Cantame cien veces

26| Sarah.

—¿Qué?

Fue lo primero que salió de sus labios y eso hizo que el aire se me descomprimiera. No me atreví a alzar la mirada por el temor de ver el rechazo o la indiferencia, no quería levantar la cabeza y ver que me había vuelto a equivocar.

Joder, lo había vuelto a arruinar.

Ni siquiera debí pensar que era una buena idea, los pensamientos y reprimendas se remolinaron en mi cabeza, me levanté del suelo con rapidez, olvidando los tacones y debí sostenerme contra la columna para no irme de bruces contra el suelo. Hayden debió notar que estaba buscando huir porque no tardó en levantarse también. Y aunque lo escuché balbucear y decir mi nombre en alto, me obligué a no prestar atención. Necesitaba salir de allí.

—Ashley— escuché su voz vuelta.

—Mierda, no debí hacerlo, me tengo que ir...no sé por qué pensé que podrías...

—No creo que la reputación de una familia se arruine solo por el diagnostico de una niña pequeña—me tomó de la muñeca—. Y para ser honesto, la gente que cree que esa enfermedad es suficiente como para tener el derecho de despotricar sobre la vida de otra persona, es la que realmente está enferma.

—Ojalá todo el mundo pensara lo mismo, pro hay gente mala ahí fuera. Gente desinformada, de lengua suelta, que no les importa dañar los sentimientos de los demás por sus propias creencias.

—Y también hay gente que teme que su vida cambie si la verdad se sabe públicamente.

Decirlo en voz alta dolía todavía más que repetirlo en mí cabeza. Retrocedí y al levantar la mirada, me observaba como si no pudiera terminar de comprenderlo. Decidí entonces que desagotarme era una opción mejor que huir o evadir la realidad.

—Sarah es lo más cercano a una hermana que tengo, y me gustaría poder regodearme de eso abiertamente. Pero tengo miedo de que la gente algún día vea sus pastillas o note las precauciones y se den cuenta de su enfermedad. Tengo miedo de que empiecen a difundir rumores e ideas falsas que lastimen a mi familia, y que hagan ver públicamente que esta misma no fue tan perfecta como quiso mostrarse siempre.

«Este año ha tenido que cambiarse de escuela dos veces porque los padres de familia no quieren que sus hijos compartan el espacio con un VIH positivo, aun sabiendo que solo tiene que navegar tres minutos en internet para darse cuenta que no están expuestos a ningún peligro. Mi tío hace todo lo posible para protegerla, para que no se sienta diferente. Pero es cuestión de tiempo que Sarah crezca y tenga que salir al mundo exterior donde la gente no será tan buena como parece.»

—Incluso una vez, cuando Sarah era muy pequeña y mi tía Anabel todavía estaba viva, tuvieron que mudarse de su antigua residencia porque sus vecinos llegaron a arrojar fruta descompuesta al jardín de su casa y a pedirles que se marcharan de allí. Mi tía anabel acababa de salir del hospital y sufría muchísimo, porque creía que causa de ella, su hija estaba condenada a sufrir toda la vida esa realidad molesta.

—¿Cuando todavía estaba viva?

—Falleció hace dos años porque sus pulmones comenzaron a fallar. —sé que no pasó por alto como la voz comenzaba a temblarme— El VIH hace que los órganos se debiliten con mayor facilidad, y aunque ella hacia sus chequeos de rutina severamente y seguía al pie de la letra cada receta médica, no lo pudieron evitar. Como tampoco pudieron evitar que transmitiera la enfermedad a Sarah en el nacimiento.

—¿En tu familia hay más...?

—Personas con VHI positivo —terminé su pregunta, a veces odiaba que la gente no pudiera decirlo por su nombre. Pero di un largo bocado de aire antes de contestar: —Y no, mi tía se contagió cuando tenía dieciocho años y mis abuelos decidieron enfrentar la situación de la manera más discreta posible. Mi padre hizo todo lo posible para proteger a su hermana, y tomó las riendas de la inmobiliaria mientras mis abuelos cuidaban a su hija y se encargaban de ella. Luego Anabel conoció a Frederick y se casaron, cuando se enteraron del embarazo, hicieron lo posible para que la enfermedad no se transmitiera, pero es difícil que eso no suceda cuando es la madre quien carga con el positivo.

—Habrá sido un golpe duro su muerte.

—El más duro que sentí en mi vida. —Me apresuré a asentir. Cuando quise darme cuenta, se me habían llenado los ojos de lágrimas. — Mis padres se pasaban muchas horas en el trabajo, y Anabel cuidaba de mi todos los días. Ella me enseñó a tocar el piano, aunque yo era pésima aprendiendo y también fue a visitar conmigo el KMH cuando aceptaron mi admisión. Todo se cayó a pedazos cuando enfermó y ya no podía salir del hospital. Fue cuando empecé a pasar más tiempo sola en casa y...

—Y empezó tu problema con la comida—dedujo con facilidad.

Deseaba poder decirle que no. Que no era tan predecible. Pero me había quedado completamente en blanco y una sensación que hacía mucho que no sentía se extendió por mi propio cuerpo; vergüenza de mí misma.

—Sé que puede parecer una obsesión, pero ser minuciosa con las calorías me ayudaba a despejar mi mente y sentir que podía tener el control sobre algo en mi vida —aseguré—Y estuve meses sin hacerlo, pero cuando empiezo a sentir que el mundo se me viene arriba de vuelta...—veo en su cara que él no lo comprende—sé que cuando yo quiera voy a poder volver a comer todo lo que me gusta y dejar de preocuparme por las calorías.

Mis palabras salieron firmes y decididas, pero bastó con mirarlo de vuelta para saber que solo yo lo creía así. Apretó la mandíbula y negó despectivo, como si acabase de activar una granada y estuviese esperando a verla explotar. Escudriñó mi rostro en silencio, eso solo hizo que tragara saliva con más fuerza y apretara los lados de mi vestido.

No me creía.

No tardó más de dos segundos en demostrarme que esa era la pura verdad.

—Entonces dime que es lo que quieres comer. —demandó— ¿Qué comidas te gustan y has dejado de comer?

Apreté los dientes molesta cuando su reclamo me golpeó como una sentencia lapidaria.




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