Creo que ambos coincidimos en que no había sido la mejor de las cenas, pero, al contrario de lo que parecía, ninguno estaba desanimado por ello.
Que la cena haya sido diferente a lo que creí produjo en mi cierta satisfacción que no pensé llegar a sentir, en pleno siglo XXI escasean más las familias perfectas—Si es que algún día llegaron a existir—pero frecuentaban más las familias imperfectas que con todo y errores se amaban tanto hasta hacerlos parecer irrelevantes, la familia Dyer era un claro ejemplo de ellas, y lo descubrí a la hora de sentarnos a la mesa, cuando la señora Dyer olvidó lo molesta que estaba con su hijo para comenzar a bromear diciendo que pronto probaríamos su nuevo plato de reptil a la parrilla.
No serían la familia perfecta, aquella de tapa de revista en la que ves al matrimonio sano y a los hijos perfectos frente al árbol de navidad, pero aun así seguía creyendo que eran una familia especial.
Al menos nunca había conocido a nadie que tuviera un lagarto como mascota.
—Espero que tus padres no se enfaden contigo por volver tan tarde —Hayden se disculpó luego de toma las llaves del auto y adentrarnos al coche, su madre se negó a permitirme volverme sola.
Había dejado que eligiera la estación de radio porque no valía la pena conectar su teléfono para poner algo de música propia, opté por variar la frecuencia hasta dar con alguna buena canción, y ahora, pocos minutos después, lo atrapaba tamborileando los dedos contra el volante al ritmo de Ed Sheeran y una viaja canción.
Iba susurrando algunas estrofas a su lado, acomodada en el asiento de copiloto y acurrucada dentro de mi abrigo.
—Son solo las diez, seguramente todavía estén despiertos —contesté—Y por cierto, dime que tan segura debo sentirme en este coche si eres tú el que lo conduce.
Lo miré fijo con una ceja alzada y él frunció los labios notoriamente insultado.
—Me ofende bastante que pienses que soy un mal conductor.
—Te recuerdo que fuiste tú el que dijo que le enseñó a manejar a Kate, y que fue ella la que estrelló el auto de Maxwell. —repliqué, me pregunto que sería ahora de nosotros si ese inconveniente no hubiera pasado. Seguramente el año estaría trascurriendo de otra forma, incluso puede que mejor, pero algo me da la sensación de que ese mejor no sería lo correcto.
—Supongo hay alumnos que nunca superan al maestro. —murmuró, casi bromeando, pero era obvio que sus palabras recalcaban algo de verdad. No obstante, antes de que la conversación muriera, cambió de tema: —Olvidé comentarte que la próxima semana empezaré a darle clases particulares a una chica, así que se me complicará un poco componer.
—¿Clases particulares? —enarqué una ceja.
—Química—explicó—Y creo que la conoces. Se llama Colette.
Era mi turno de juntar las cejas. Colette otra vez. No entendía cómo y desde cuando dos personas tan distintas tenían relación.
—¿Colette? —decidí hacerme la desentendida —¿Desde cuando tienes algún tipo de vínculo con esa rata pelirroja?
La voz me salió tan fina que parecía que me hubiera tragado el aire de un globo.
—Me dijo que le estaba yendo fatal en el semestre y que si podía echarle una mano para los próximos exámenes. Pareció bastante amigable. Además, estamos juntos en clase de Lengua.
Que me lo diga tan tranquilo no me tranquiliza a mí. ¿Eran amigos? ¿Se llevaban bien?
—Ella puede ser todo menos bastante amigable. —refuté encogiéndome de hombros con molestia. —No te recomiendo tener vínculo con ella.
—A mí me vendría bien conocer gente nueva.
—No necesitas a una chica tan narcisista y complicada como amiga—farfullé, sin dejar de mirar por la ventana, aunque ciertamente poco lo estoy prestando atención al paisaje. Quité mi vista de él cuando siento sus ojos burlones sobre mi cara— ya suficiente tienes conmigo.
—Podría darte la razón en eso. —aceptó sin esfuerzo, haciendo que mi molestia incrementase— Pero ella ya me pagó por adelantado las primeras tres clases.
Y dicho eso bufé el doble. Estaba loco, no se daba cuenta que era la pobre oveja metiéndose en la cueva de los lobos. El lobo mayor. Me encogí de hombros para restarle importancia al asunto, pero una espinita de incertidumbre me pinchaba el pecho. ¿Qué se traía ella entre manos?
—Voy a ser la primera en decirte "Te lo dije" cuando ese intento de amistad salga mal.
—Ella solo quiere ayuda para aprobar sus parciales. —insistió.
Lo creería si no hubiera competido con ella para ser la mejor de la clase. Era claro que algo se traía entre manos y yo lo iba a averiguar. Mientras tanto, Hayden tomó mi silencio como respuesta definitiva y dejó que el tema se disolviera en el aire, volviendo a sumirse en su tarea de conducir.
—Esta canción me recuerda a ti todo el tiempo —dijo de repente, cuando mi vista hacía rato se había distraído con las calles desoladas.
Sonreí con disimulo y la reconocí porque no ya la había escuchado varias veces en su habitación cuando poníamos música para despejar la mente. No me parecía una mala canción y podía llegar a entender por qué le gustaba. Hablaba sobre las cosas y experiencias que dejamos escapar, sobre lo que no valoramos en nuestro día a día hasta que lo perdemos.
—¿Cuál es tu favorita?
Titubeó un par de segundos antes de contestar:
—Pues esta me gusta muchísimo.
Su canción favorita ahora le recordaba a mí. Eso, extrañamente me hizo sentir una sensación cálida en el pecho. Sonreí.
No pude evitar pensar en la absurda tendencia del ser humano en centrarse en lo que verdaderamente no importaba de la vida, a obsesionarse con cuestiones absurdas o pasajeras, mientras lo importante pasaba ante sus ojos.
—Es en la próxima esquina —interrumpí el silencio cuando ya estábamos a pocos metros de casa. Asintió siguiendo mis indicaciones y se estacionó justo delante de la fachada de dos pisos y paredes de ladrillo blanco. —Dile a tu madre que la cena estuvo fenomenal.