Cantame cien veces

41. El último punto de la lista.

Cinco días estaban conformado por ciento veinte horas y probablemente más de cien mil minutos. Cien mil minutos que te apuñalaban de a pequeñas cuchilladas el estómago cuando sabes que al llegar al minuto cero, estarías sobre un escenario frente a un mundo de personas y con tres jueces que decidirían si tienes o no material suficiente para ganar una de las mejores competencias de las que habías participado en tu vida.

—Definitivamente iremos con el piano. Lo probable es que más de la mitad se decidan por la guitarra—Manifesté.

Eran casi las cinco y media de un lunes, y delante de mí, a menos de medio metro sobre la cama, Hayden me miró asintiendo.

—En eso estamos de acuerdo —concordó mientras ordenaba correctamente las partituras sobre el astil que tenía frente al órgano eléctrico.

La camiseta de los Pink Floyd morada hizo que sus brazos blancos se vieran más tonificados que normalmente. Me sorprendí a mí misma varias veces viéndolo.

—Deberíamos haber ido a casa de tu tío para practicar con el Stainford. —Oí que me dice cuando termina con las partituras.

—Antes del viernes te prometo que lo hacemos—le aseguré, lo consideró un momento, observándome. Después, empezaron a sonar las notas. Fruncí el ceño.

—¿Por qué tengo la sensación de que hoy eres el que está con la cabeza en un mundo aparte?

Él se detuvo un momento con la pregunta. Miró su libreta, que permanecía entremedio, y después llevó sus ojos hasta los míos. Su rostro estaba cargado de duda.

—Creo que es una mala idea enviar mi solicitud a Juilliard.

—¿Si lo pensaste?—sonreí con ganas, pero luego al instante la realidad de lo que había dicho me borró la sonrisa—Espera, ¿Como que mala idea? ¡Pero si es genial! Deberías haberla enviado hace rato.

—Toda la vida pensé que entraría a Duquesne con una plaza para instrumentista, que ahora quiera probar suerte con Juilliard sin tener ni siquiera referencias es una pésima idea. Y Kate me hizo entrar en razón.

La frente se me arrugó con fuerza.

—¿Como que te ha hecho entrar en razón?

—No te ofendas, pero todavía me conoce un poco más que tú.

—¡Obviamente que me ofende! —mascullé—Pero no que ella te conozca más. ¡Sino que tú no te conozcas a ti! ¿A quién le importan las referencias si tienes un block de notas llenos de canciones magnificas que podrían encantar a cualquier disquera, no necesitas referencias, ¡Una beca en Juilliard será tu mejor referencia cuando salgas de allí!

Él dejó de fruncir el ceño, pero no despegó sus ojos de mí cuando yo los clavé en él.

—No lo sé, no estoy seguro de...—las palabras se desvanecieron en su boca—Duquesne es un camino más fácil de acceder e incluso era un hecho que yo asistiría ahí con Kate, no puedo dejarla varada solo porque ahora una idea tonta se me haya cruzado en la mente.

—La cosa está en que no deberías renunciar a tu sueño por lo Kate dice, al igual que ella no debería hacerlo por ti —insistí—. A ti te gusta componer, Hayden, ya te lo dije. Es obvio solo con recordar la imagen de ti en el escenario de aquella vez. Y no deberías renunciar a esa imagen por nadie. ¿Me pedirías tú que dejara mi sueño solo porque Maxwell o mis amigas ya no están en esos planes?

Ladeó la cabeza.

—Entonces no lo hagas tú. Sueña en grande, cree que mereces algo grande. Porque así es.

Había un momento de silencio. Él tardó unos segundos en reaccionar.

—Soñar en grande—repitió después—No pensé que fueras soñadora.

—Claro que lo soy. Vivo por creer que todas las personas tarde o temprano cumplen su sueño.

—Pero nunca me dijiste cual era el tuyo. ¿Ser cantante?

Fue mi turno de quedarme descolocada. Fruncí un poco el ceño, confusa.

—Quiero tener mi propia disquera algún día, y que con ella pueda ayudar a cumplir el sueño de muchas otras personas como yo.

—¿Me darías trabajo si voy allí a vender mis canciones?

Me lo pensé unos segundos.

—Solo si son buenas.

Empecé a reírme al ver su cara de indignación.

—Eres mala.

—La peor —acepté. Esbocé una sonrisa irónica y tardé unos segundos en volver a hablar. —Pero ahora hay que poner cabeza en la competencia. En mi mochila está mi libreta con un cambio que quiero hacer en la segunda estrofa.

Extendí mis manos hasta mi mochila, pero no fueron suficientemente largas para llegar a ella, Hayden me echó una ojeada rápida antes de girarse para atraparla él.

La cremallera de la mochila estaba abierta y se detuvo antes de tomar la libreta.

—¿Puedo abrirla?

—Ni se te ocurra —extendí mi mano para alcanzar mi mochila. —Hay cosas que no puedes ver.

Por un momento, creí que me había salido con la mía, pero su sonrisa me indicó que no.

Antes de que pudiera hacerlo, la separó con rapidez.

—¿Que son esas cosas que no puedo ver?

—Venga, basta de bromas—Lo intenté otra vez.

Alcancé a tomar una parte de la libreta al mismo tiempo que el jaló con la otra parte, y antes de que pudiera evitarlo, las hojas se abrieron hasta que una de ellas, se cayó sobre su regazo.

El alma se me cayó a los pies cuando descubrí cual era.

Y aún más cuando alcanzó a desdoblarla y leer rápidamente las palabras enlistadas.

La mirada de estupefacción que se dibujó en su rostro resultó ser aún más llamativa que la mía.

—¿Perder la virginidad?




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