuesta.
Volvió a tomar su guitarra para continuar trabajando, pero el lado curioso en mi le interrumpió.
—¿En serio compusiste una canción a los once años?
Las comisuras de sus labios se curvaron un poco.
—La podrías considerar como un plagio a Love of my life de Queen, pero fue la primera que terminé de escribir—me explicó con una sonrisa avergonzada en la cara. Se inclinó hacia atrás hasta que su espalda choca contra el colchón y de esta manera logra abrir el cajón de su mesita de noche para sacar una libreta —Acá están algunos de los que he escrito en mis ratos libres, no soy una obra de arte, pero por lo menos no son un plagio descarado.
Me los entrega en la mano. La libreta misteriosa y privada de la primera vez. Un escalofrió recorre toda mi columna al poner un dedo sobre la libreta.
—¿En serio los puedo ver?
Hizo una pausa y me miró.
Examiné su expresión en busca de un destello de arrepentimiento por su parte, pero solo se encogió de hombros.
—Es solo un hobbie, y esas son solo borradores.
Y eso me pareció mucho más razonable, así que decidí echarles un vistazo a las hojas. No negaría la curiosidad por conocer esas canciones secretas que no dejaba a cualquiera conocer, me pregunté si ya había dejado de ser cualquiera para él. Y si por eso ahora, me había dado la posibilidad de echarle un vistazo a sus letras.
No obstante, apenas llegué a leer la primera estrofa cuando la alarma de su teléfono sonó alértanos que ya era hora de que me fuera. Yo le había pedido que la pusiera para estar al tanto de la hora en la que Peter vendría a recogerme.
Los miércoles Maxwell salía temprano del trabajo y podíamos estar al teléfono al menos una hora antes de que debiera darle las medicinas a su abuelo.