Cantame cien veces

47. Estás siendo injusta conmigo.

—¡¿Vas a salir o comienzo a pensar que te has muerto en la bañera?! —Kate aporreó la puerta con fuerza.

Ya le gustaría a ella que eso sucediera.

Pero para su desfortunio, no tengo complejo de Aaron Carter en mis venas.

Ni tampoco su mala suerte.

—¡Estoy terminando de ducharme! —avisé.

—¿No pierdes hacerlo más rápido?

—Te hubieras metido primero tú. Yo te lo advertí.

—¡Dijiste que demorarías solo una hora!

—Una hora duchándome —corregí—Aun me falta maquillarme y elegir que peinado me quede bien.

—¡Ashley! —Volvió a aporrear la puerta.

Me miré al espejo con una pequeña sonrisa. No negaría estar tardándome intencionalmente más de la cuenta.

Pero ella se lo había buscado, en las únicas dos horas que habíamos sido forzadas a compartir juntas, ya se había apropiado de la cama más grande y quejado de la forma en la que guardaba mi ropa en los cajones.

—Si tanto te molesta, puedes ir a ducharte a otra habitación—protesté. Y mientras secaba mi pelo con un toallón, escuché como soltaba peroratas de la buena convivencia. Encendí el secador.

Dejé de escuchar su voz y me fijé en mi apariencia desde el espejo.

Odiaba mi pelo. Siempre había querida ser rubia y a los catorce años me lo tinté por primera vez. Luego, a los quince alguien me hizo un comentario de que el pelo liso era soso y aburrido y comencé a rizármelo cada mañana. Ahora, dos años después la chica rubia de pelo rizado no reconocía su apariencia en gafas y sin una gota de labial o máscaras de pestañas.

Terminé de peinar mi pelo y me lo até en un moño alto, me coloqué las lentillas de contacto y pasé varios minutos probando diferentes colores de sombras y labiales. Me decidí por uno que combinaba bien con mi falda color crema y salí del baño.

Kate no estaba allí.

Pero la habitación no estaba vacía.

Intenté no poner mala cara con todas mis fuerzas, pero no pude evitarlo. Hayden estaba de cara a la puerta del baño, sentado a los pies de la cama de su mejor amiga.

—¿Qué haces aquí?

Se formó un silencio muy tenso a nuestro alrededor cuando pasé por su lado en dirección a mi cama y a mi valija a medio desarmar sobre esta.

—Pensé que era Kate la que se estaba duchando. ¿Dónde está?

—No lo sé.

No me giré para devolverle la mirada cuando noté que clavaba los ojos en mi perfil. Una parte de mí no se atrevía a hacerlo. Me retorcí los dedos sobre la valija mientras buscaba mis zapatos.

—¿Podemos hablar?

—No creo que haya algo de que hablar. — Ignoré categóricamente la mirada que tenía clavada en mi nuca.

—Estas siendo muy injusta.

—¿Injusta yo? —casi me eché a reír—Me dijiste que no dejara que otro chico me tratara igual que Maxwell, y tu hiciste lo mismo que él.

—¿De qué hablas?

—Los dos me utilizaron. Solo que al menos él se esforzó en disimularlo, tu aceptaste que Kate jamás sentiría algo romántico por mí y me utilizaste para olvidarla.

Me pregunto si todo lo que hizo durante los últimos meses fue para llenar ese vacío. Si aquella conversación después del baile, los recesos en el auditorio, las tardes con Sarah...si todo había sido una distracción y un intento por su parte a desenamorarse de ella y fijarse en mí.

—Jamás hice hizo. ¿Como podría? Yo no quise...

—Pero lo hiciste. Y después de que me besaste te diste cuenta que yo jamás sería Kate, por eso volviste corriendo a por ella cuando tuviste la oportunidad.

—¿Estás enojada conmigo por celos?

Eso me sienta como una patada en el estómago. La conversación que acabamos de tener no ha servido para nada.

—¡Estoy enojada porque me gustas y lo único que haces es confundirme más! —admití. —Y ha sido un error creer que existía la posibilidad de que sintieras lo mismo por mí.

Me di la vuelta y me alejé de él rápidamente hacia la puerta de la habitación.

—La competencia ya ha terminado, Hayden, ya no hace falta que intentes ser amable conmigo.

Me tembló la mano cuando giré la perilla y me largué de allí. Lo dejé solo en la habitación y caminé con rapidez por el pasillo desolado para no tener que encontrármelo de vuelta en los asesores.

Apenas vi como la puerta de uno se abría, me introduje en él.

—¿A que piso vas?

Di un pequeño traspié.

Joder. Si el karma y yo todavía no nos habíamos vuelto amigos.

—Al mismo que tú, Max. Vamos a la misma cena—murmuré.

Lo vi estirar su mano tintada con el tatuaje de dragón que ya muy bien antes había visto y presionó el último botón de la fila.

Habíamos alcanzado a bajar hasta el segundo cuando, de repente, el elevador se detuvo con tanta brusquedad que perdí el equilibrio y mi espalda se golpeó contra el espejo de atrás haciendo tropezar y golpearme la rodilla.

Las luces de emergencia se encendieron y la música se cortó.

—Mierda—se quejó luego de escuchar el chillido de los andeles.

—¿Qué sucede?

Otro chillido más y nuevamente guardamos silencio.

—Creo que nos hemos quedado encerrados—concluyó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.