H A Y D E N
Sentí el corazón atascado en la garganta cuando Brittany Hudson llegó corriendo a la cocina para decirme que Ashley no se encontraba bien, le pedí que me explíquese mejor lo que sucedía y mientras me daba más detalles, tomó de mi brazo para guiarme escaleras arriba.
Todos mis músculos se tensaron en el momento que la escuché decir «Ataque de pánico» y «No ha parado de vomitar» Fui consciente de como esas palabras me helaron las venas. Con cada segundo que pasaba, sentía un pinchazo agudo que parecía incrementar con cada segundo transcurrido.
Al llegar al baño, la encontré con la cara roja e hinchada, húmeda por las lágrimas y con mechones de pelo suelto tapándole el rostro. Cuando me vio su vista se alzó, pero fue incapaz de incorporarse por sí sola.
—¿Qué ha pasado? —me introduje con lentitud hasta llegar a su lado, me incliné para quitarle el pelo de la cara y ella dejó caer la espalda contra las barandillas de vidrio de la ducha.
No me contestó.
—La encontré así hace cinco minutos. Creo que deberíamos llamar a sus padres. —Lo hizo Brittany, a falta de que Ashley emitiera una palabra.
—¿Tienes su número de teléfono?
La mano de mi compañera de dueto rozó mi muñeca cuando estaba a punto de marcar a su teléfono.
—Mis padres están de viaje. —murmuró con los ojos semi-cerrados.
—¿Quieres que te lleve a tu casa?
—No quiero estar allí.
—Ashley, estás temblando.
Eso pareció tomarla de sorpresa. Bajó la mirada y tragó saliva al notar también que sus manos temblaban.
Los ojos se le llenaron otra vez de lágrimas al notar la reacción que su cuerpo estaba teniendo.
—¿Es un...? —la voz se le terminó rompiendo.
Me arrodillé delante de ella y le cubrí las rodillas con las manos para tranquilizarla.
—No pasa nada—procuré mantener la calma—respira despacio.
Me hizo caso, se echa hacia atrás hasta que la cabeza golpeó conta la pared y trató de coger aire, pero lo hizo de forma busca y solo consiguió ponerse a toser.
—No pasa nada—repetí—Lo intentamos de nuevo ¿vale?
Sacudió cabeza, con las uñas clavadas en su falda.
Cogí aire por la nariz y lo solté por la boca con ella repitiendo cada gesto.
—No puedo.
—Sí puedes, lo estás haciendo.
Lo repetimos de nuevo. Cerró los ojos y las lágrimas continuaron rodando por sus mejillas, pero siguió haciéndome caso. El aire temblaba en sus labios entreabierto cuando inspiró y dejó salir el aire con lentitud.
—Lo mejor será que te lleve a casa—insistí.
—No quiero estar sola ahí.
Apretó su agarre de mi muñeca, sentí el impulso de colocar mis manos en sus pómulos para limpiarle las lágrimas. Me oprimió el corazón verla así de vulnerable y tuve que morderme la lengua para no insistir en que me contara lo que había pasado.
Brittany pareció leerme la mente, pues como si quisiera aclararme murmuró:
—Necesita una ducha fría y café para que se le pase la borrachera.
Pero cuando mi compañera de dueto tiró de mí y me abrazó, escondiendo el rostro en mi pecho, restregando la nariz contra mi camiseta y aferrándose a los costados de esta, caí en la cuenta que esos no eran solo los efectos del estado de embriaguez. Sino de un corazón roto.
—¿Dónde estamos? —Me dijo luego de pedirle que se subiera al coche y yo manejara durante veinte minutos. No pasaron ni cinco cuando ya se había quedado dormida en el asiento del copiloto, y ahora, sus ojos adormilados miraban la calle como si no la reconocieran.
—Estamos en mi casa —contesté—Mis padres no están, pero mis hermanos sí y acá no vas a estar sola.
Entré a mi hogar, dejé las llaves en la entrada y caminé por el pasillo hasta llegar a la sala con ella detrás. Iba con mi cazadora puesta, los zapatos en la mano y el vestido manchado y arrugado. Continuó respirando de manera entrecortada y sus ojos desorbitados y perdidos miraron el pasillo como si fuera la primera vez que estuviera allí. No sé qué había pasado, no sabía cuántas latas de cerveza había tomado y me sentí culpable de no haberme quedado más tiempo con ella en la fiesta. Aún más de que Brittany antes de subirnos al coche me dijera haber visto a Maxwell salir del mismo cuarto donde estaba, antes de que ella corriera al baño.
Tenía miedo de que se tratase de una recaída, si algo sabía de los TCA era que las recaídas eran enemigos mortales, algo que se presentaba de golpe para demostrarte que todavía no estabas del todo recuperado. Que los números se habían vuelto a poner en rojo y ahora tocaba otra vez empezar de cero. Y nadie quería empezar de cero cuando ya tenía la mitad de la carrera ganada.
La luz de la cocina estaba encendida y ahí me encaminé, le envié un mensaje a mi hermana antes de salir de la fiesta y apenas cruzamos la mitad del pasillo, ella asomó su cabeza para vernos.
—¿Que ha...? —Dejó la frase inconclusa, se incorporó con rapidez para poder llegar hasta donde estábamos. Se quedó parada delante de mi compañera de dueto y la miró durante unos segundos, Ashley apartó la mirada para evitar llorar de nuevo, pero cuando mi hermana la envolví entre sus brazos, todo lo que hasta el momento estaba conteniendo parece librarse.
—No hay nadie en su casa, y no quería que se quedara sola. —expliqué.
—Lo siento—murmuró casi en un susurro—No quería molestar a estas horas.
—No molestas—La tranquilizó Maggie, sus brazos rodearon con delicadeza sus hombros —Eh, vamos a la cocina. Creo que sobró comida de la cena, debes estar hambrienta, yo nunca comía en las fiestas.
Inexpresiva como una estatua de sal, mi compañera de equipo la siguió mientras mi hermana continuó hablando. Yo las seguí detrás también en silencio.
Luego de una taza de café, me ofrecí a calentar la ducha mientras mi hermana le ofreció algo de ropa limpia y le ayudó a quitarse todo el resto de suciedad del cuerpo y la cara. Apenas escuché sus voces cuando subí las escaleras, no sabía qué tan buena fuera mi hermana con las palabras, pero sentí cierta tranquilidad al saber que dejé a Ashley ser consolada por ella.