Cuando llegué a casa luego de otra sesión con la psicóloga Morgan, tenía la sospecha de que las cosas no andan tan normales como siempre.
Lo verifiqué cuando al cruzar el comedor rumbo a la sala, en el sofá color ocre encontré a mis padres sentados compartiendo el mismo espacio. En silencio, sin riñas de por medio.
Casi tenía la esperanza de que no me dijeran nada cuando, apenas cruzar pasillo. Mi padre se giró hacia mí y me repasó con los ojos.
—Ya has llegado—advirtió.
Mi madre cambió de expresión tan rápido como me vio. Entrecerró los ojos, estiró el cuello en mi dirección y frunció los labios, notablemente molesta.
—Siéntate. —añadió ella.
Nada de cariño, de petit renge. Algo iba mal y no me cabía duda de eso.
—¿Sucede algo?
—Siéntate—repitió.
Tragué saliva con fuerza, miré a mi madre y ella todavía se mantenía con el semblante serio y la mirada fija en algún punto de sala. Hice caso a sus órdenes, y ocupé asiento a su lado, con mi padre en frente.
—¿Te crees que somos tontos? —dijo, y mi humor cayó a tierra de un golpe. Noté que se me crispaba la expresión al instante. — Tenemos acceso a todas tus tarjetas, ¿Desde cuándo las tonterías de un adolescente cuestan un tercio de la cuota de tu escuela? No me puedo creer que te hayas metido en la casa de una desconocida para ventilar tus estupideces.
—Nos decepciona mucho que hayas estado tomando el dinero sin nuestro permiso. —mi padre se cruzó de brazos—Te desconozco, mi hija no es así.
Lejos de ser yo la que se sintiera ofendida, mi madre me robó las palabras sin pensárselo.
—¿Y la mía si lo es? —inquirió simulando una risa amarga— Como siempre te lavas las manos cuando te conviene.
—No sería la primera mujer de la familia que se guarda mi dinero —espetó
Me quedé mirando al frente sin saber si levantarme ahora y salir corriendo o si acaso me conviene no moverme. Terminé optando por la segunda opción porque había sido la que mejor había funcionado estos últimos meses.
—Tienes la puerta a pocos metros, por si tanto te molesta.
Y con ese comentario, se dio rienda suelta a otra pelea.
—¿Pueden parar? —me salió decir. Mi madre me miró con el ceño fruncido. —Es agotador que cualquier conversación se desvíe a una nueva discusión por parte suya. Y las sesiones las he pagado con el dinero de mi mesada. Además, no me parece mal gastarlo yendo a terapia, si le hubieran prestado más atención a los enfermeros del hospital, se hubieran percatado que lo necesitaba desde hace tiempo.
Para mi sorpresa, eso pareció cabrear mucho más a mi madre.
—¿Qué problemas puede tener una niñata como tú que no pueda arreglarse tan fácilmente? — arrugó el entrecejo con su mirada filosa.
—Los mismos que pueden tener una pareja disfuncional que ya no se soporta. Ustedes también deberían probarla, les haría bien.
No esperé su respuesta y me marché hacia las escaleras, resultaba ser la primera vez que discutía con mis padres desde hacía meses, supongo que sus propias riñas habían sido más relevantes que cualquier otra discusión que tuviera que ver conmigo.
Llegó a mi cuarto y cerré la puerta, desde abajo escuché como una nueva pelea suya daba comienzo y eso me dio la sensación de que nuevamente, mis palabras no fueron tomada en cuenta. Sin embargo, esa vez ya no me interesaba, decidí que ya estaba cansada de que todas sus riñas me afectaran. Ellos estaban en su propio barco a punto de hundirse y yo había decidido que ya no iba a hundirme con ellos.
En su lugar, tenía que remar para alejarme lo más posible de aquellos problemas que no estaban a mi alcance de resolver.
A la tarde siguiente, estaba distraída siguiendo el ritmo con los pies y cantando el estribillo que me había inventado —a pesar de que Hayden me hubiera dicho que sonaba fatal y que no le gustaba— cuando de repente, él dejó de tocar en medio de la canción. Nunca dejaba de tocar a mitad de una partitura, es más, se ponía de mal rollo si por culpa de mi teléfono tenía que interrumpir la sesión.
Lógicamente mis ojos se guiaron en su dirección. Estaba inclinado hacia delante, con la guitarra todavía sobre las rodillas y me miró.
—¿Qué sucede? —pregunté.
—Eso debería preguntártelo yo a ti—respondió, pasó la correa de la guitarra por su cuello para quitársela—Sigues cantando la misma letra cuando ya cambiamos de tema.
Me señaló la partitura sobre la cama, no era la misma que había visto recién, esta tenía los nuevos acordes que añadimos la semana pasada y los arreglos que él había hecho sobre la letra.
—Lo siento, no me fijé.
—Si es tu manera de decir que al final no te convencieron los cambios en la letra y quieres volver al primer borrador, no hay problema. Podemos hacerlo.
—La letra queda bien, perdona que lo único que haga hoy sea atrasar la tarea.
—Podemos tomarnos un descanso si quieres —ofreció —Me serviría como excusa para bajar a la cocina y demostrarte que sí se hacer galletas.
Sonreí con pena.
—Ojalá las galletas solucionaran todos los males.
—¿Qué es lo que te tiene tan distraída?
Sacó los papeles de la cama, estirándose para dejarlo a los costados de la mesita de luz.
—Mis padres se enteraron lo de la terapia y pusieron el grito en el cielo. —confesé— Te dije que iba a ser una pésima idea, discutimos y esta mañana se fueron mucho antes de que yo bajara a la cocina.
—¿Te impidieron seguir yendo?
—El dinero de la terapia lo pago con mis ahorros, así que no. O no por el momento—me acomodé recostándome sobre la pared.
—Yo creo que debes volver a intentar conversar con ellos, explicarles lo que en realidad sucede y seguramente lo entenderán muy bien.
Me miró a los ojos por un segundo y el azul me golpeó como una cachetada de invierno a mitad de la primavera. No creo que entendiera lo difícil que era.
—No será tan sencillo, no sabes lo que es tener la familia que yo tengo. Tus padres...tus padres no se parecen nada a los míos.