Pasaron tres minutos y no hubieron novedades. Todavía seguíamos allí dentro. Encerrados. En silencio. Con el hilo de incomodidad atado al cuello.
—¿Cuánto oxigeno nos queda? —preguntó.
Se llevó las manos a la cabeza y dejó que esta se reposara contra la pared.
—Mas del que me gustaría. —Era un elevador, no un ataúd pequeño. No íbamos a morir. —¿Has podido llamar?
Afortunadamente las luces de emergencia se habían mantenido encendidas —Mi teléfono no tiene batería.
—Yo he olvidado el mío.
Estaba tan rígida que no movía ni un músculo.
¿Cuánto podía demorar reparar un asesor?
Conté hasta treinta. Las luces de emergencia parpadearon dos veces y sentí como lentamente el elevador descendía nos centímetros. Arañé mis brazos con fuerza.
—¿No hay probabilidad de que esto se caiga, verdad?
—No hay probabilidad de que muramos en la caída—Corrigió.
Si mis cuentas no me fallaban, nos encontrábamos entre medio del tercer y segundo piso. Tenía razón, sería imposible morir, pero nada nos impedía una caída traumática y posiblemente con algunas heridas.
—Oigan, ¡¿Hay alguien ahí?! —escuché como alguien gritaba. —Creo que el elevador se trabó, ¿no?
Para fortuna o desfortuna, una voz conocida.
Me levanté del suelo en dirección a la puerta y pegué mi oreja a la pared metálica.
—¡¿Hayden?! —llamé.
—Mierda, Ashley ¿Tú estás ahí?
—¡Y Maxwell también! —añadí.
Hubo un segundo de silencio.
—¡¿Estás con Maxwell ahí?!—gritó muy sorprendido —¡¿Solo los dos?! ¿No hay nadie más?
Me quedé confundida ante ese cambio de actitud. ¿Eran celos lo que escuchaba en su voz? Eso sería absurdo, solo estaba jugándome una mala pasada el corazón.
—¡Solo somos nosotros dos! —re apresuró a contestar Maxwell por mí, empujándome accidentalmente con el hombro y pegándose a la puerta también.
—¡¿Podrías ir a buscar ayuda?! Ninguno de los dos tiene celular—pedí.
Hubo un momento de silencio antes de escucharlo de vuelta:
—¡Iré a buscar a la señora Bett! No se alarmen ¡Los sacaremos enseguida!
Lo dejamos de oír, casi puedo asegurar que sí alcancé a oír sus pasos alejándose por el pasillo. Ya habíamos hecho todo lo podido, ahora solo quedaba esperar a que alguien lograra sacarnos de allí dentro.
Para suerte nuestra, en los siguientes minutos, el ascensor volvió a moverse ni las luces parpadearon de vuelta.
—¿Qué es eso? —Miré como las cejas del castaño se alzaban al mismo tiempo que miraba hacia los altavoces pequeños de mi derecha.
—Ha vuelto la musiquita.
—No voy a soportar escuchar por más de media hora esa melodía de Jazz. —concluyó, mientras yo pasaba por su lado para sentarme en el piso.
—Lo sé. ni Jazz ni blues. Esa es música de ancianos. ¿Verdad? —recordé vagamente el recuerdo de sus labios pronunciando esa oración.
—Siempre odié el jazz porque mi abuelo lo ponía a las seis de la mañana cada sábado. Ahora que ya no está, lo extraño bastante. El jazz no es tan malo ahora.
Sus piernas se deslizaron hasta el piso.
Estiró sus brazos y desabotonó los primeros tres botones de su camisa. Ese pequeño elevador de 4x4 era un horno humano sin ventilación.
—Te has hecho un tatuaje. —observé con más atención la tinta negra de su pecho.
—Alas de ángel. Me lo hice por él. —explicó.
—De verdad siento lo que le pasó. Nunca tuve el placer de conocerlo, pero sé que era una persona importante para ti.
—Le habrías caído bien. Me apena mucho que en todos estos años, poca gente de mi circulo lo haya conocido.
—¿Como fue el funeral? —me atrevo a indagar aun sabiendo que es probable que cambie de tema.
—Discreto y lleno de lirios. La tía Ann compró muchos porque dijo que también eran los favoritos de la abuela. Ahora descansan juntos, y al menos eso reconforta un poco el luto.
—Siento no haber podido ir. —intento decirlo como si nada, pero se me han tensado los músculos.
—No era tu obligación, Ash.
—Pero me hubiera gustado.
—A mí también.
Me clavé las uñas en los brazos. No sabía si me gustaba oír eso. No me gusta que sonara tan sincero.
—¿Qué vas a hacer ahora que nada te ata a Pensilvania? ¿Irás a la universidad?
Ladeó la cabeza.
—Cuando empiece el verano iré a vivir con a ti Ann a Colorado y conseguiré un trabajo allí. Es lo mejor para mí, no me gustaría seguir estando solo y Pittsburgh ahora me resulta muy vacío.
—¿Y Kate? ¿Como se tomó la noticia?
—Ella también sabe que es lo mejor para mí.
—¿Lo han dejado, verdad?
Maxwell hundió los hombros y, por fin, clavó de nuevo su mirada sobre mí. Retrocedió para apoyarse en la pared.
—Las relaciones a distancia son una mierda.
Nos quedamos en silencio unos instantes y al levantar la cabeza su mirada nostálgica había cambiado.
—Siento todo el daño que te hice. Te lastimé y nunca mereciste eso. Siempre fuiste mejor persona y no supe valorarlo. —Soltó y la disculpa parecía sincera.
—Yo intenté besarte. —recordé mientras estiraba las piernas.
—No me disculpo por eso, sino por todo lo demás. Fui un asco como novio, todavía peor como ex.
—Me dolió mucho que no hayas querido escucharme cuando quise darte explicaciones.
Se pasó las manos por la cara y por el pelo con consternación.
—Supongo que en su momento no lo pensé con solidez.
—Oí que te habían echado del partido de aquella vez por pelearte con compañeros del equipo. No quiste hablarme del tema porque la pelea era por ella, ¿verdad?
Él se queda mirándome como si todavía no terminara de asimilar la manera en la que estoy dirigiéndome a él. No me extraña. No era así cuando salíamos. Con tal de seguir viviendo dentro de mi burbuja feliz, yo jamás fui capaz de reclamarle algo. Mi yo de ahora quiere ser distinta. Menos discreta. Menos sumisa.
—En los vestidores alguien hizo un comentario vulgar sobre Kate y exploté. Fue cuando caí en la cuenta que me gustaba. Y me sentía culpable porque te estaba traicionando a ti. Cuando el día del baile surgió lo de la foto, sentí que tú también me sabas traicionando a mí, que solo yo estaba comiéndome la cabeza y enfurecí sin sentido.