Cantame cien veces

38. Enfrentando miedos. Y celando de por medio.

—¡¿Me trajiste a un prostíbulo?!

Es lo primero que cuestionó cuando le mostré mi tarjeta al guardia y nos dejó entrar al restopub. El local estaba bastante vacío, cosa razonable por ser un sábado a media tarde.

El sitio era bonito, cualquiera que entrase tenía que reconocerlo. Tenía un estilo vintage, predominando un aire de jazz o blues ochentero. Incluso tenía toda una pared tapizada con posters y fotografías de bandas de Blues. Algunos estaban firmados por los mismos artistas, lo que llamaba muchísimo la atención.

Un escenario decoraba la mayor parte del restopub, se hacían funciones frecuentemente y presentaciones de artistas amateurs. Las mesas circulares de color negro también tenían su toque vintage, incluso los menús de comida tenían su toque, recortados en forma circular simulando ser discos de vinilo.

Caminamos, atravesando a algunos de los meseros vestidos con su uniforme de réplica exacta de Thelonious Monk y fuimos a sentarnos a las mesas con sus clásicos asientos semicirculares acojinados.

—Es un local de jazz —le reproché mientras ocupábamos asiento. —La primera vez que vine fue con mi tía Anabel, a ella le gustaba mucho Miles Davis y Duke Ellington.

—No los conozco.

—Yo tampoco es que me sepa muchas de sus canciones, pero acá siempre repiten alguna.

Visualicé una mesa desocupada en lo más adelante del local, justo al lado del escenario. Para ser un domingo al mediodía, había más gente de lo normal, eso era porque era día de presentaciones y usualmente todo al que le apetecía puede subir al escenario a cantar.

—La primera vez que me subí a un escenario fue acá, ella quiso subir a interpretar una canción en el piano y como yo no quería quedarme sola sentada subí con ella. Creo que arruiné un poco su presentación, pero no olvidaré jamás los aplausos y su sonrisa al terminar de tocar.

—El chico no lo hace mal—me dijo segundos después, un muchacho de unos treinta años con una gorra verde y una trompeta gigante terminó su presentación.

—Yo creo que tú lo harías mejor.

—No se tocar el saxofón.

—Me refiero a una presentación.

—Soy demasiado cobarde como para volverlo a intentar.

Me apenaba que no fuera capaz de enfrentar sus miedos, que no confíe ciegamente en su talento, me apenaba no saber cómo ayudarlo, porque definitivamente él se lo merecía, merecía que le dieran lo mismo que él me había dado cada vez que lo necesité.

Me había mirado, escuchado y dado espacio sin reprochar ni juzgar. Me gustaría por primera vez, ser tan buena amiga como lo había sido él.

—Hay algo que todavía no me has dicho.

—¿Qué jamás me habian arrstrado a un lugar así?

Negué con la cabeza.

—¿Cuándo me ibas a decir que estas saliendo con Colette? Los vi ayer.

—Y tomaste demasiado como para recordar bien.

—Estoy muy segura de lo que vi. Le estabas coqueteando.

—¿Esos son celos?

—Curiosidad—corregí.

—Lo que digas —sonrió —Aunque Colette me parece una chica muy bonita.

—¿Y Kate?

Él se quedó en silencio un momento, aunque a mí me pareció una eternidad. Comprendí que todavía el tema resultaba incómodo para él.

—Ya asimilé que jamás vamos a sentir lo mismo. Nunca va a verme con los mismos ojos que la veía yo.

No sonaba rencoroso, pero sí algo triste. Me mordisqueé los labios, nerviosa, porque esa confesión hacía que otra pregunta divagara por mi cabeza: ¿Y si ahora que su corazón dejaba de centrarse en Kate, sus ojos comenzaban a fijarse en Colette? Me quedé en blanco. Vaya. Esa posibilidad no me gustaba nada.

—Voy a lavarme las manos, pide por mi —mascullé, dejando el móvil en la cómoda y dándole la espalda. Tenía que haber algo que me distrajera. Lo que fuera.

Vale, al diablo el plan de fingir que no me importaba una mierda. Perdí las ganas de bromear en segundos. Caminé hasta el fondo del local rumbo a los sanitarios, entré y me lavé las manos con agua fría, olvidé que no traía maquillaje y levanté la vista alarmada temiendo tener los ojos igual a los de un mapache, pero un suspiro alivianado salió de mis labios al recordar que había salido de su casa con la cara lavanda. Era la primera vez en mucho tiempo que lo hacía, el maquillaje siempre me había dado seguridad.

Cuando salí del baño, me encontré con la pizarra verde de programación, aquella en la que se inscribían todos los que quieren subir al escenario. Un sentimiento de nostalgia me inundó el pecho, había venido seguido desde la muerte de Anabel, pero había sido incapaz de volver a cantar en este mismo espacio que algún día ella también utilizó.

—¿Estás enfadada? —me preguntó apenas me siento de nuevo.

—¿Yo? No, claro que no. No tengo razón de hacerlo, es tu corazón el que terminará roto, no el mío.

Asintió, sonriendo apenas con las comisuras de sus labios levantadas. Pero había algo distinto en esa sonrisa. Era como si estuviera pensando en algo. No me dejaba mucho tiempo para analizarlo.

—Hemos estado repasando para los exámenes todas las tardes en la biblioteca, siento si no he podido pasar mucho tiempo contigo esta semana.

—Descuida.

—La primera vez que me habló, yo también creí que tramaba algo. Soy nuevo, no idiota y mis oídos son buenos, había escuchado varias cosas de ella por los pasillos. Colette no tiene la mejor de las reputaciones—confesó —También me habló de ti, me dijo que habían sido amigas.

—Ya pasó mucho de eso.

—Me mostró una foto de cuando eran pequeñas.

Ay, Colette.

Sentí mis mejillas enrojecer.

—No me habías dicho nunca que usaste gafas. —añadió.

—Ahora uso lentillas. —expliqué.

—Pues te quedaban bien.

—Pero no podía ser parte de las animadoras si las usaba. No sabía que todavía guardaba esas fotografías.

—Es bastante agradable hablar con ella, solo hay que conocerla.

—Lo que digas.

—Es sorprendentemente inteligente, y está interesada en una universidad de robótica en Colorado ¿lo sabías?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.