Quise salirme del anfiteatro en silencio para evitar que él se diera cuenta de que todavía estaba invadido su privacidad, pero mis planes, como eran de esperarse, no salieron tan bien como lo supuse. Al darme la vuelta para esfumarme, una tabla de madera chirrió bajo mi peso y las teclas dejaron de sonar. Alertas.
Cerré los ojos como si de esa forma pudiera volverme invisible y solo los abrí cuando desde el escenario, alguien pronunció mi nombre en voz alta.
—¿Ashley? —no tardó en reconocerme—¿Qué haces aquí?
Miró en mi dirección, estaba muy lejos para asegurarlo, pero me lo imaginé con la nariz arrugada y una enorme cara de estupefacción.
—Vine a devolverte la libreta—dije la verdad, di un paso hacia delante procurando acortar la distancia.
Caminé por el pasillo, ya no procurando esconderme y él se levantó de la butaca.
—Había olvidado que todavía la tenías.
—Lo siento, no era mi intensión...—me disculpé apenas llegar a su lado, no sabía exactamente por cuál de las dos razones me disculpaba; si por invadir su privacidad o a apropiarme de sus objetos.
—Descuida, de todas formas, solo estaba perdiendo el tiempo.
Hizo una pausa y puso una mueca, como si tuviera un regusto amargo en la boca por hablar de ello.
—Pues no lo parecía.
—¿Qué dices?
—Fue una pasada—confesé sincera— ¿La canción también la compusiste tú?
Me mira confundido, esta vez ladeó la cabeza e intentó volver al piano.
—Olvídalo. No fue nada. —masculló. Noté que se tropezó con las palabras e intentó huir de la situación simulando que volvía a practicar.
—Claro que lo fue, deberías hacerme caso —exigí.
—No me creo que seas precisamente tú la que la que le esté dando ánimos a mi trabajo.
Levantó la vista y sus ojos azules se clavaron en los míos, noté que en realidad él también sabía que su actuación estaba lejos de ser catalogada como "nada", pero por alguna razón, decidió seguir torturándose clasificándola así.
—No lo haría si en verdad no viera motivos para que te sintieras orgulloso.
De nuevo, observé como dudaba de su propio talento. No comprendía como no podía ser consciente de que realmente era bueno.
—Lo que sí tengo para criticar es que le has errado a una nota —consideré. Y de esa forma blanqueó los ojos con molestia.
Ahí íbamos de nuevo.
—¿Como puedes saber eso? Ni siquiera te sabes la melodía—se quejó.
—¿Eso me conforma que la has escrito tú?
Abrió la boca para contratacar, pero al final la cerró de sopetón. Me di cuenta que había ganado. Sí era su canción.
—Cómo sea, la melodía era la correcta, no sé qué error le viste—Se encogió de hombros, y sabiendo que no era perfecta con el instrumento, me encaminé hacia el piano y dejé que mis dedos rozaran las teclas.
No recordaba con exactitud cada nota, pero hice el esfuerzo de recrear el estribillo.
No lo hacía nada mal. La verdad.
—Así no era —refutó a los segundos, todavía sin mover las manos.
—Pero así me gusta más. —manifesté—El ritmo es diferente.
Hice una mueca cuando olvido las siguientes notas y comencé a improvisar. No tuve que darme la vuelta para saber que él hacía el mismo gesto.
—A ver déjame—se le hizo imposible soportarlo, con la mano me pidió que me apartara para hacerse más lugar—Lo estás estropeando.
Se acomodó y la misma melodía de unos minutos atrás, llegó a mis oídos llenándolo de sensaciones agradables. Rocé las teclas con las manos e imité sus movimientos, él los hizo despacio para que no le perdiera el paso. Y así, de manera genuina y extraña, congeniamos los estilos para que la melodía resonara con aromaría y ritmo.
Me dedicó una sonrisa cuando acarició una de las teclas para entonar la última melodía. A continuación, se la regresé divertida y por alguna razón, por más que lo intenté, no conseguir romper el contacto visual.
Mi cerebro entró en estado de advertencia cuando se percató de que mi cuerpo y el suyo estaban cerca. Más de lo normal. Sus brazos rozaban los míos cada vez que entonaba una nueva nota, mi rodilla derecha golpeaba con la suya, podía escuchar su respiración.
Me sobresalté aclarándome la garganta cuando temí que él también se hubiera fijado en ello.
No buscaba provocar una situación incómoda. No con él cuando hacía menos de setenta y dos horas habíamos compartido una pieza de hospital y se había enterado de uno de mis más grandes secretos. No podía permitirme arruinar las cosas por un malentendido.
Enseguida busqué separarme de su cercanía y me coloqué un mechón de pelo tras la oreja. No obstante, olvidé que el banco era pequeño y al intentar alejarme de él, prácticamente terminé casi sentada en el suelo.
Él resultó ser ágil y no perdió el tiempo para sostenerme del brazo y evitar mi torpeza. Sus manos se aferraron a mi hombro y tiró de él hasta que nuevamente, estuviese sentada muy cerca de su silueta.
Cuando nuestras miradas volvieron a cruzarse, mi corazón se retuerce. Quedamos de nuevo tan cerca el uno del otro que tuve su cara a centímetros de la mía. No sabía porque no me alejaba todavía, mi cuerpo no reaccionaba a lo que le decía mi cerebro. Di sentado que el suyo tampoco porque tampoco se alejó.
No obstante, antes de que sucediera algo más, hubo algo que, por instinto nos obligó a tomar distancia.
El flash de un celular justo detrás de nosotros.