Me miré una última vez frente al espejo de cuerpo entero y terminé de retocar el rubor sobre mis mejillas y acomodar unos mechones sueltos de mi pelo, me gustaría que una sonrisa enorme reflejara la felicidad en mi rostro. Pero era difícil. Había un pensamiento que no dejaba de rondar en mi cabeza y me impedía tener la mente en otra cosa:
No quería ir a terapia. Tenía miedo de hacerlo.
No quería ir solo porque mis padres me hubieran inculcado su poca fe en ella, sino porque me daba miedo abrirme a los demás y que pudieran darse cuenta que mi vida perfecta se venía descarrilando desde hacía meses.
Primero porque una persona con una vida perfecta, no llegaba a su casa y encontraba su corredor hecho pedazos porque sus padres habían vuelto a discutir.
Segundo, una persona con una vida perfecta, no estaría cursando un trastorno alimenticio del que ni siquiera se había percatado hasta que alguien la abofeteó de frente con la realidad.
Y tercero, perfecta o no, nadie ocultaría la existencia de otra persona solo por miedo a lo que sus amigos o las personas en sí pudieran decir de ella. Amaba a Sarah incondicionalmente, tanto como lo hacía el tío Frederick, pero no podía permitir que ella fuera parte de mi vida pública junto a mis padres y la escuela. No podía permitirme salir con ella por temor a exponerla, tampoco podía dejar que nadie se enterara de su realidad.
En el mundo de afuera había gente mala que, con la única intención de arruinar la impúdica reputación de mis padres, eran capaces de esparcir una noticia púrpura sin importar el daño que pudiera causar esta.
Y aunque hubiese estado evitando toda la mañana seguirle dando vueltas al tema, cuando terminé de prepararme y escuché el coche de Maxwell en la puerta, todavía esas ideas seguían pululando en mi cabeza. Ya era tiempo de acabar con todo eso. No podía dejar que mi propia cabeza arruinara algo por lo que había estado trabajando por meses, el baile era importante para mí, y de manera egoísta, obligué a mi mente a que se olvidara del resto.
Tomé mi celular y bajé corriendo las escaleras hasta llegar al auto, ahí dentro me encontré con Maxwell esperándome pacientemente.
—Estás guapísima—me dijo apenas entré.
—Y tú no estás nada mal.
Eché un vistazo a su atuendo, llevaba puesto un traje gris con una camisa negra desabotonada, observé su pecho descubierto. Me había comentado que pronto se haría un tatuaje en esa zona, pero que todavía no encontraba la ocasión.
—Me dices porque tú me has ayudado a escogerlo. —rebatió, cosa que me hizo subir la vista.
—Y de no haberlo hecho ahora lucirías fatal.
Escuché que se quejaba por lo bajo y me reí porque él sabía que era cierto. Me dejó escoger la estación de radio y en poco menos de media hora, ya estábamos frente las puertas del KMH.
Cuando entramos, el gimnasio rebosaba de gente, más de lo que había supuesto. Las mesas de comida estaban servidas y el DJ tenía la pista de música preparada y en funcionamiento. Las paredes estaban ornamentadas con pequeños dibujos de copos de nieve y del techo colgaban guirnaldas azules y celestes que combinaban con las telas blancas de las ventanas, todo estaba cuidadosamente decorado, los centros de mesas minuciosamente colocados y había decoraciones doradas por todos lados.
—¡Todo ha quedado fenomenal! —oí que alguien dijo y eso me distrajo de las guirnaldas. Me di la vuelta y allí visualicé a mi grupo de amigas—Todos los de la mesa quedaron impresionados, estábamos esperando por ustedes.
—Había mucho tráfico—se excusó Max.
—Como sea, hay que sacarnos fotos para el anuario—Brittany me abrazó.
Y seguido a esto, no perdió tiempo para tomar las muñecas de los dos y guiarnos hasta donde estaba el resto del grupo; Alexis y Trenton, los compañeros de equipo de Max, Lena, junto a las gemelas Rebeca y Tara y finalmente el casi novio de Brittany, mi gemelo de diminutivo: Ashton Smith, el sobrino del director Smith.
—¡Quien en esa supermodelo que veo allí! —escuché a Tara exclamar apenas llegamos, seguí el sonido de su voz y me la encontré con Lena caminando hacia nosotros. Me abrazó y dejó escapar un silbido mientras escaneó mi vestimenta.
Ellas también estaban preciosas, no había nada que no lo estuviera.
Posamos juntas para unas fotos y después me acerqué a saludar a los demás. Max me envolvió entre sus brazos cuando me senté sobre sus piernas y se encargó de presentarme a dos nuevos integrantes del equipo de lacrosse, charlé un rato con ellos hasta que otra cosa los distrajo y aunque deseé evitarlo, terminé separándome del grupo para ir a cerciorarme de que todo estuviese como lo planeado.
Me pasé el resto de la noche saludando a estudiantes que recién llegaban y sacándome fotos con los que me pedían hacerlo. Fui de aquí para allá cerciorándome de que el Dj no tuviera problemas con el pedido y preguntándole a los del servicio de catering si necesitaban algo. Afortunadamente, nada resultó un inconveniente y mi reloj marcaba que eran las diez y media cuando una mano se aferró a mi cintura y me distrajo.
Di un respingo porque la acción me tomó desprevenida y cuando me di la vuelta, me percaté de que se trataba de Max.
—¿Qué pasa? —cuestioné casi gritando, la música estaba tan alta que apenas podía oír mi voz.
—Has estado toda la noche dando vueltas. ¿Cuándo vamos a ir bailar?
Mis labios se tornaron en una mueca con culpa, se lo había prometido y apenas había tenido tiempo de hablar con él.
—Termino de arreglar unas cosas y voy contigo—prometí.
—Solo no termines cuando el Dj haya terminado su trabajo.
Y antes de que pudiese decir algo más, se marchó y lo perdí entre el mundo de gente. Recién volví a visualizar su silueta cuando me fijé que algunos chicos del equipo lo habían acompañado.
Me di la vuelta y seguí con mi tarea de llenar la fuente de ponche. Con cuidado me fijé en no manchar mi vestido y cuando quise acerarme a la pista de baile con Maxwell, otra voz gritando mi nombre lo evitó.