Dos semanas después.
—¿Qué ella hizo qué?
—Me pidió que fuera a su fiesta. —resumió.
—¿Y tú qué?
—Yo acepté.
—¿Y dijo qué?
—¿En serio me vas a hacer repetir todo? —me espetó cansado, luego vio que de mi boca no salió palabra y añadió: —Me dijo que estaría contenta de verme allí.
—No me cabe duda que esa perra está tramando mi muerte. —hice saber con voz firme.
Mi espalda se dejó caer sobre el respaldo haciendo que uno de los resortes de la cama crujiera bajo su peso.
Hayden me miró con los ojos entrecerrados y respiró hondo antes de reclamar:
—¿Solo porque me invitó a una fiesta?
—¡Porque no me invitó a mí!
El chillido salió ligeramente ofuscado y al mismo tiempo fuertemente ofendido. O puede que igual de fuerte las dos, pero es que él no terminaba de comprender que una fiesta de Colette Newman nunca traía consigo una buena intensión.
—Dijiste que ya no querías ir a fiestas, que ya no querías saber nada de las personas que prefirieron creer la versión de tu ex novio antes que la tuya —hizo memoria, su pierna se estiró sobre los papeles arrugados hasta rozar las mías —Y es Colette, la semana pasada me diste una lista entera de razones por las cuales ni siquiera debía cruzar mirada con ella. La llamaste arpía.
—Y lo es.
La libreta de canciones marcaba la distancia y me recordaba la verdadera razón por la que estábamos ahí, esperando a que la inspiración fuera más fuerte que el chisme y la incertidumbre.
—Pero eso no le da derecho a no invitarme a una fiesta. —añadí, aun sabiendo que el trabajo no se haría solo— ¡Te invitó a ti! —mascullé —¿Por qué no me invitaría a mí?
—Creo que también te escuché llamarla rata escuálida y pelirroja. —Me dio una razón. Luego se quedó en silencio y levantó la vista de los apuntes: —Y justo ahora le acabas de llamar perra. No sé cuantos más animales quedan disponibles en tu zoológico de insultos.
—Y no me faltan ganas de llamarla también serpiente traidora —añadí— Pero...aun así...—a mi boca le costó soltar las palabras—Nunca antes alguien había decidido no invitarme a una fiesta. —protesté— ¡Ni siquiera ella! Y eso que una vez derramé cerveza en su alfombra y quedó claro que no fue por accidente.
No tuve que levantar la vista del acolchado azul para saber que su mirada me estaba dejando en claro que posiblemente, esa fuera la razón número tres.
Cuando el puchero desapareció, suspiró volviendo su atención a mí y comentó a manera de consuelo:
—Me dijo que podía llevar conmigo a cualquiera de mis amigos y tú eres mi amiga, así que si vamos juntos no se molestará.
Las cejas de mi cara se enarcaron sin poder evitarlo, lo escruté con la mirada y eso pareció confundirlo, porque me devolvió el gesto sin un rasgo de comprensión.
—Pero ¿quién te dijo que yo quería ir? —repliqué, a la defensiva.
—¿Me lo estás diciendo en serio? —perdió la paciencia — ¡Entonces por qué estamos discutiendo esto!
—¡Porque no puedo creer que haya decidido excluirme de la fiesta!
Puso los ojos en blanco, dejando caer todo su peso sobre la pared.
—Todavía estás a tiempo de que te invite. —me aseguró enseguida, muy serio. — Faltan tres días.
—Como sea, no hay forma de que ahora yo decida ir—crucé los bazos sobre mi pecho y mi mirada volvió a posarse sobre la libreta que prácticamente había quedado bajo su pierna —Hay que ponernos al día con los arreglos, solo nos queda un mes.
Tomó un marcador y juega con él entre sus dedos en tanto pensaba en una respuesta.
—No me convence el estribillo. Y para serte sincero, no creo que ninguna de las partituras del piano sean lo suficientemente buenas, ni siquiera sé cómo voy a enviar una a mi solicitud de ingreso.
—¿Aplicaras para una plaza de instrumentista? —me sorprendí— Creí que también enviarías alguna de tus canciones. Hay más de una en tu libreta que bien podría conseguirte una plaza mejor.
De nuevo hizo una mueca dudando.
—En Haverford solo hay plaza para instrumentistas e interpretación vocal. Además, la mitad de mis composiciones están sin terminar, no son competencia.
—Si que lo son —corregí.
Pude ver la manera en la que sus inseguridades aparecieron en su rostro y lo llenaron de incertidumbre. Había visto en Hayden el miedo que daba exponerse, el miedo a tener fe ciega y fracasar en el intento, pero su talento era tan grande que debería poder ir con un pañuelo en los ojos toda la vida y no tener miedo a tropezarse.
—Deberías enviar una solicitud a Juilliard. —le hice saber.
No me sorprendí cuando negó encogiéndose de hombros y desvió su atención nuevamente a los papeles.
—Ni en mis mejores sueños me aceptarían allí.
—¡Ya me gustaría a mi poder haber añadido alguna de tus composiciones en mi solitud!
—¿Ya has enviado la tuya? —se sorprendió.
—La envié antes de las vacaciones de invierno. Claro que tengo una segunda opción como Duquesne, pero tengo fe que el siguiente semestre voy a estar estudiando en Juilliard. —confesé y entonces algo me generó duda: — ¿Por qué te decidiste por Haverford?
—Está cerca de Pittsburgh, podría venir todos los fines de semana a ver a mi familia, y además creo que no tengo plan B, no me gustaría ir a la universidad solo y empezar de cero.
—¿De cero? —repetí.
—También es la primera opción de Kate. —confesó.
—Ah, ya.
Decidí que ya no quería preguntar más, hubieron unos largos segundos de silencio y luego él aclaró:
—Uña y mugre. ¿Recuerdas?
—Mas mugre que uña, querrás decir.
Mi comentario no le hizo la mínima broma. Pero tenía razón, negarlo era demasiado descarado y aun así optó por hacerse el digno.
—Al menos deberías echarle un vistazo al plan de estudios de Juilliard—decidí cambiar de tema.
—Lo que deberíamos hacer es comenzar a ponerlos al día con la tarea—se excusó, sabía que ahora lo que menos le interesaba era terminar de ajustar la partitura, pero no era lo suficientemente valiente como para no ceder al miedo. Juilliard sería la universidad perfecta para él, aquella que le enseñara que empezar de cero, a veces era lo mejor que podemos hacer.