Había cometido un error. Un error muy grande.
Y solo bastaba que la ausencia de mi compañero de dueto se hiciera constante para darme cuenta de lo útil que sería fabricar una máquina del tiempo que me permitiera retroceder y hacer que la incomodidad y la vergüenza de lo sucedido se escurriera por mis dedos.
Quizá se había asustado, quizá se sentía perturbado. Solo quería asegurarme de que no estuviera intentado huir de mí y vuelto a donde nos encontrábamos antes de hacer la tregua. Tenía la esperanza de que todo siguiera igual y que podíamos seguir practicando juntos para la competencia.
Hayden había desaparecido de la faz de la tierra (o al menos del instituto) desde el lunes y durante lo que restó de la semana, tampoco había puesto empeño en acercarse. Lo había visto entrar a la escuela esta mañana, pero no se detuvo en ningún momento en el salón de la señora Bett y tampoco había frecuentado la cafetería esos últimos cuatro días, hasta el momento eso todo lo que sabía de él; que seguía vivo todavía y que debía estar escabulléndose por los pasillos durante los recesos.
Eso, sumado a la forma en la que mi vida social se iba deteriorando, había hecho que, al llegar viernes, un suspiro de alivio y resignación saliera de mis labios como catarata, haciendo que el fin de semana me resultara la cosa más tentativa y gustosa del mundo.
Verme obligada a soportar las discusiones de mis padres en el encierro de un fin de semana, no comenzaba a parecerme tan desagradable como ver como a mis amigos ignorándome a la hora del almuerzo y a Max pasando de mi existencia en cada clase, eso sin mencionar a los murmullos persistentes cada vez que iba andando por los corredores.
Escuché el timbre de receso sonar y me alcé el bolso al hombro para salir a la odisea que se había vuelto la hora de almorzar, me negaba por el bien de mi dignidad y mi autoestima a ser de esas personas que terminaban almorzando en el cubículo de algún sanitario, también me negaba a entrar a la cafetería y ser objeto de murmullos al no tener sitio que ocupar.
Si no fuera porque Hayden hubiera decidido también evitarme, sentarme en la mesa junto a sus amigos sería una idea mejor que quedarme sola a la hora del almuerzo, pero también resultaría algo incomodo compartir tiempo con ellos si él no estaba allí, no quería parecer desesperada ni hacerles ver que eran los únicos que hacían que mi vida social no fuera nula, por esa razón, recurrí a la opción C —el que había estado utilizando durante toda esta semana— engullir mi almuerzo en las escaleras de mantenimiento, en el escondite que ya no podía denominarse como secreto, porque una persona lo había descubierto.
Y resultaría irónico que ahora Hayden se estuviese ocultando allí para evitarme, de modo que, detuve mis pasos antes de llegar a las escaleras. ¿No sería capaz, verdad? No se atrevería a roborarse mi lugar secreto, pero tampoco era capaz de armarme de valentía como para querer comprobarlo, ¿estaba lista para enfrentarlo? ¿realmente quería interceptarlo y volver a sacar a relucir el tema del beso y la razón por la cual había decidido evitarme?
La respuesta era clara; por supuesto que no, era demasiado cobarde como para querer enfrentarlo, al punto que cambié el rumbo de mis pasos y bajo rápidamente los tres escalones que ya tenía subidos para alejarme a prisa, no sin antes tropezarme torpemente con otra persona cuando intenté encontrar algún otro sitio.
El bolso se me cayó producto de la sacudida.
—Vaya —escuché que exclamaba una voz conocida por encima de mi cabeza. —Que sorpresa encontrarte por aquí.
Si fuera un gato, ahora mismo tendría el lomo encrespado y los colmillos hacia afuera, amenazante y a la defensiva. Pero como solo era una chica común y corriente, cien por ciento ser humano, apreté los puños y solté un bufido antes de darme la vuelta para enfrentarme a la dueña de esa voz.
— ¿Se te ofrece algo, Colette?
—Es suficiente con poder ver lo miserable que te vas volviendo sin tus amigos o tu novio cerca.
—No estoy con ánimos de pelear, no me hagas perder el tiempo. —hice un gesto con las manos para que me dejara seguir con mi camino, pero como era de esperarse, me interceptó.
—Estaría mintiendo si no dijera que es un poquito reconfortante, las leyes del karma a veces resultan divertidas.
—Que te resulte reconfortante la desgracia de los demás también trae el karma a tu vida.
—Lo que me resulta reconfortante es que estás pasando por la misma mierda que yo pasé cuando decidiste esparcir el rumor de que yo estaba intentando robarte a tu ex. —espetó, y rodeé los ojos sin discreción.
—Para ser un rumor no debería ser cierto en primer lugar—Inquirí con brusquedad. —Eres consciente de que hiciste todo lo posible para que terminara con él.
—Y al final te dejó.
—Pero no por ti. —puntualicé y eso fue suficiente para ver cómo se retorcía por un breve instante.
Percibí su lenguaje corporal como una señal de que mi comentario había logrado tocar alguna fibra sensible en alguna parte de sus recuerdos. Sin embargo, la esperanza de que eso hubiera sido suficiente, se desvaneció cuando volvió a sonreírme vanidosa.
—¿Y eso te hace sentir mejor?
—Si a ti te hace rabiar todavía más, supongo que sí. —admitió, y volví a mi acción inicial de alejarme de allí.
—Era hora de que alguien te hiciste probar un poco de tu propia medicina. —manifestó, deteniendo mi paso.
—Debería parecerme curioso que justamente seas tú la que diga eso.
—Solo soy una espectadora. —alzó las palmas de su mano con inocencia cuando me giro de vuelta.
—Que hayas decidido buscarme para regodearte de mi problema me da más razones para creer que estás más implicada de lo que deberías. —Avancé un par de pasos hacia ella, pero no se intimidó y tampoco entendía por qué esperaba que lo hiciera.
Achinó los ojos para observarme y ladeó la cabeza antes de bajar el mentón, como si me estuviera haciendo un favor por la diferencia de alturas. Detestaba que fuera varios centímetros más alta que yo.