Cantame cien veces

42. Conociendo de verdad.

Tardé unos segundos en contestar. Mi cerebro se había quedado en blanco.

Me hubiera puesto roja de no haber sido porque lo escuché reír suavemente y dejar el papel sobre la cama sin darle más importancia.

Eso y que me había quedado mirándole los labios, medio atontada. Pero, de todos modos, me obligué a reaccionar y crucé los brazos.

—¡No tenías por qué entrometerme en mis cosas!—Le golpeé el brazo.

Tuve una pequeña disputa de sentimientos encontrados, su falta de importancia me estaba provocando tanto oleadas de satisfacción como de enfado. Al final, opté por el enfado y le quité mi libreta de las manos para dejarla a los pies de la cama.

—Debí haberla botado apenas terminé de escribirla —añadí—era una estupidez, yo...

¿En qué estaba pensando cuando supuse que era una buena idea escribirla? Sin duda no pensaba con claridad. Aunque pocas veces lo hacía.

—A mí no me parece una estupidez. —interrumpe—Pro me cuesta creerlo. Es decir, claro que te creo, pero como estoy hasta las manos de oír tonterías por los pasillos.

Pasillos, corredores, sanitarios. Sí, yo también las escuchaba. La genta ya no se molestaba ni siquiera en esperar a que yo no estuviera ahí.

—Esa gente nunca me conoció. —declaré.

—Lo sé. Por eso jamás creí nada—su vista volvió a mis manos, más bien a lo que sostenían todavía—¿Te molesta que lo sepa?

—No me agrada.

—Pues a mí me gusta saber que te estoy conociendo de verdad. —Lo miré con pocas ganas —Debería ver qué otras cosas están escritas en ese diario.

Mis sentidos se pusieron en alerta con solo pensar en lo que eso quería decir.

—¿Qué? No—di un paso atrás. —Hablo en serio ¡Ni se te ocurra!

Pero no me hizo caso. Adelantándose a mis movimientos, salté de la cama de un solo arrebato, pero él fue más rápido.

Apartó el órgano eléctrico y se estiró hasta tomar uno de mis brazos y tirar de el. Fui capaz de agarrar uno de los cojines para apartarlo, pero lo esquivó con rapidez dejándome sin armas. Cuando me di cuenta, ya estaba en desventaja, defendiéndome con una sola mano mientras que con la otra, apretaba con fuerza el diario.

Intenté agarrar otro cojín refugiando la libreta tras mi espalda, pero el agarró mi brazo. No pasaba por alto lo radícula que le resultaba mi fuerza bruta. Cuando mis dos brazos estuvieron a su merced, una sonrisa burlesca se le formó en los labios.

Conocía esa sonrisa.

—¡No! —intenté liberarme—¡No te lo permito!

—No necesito tu permiso—sonrió, empezamos a forcejear mientras el intentaba por todos los medios encontrar el lugar donde las cosquillas me debilitaban.

Ninguno se percató de la cercanía que nos amenazaba. Sus rodillas y las mías, las caderas, el pecho... todo más unido de lo normal. Y sus manos sujetando mis muñecas a ambos lados de mi cabeza no ayudaban.

Involuntariamente, mi mirada se clavó en su pecho agitado, la garganta se me secó cuando zafó una de sus manos para bajarla hasta mis costillas y buscar el punto débil de mis cosquillas.

El cuerpo se volvió demasiado consciente de lo cerca que estaba. Se removió un poco y contuve la respiración, cuando levantó la vista y se percató, su sonrisa también se borró. De hecho, había adoptado la misma expresión que adoptó aquella vez que lo besé y me detuvo un momento para luego continuar el beso. Incertidumbre, miedo, ganas.

Clavó la mirada en mis labios al momento que estos se entreabrieron.

Y me percaté.

Él quería besarme. Tanto como quería hacerlo yo.

Tanto como un amigo no debería tener ganas. Pero al diablo, ¿Por qué los amigos no podían besarse si dentro de los más profundo de sus cuerpos el deseo les ganaba?

Y es por ese destello de impulsividad fue que terminó sucediendo.

Por segunda vez, era yo la que colocaba mi mano en su nuca y lo empujaba hasta que la distancia fuera escasa, y como aquella primera vez, a él le tomó por sorpresa, pero accedió a dar el primer paso, colocó una mano en la parte baja de la espalda, tirando de mí hasta que ya no existió distancia.

Se me olvidó por qué ya me estaba arrepintiendo cuando tomó el relevo del beso. Mi corazón empezó a aporrear mi pecho y mi sistema nervioso empezó a mandar descargas eléctricas por todo mi cuerpo, especialmente en la punta de mi estómago y dedos.

Sus labios resultaban suaves y demandantes, tal y como yo recordaba que lo habían sido. Flexioné las piernas y acomodé mis manos a los costados de su espalda al momento que sentía la calidez de su cuerpo acoplarse con la mía.

Me dejé llevar por el sabor de su boca y sus manos tímidas que bajaron por mi cintura y se quedaron allí jugueteando. La vocecita molesta de mi cabeza que decía que esto había que detenerlo, resonó con segunda vez con fuerza, pero el resto de mi cuerpo decía «A la mierda» y decidí hacerle caso al cuerpo.

Mis manos se fueron con atrevimiento al hueco de su camiseta. Pero cuando quería hacer más de lo que la vocecita decía que no hiciera, sus manos me tomaron de las muñecas y me cortó el beso.

—No quiero aprovecharme.

El cuerpo se le tensó de arriba abajo y retiró la mano, pero mantuvo el otro brazo a mi alrededor, girando la cabeza a un lado.

—¿Eh? —me quedé cortada.

—No sé qué se me pasó por la cabeza, pero no es correcto. Se que somos amigos y...

—Yo no pedí que dejaras de hacerlo.

Esperé, tensa, a que reaccionara de alguna forma; para bien o para mal. No me importaba. Pero que reaccionara en lugar de quedarse mirándome fijamente de esa manera.

—No quiero que pienses que lo estaba haciendo solo porque mis cosas se arruinaron con Kate.

Y la patada me llegó directo al estómago, aparté la mirada, incómoda. De pronto, sentía la imperiosa necesidad de ya no tenerlo cerca. Y de alejarme de él tanto como pudiera.

—Jamás habría pensado eso.

La voz me salió ligera, pero cargada de sentimiento. Él no se dio cuenta.




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