Cantame cien veces

28| Princesas guerreras y caballeros cobardes.

Más tarde, cuando salimos de casa de la doctora Morgan, había descubierto que el término anorexia significaba literalmente ausencia de apetito; no obstante, la mayoría de las personas que presentaban anorexia nerviosa en realidad tenían hambre. Mucha. Y la mayoría, no perdían el apetito hasta que estuvieran en un estado de salud totalmente demacrado.

No quería llegar a eso. Como tampoco quería perder del todo mi periodo y la capacidad de concebir, o dañar mis órganos a tal punto de necesitar de una operación.

De ahora en más, me esforzaría para revertir la situación.

Al llegar a la avenida principal, Hayden preguntó si me apetecía ir a su casa para terminar de componer, no tenía concentración suficiente para ponerme a trabajar en ello, mi mente se había quedado dentro del consultorio con las palabras de la doctora Morgan grabadas a fuego. Pero si me apetecía distraerme, pasar el tiempo con alguien que me hiciera olvidar los problemas.

—Me gustaría que fuéramos a casa de mi tío—confesé sin poder evitar los nervios. —De todas formas, hoy tengo que cuidar de Sarah y si fuera a tu casa tendría que irme pronto.

Había una diferencia enorme entre las palabras y las acciones. Una diferencia colosal entre lo que podemos decir para hacer que la otra persona se sienta bien y lo que de verdad haríamos por ella.

Él se había mostrado amigable al enterarse de la enfermedad de Sarah, pero temía que a la hora de enfrentarse a la verdad, se arrepintiera.

No obstante, callando a la voz pesimista de mi cabeza, él no puso reparos e incluso se alegró de que esa haya sido mi propuesta. Supongo que la curiosidad de saber por qué me reusaba tanto a exponerla hizo que él tuviera más interés. Sabía que le agradaban los niños, él también me había hablado bastante de su hermano pequeño, aunque todavía yo tampoco hubiera tenido el placer de conocerlo. Más que nada, porque me había dicho que Luke era un niño extrovertido, que necesitaba hacer bastantes actividades, y cuando íbamos a su casa después de la escuela, su madre ya se lo había llevado a clase de Karate.

Desearía que mi prima también pudiera tener esas experiencias, le haría muy bien relacionarse con otros niños, pero sé que es bastante complicado, no porque haya algún tipo de riesgo de contagio, sino porque la propia desinformación y miedo de los adultos lo evitaba.

Aun y con muchos miedos, el camino hacia casa de tío Frederick resultó silencioso y ameno, me agradaba pensar que ya habíamos pasado esa etapa del silencio incómodo. Cruzamos el puente que dividía a las dos partes de la ciudad y nos adentrarnos a la zona sur para llegar hasta su casa.

Saqué las llaves de mi bolsillo, el reloj de mi teléfono no marcaba ni siquiera las diez AM cuando apenas entrar al pasillo, el aroma a almuerzo inundó mi nariz y el ruido de la radio mis oídos. Tío Frederick tenía un horario bastante rotativo, pero usualmente todos ellos comenzaban al mediodía, así que prefería dejar todo ya preparado para que ni Sarah ni yo quemáramos su cocina.

—Ya estoy aquí —saludé al llegar la cocina.

Observé que mi compañero de dueto se había entretenido con algunas pinturas del pasillo. El corazón se me comprimía, todas ellas pertenecieron a mi tía Anabel y a pesar de que duela un poco verlas cada día, nadie tiene el corazón de quitarlas o poner nuevas.

—Has llegado temprano— mi tío esbozó una sonrisa desde el horno. —Tu prima recién se despertó.

—He traído un invitado—comenté, pero no fue necesario decir más porque el mismo invitado apareció detrás de mí.

Desde la distancia inspeccionó mi rostro y la incomodidad se me coló en el estómago. Hubo un momento de silencio mientras lo escudriñaba con la mirada.

—Ha venido porque tenemos que terminar un trabajo—me apresuré a añadir.

—Hayden Dyer —se presentó adentrándose a la cocina, dio un paso hacia delante para estrechar su mano.

La boca de tío Frederick se volvió una mueca, hasta que, frunciendo el ceño, dijo:

—Tu rostro me resulta familiar ¿Nos conocemos?

—Creo que compartimos sala de espera en el hospital.

Mi corazón reaccionó acelerado ante eso, fue mi turno de lanzar una mirada de incertidumbre que captaron los dos.

—Ah, ya te recuerdo, eres ese chico.

La mueca de mi tío se volvió una sonrisa sincera.

—¿Qué chico? —me dio curiosidad.

Miré a Hayden esperando una respuesta, pero este solo me mira sin comentar nada. Fue mi tío quien dio una respuesta:

—Nada importante, me alegra que hayas seguido mi consejo.

Palmeó su hombro con amabilidad, mis cejan se enarcaron con incertidumbre, pero no tuve tiempo a preguntar qué tipo de consejo había seguido, pues tío Frederick interrumpió diciendo que ya debía irse. Dejó reposar sus labios sobre mi frente y se despidió de mí, no sin antes avisar que volvería temprano del trabajo y decirle a Hayden que había sido un placer verlo de nuevo.

Un minuto después nos quedamos solos en el piso de abajo, desde la cocina había una amplia visión de la sala de estar y podía fijarme como los ojos azules de mi compañero de dueto escanearon con interés el piano de cola color blanco que había a un costado de la chimenea.

Me mordí los costados de mi labio inferior antes de comentar:

—Podemos usarlo para practicar.

La sorpresa se acentuó en su mirada, y entonces comprendí que se moría de ganas porque se lo dijera.

—Sería una tortura para mí que me traigas aquí y no me dejes usarlo. —No perdió el tiempo en ir a sentarse sobre la banqueta— ¿Es un stainway?

—Modelo M-170 —añadí, él suspiró con fuerza, deleitándose—Fue un regalo de mi padre a su hermana.

—Es espectacular.

Esbozó una sonrisa. No estaba mirándome a mí, sino que su atención total estaba pendiente del instrumento.

—Puedes probarlo, si quieres.

Sabía que se estaba muriendo de ganas, rápidamente sus dedos tocaron las teclas y escuché una melodía que no podía terminar de reconocer, así que supuse que se trataba una de las suyas propias.




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