Enfadarse y saber que te habías enfadado por una tontería era una combinación terrible. Más aun cuando no querías dar el brazo a torcer, pero deseabas mucho que las cosas volvieran a ser igual a como lo eran hace veinticuatro horas antes.
Me había molestado con Hayden al enterarme que me había ocultado lo de Juilliard porque no quería caer en la cuenta que, pasada esas dos semanas, lo perdería, que todas esas fantasías que mi cabeza había idealizado como las citas y las salidas de verano juntos se quedarían solo así, como fantasías. Estaríamos a cuatro estados de distancia, íbamos a estar lejos mucho tiempo, el pasaría su semestre en Nueva York y yo en Illinois, el estaría en su primer año de universidad y yo luchando para trabajar en mí misma. No quería hacerlo sentir estacado por mi culpa, quería lo mejor para él aunque eso hubiera ameritado ocultarle la verdad en un principio. Lo había hecho por él, porque era lo correcto, él me había ayudado mucho, se lo debía. Por una vez, era mi turno de devolverle el favor y priorizar su éxito.
Aunque eso significara dejar a medias una promesa.
Tener que poner un pie en el KMH sabiendo que aun habían miradas y comentarios amargos era todavía peor. Mi publicación en Instagram había servido de ayuda, pero no lo suficiente para que la situación se solucionara del todo. Recibir mensajes de apoyo y comentarios bonitos era algo que no esperaba y que sí me alentaban un poco más a presentarme a clase ese día. Pero toda el autoaliento y las palabras de empoderamiento, se esfumaron apenas crucé la puerta de entrada y escuché la conversación de un grupo de amigos.
—¿Qué hace todavía aquí? —vi por el rabillo del ojo como me señaló —Yo no tendría la cara para aparecer en clase.
—A mí me daría un poco de incomodidad tenerla cerca.
Su amigo me miró, y lo hizo tan intensamente que casi tropecé con mis propios pies allí mismo. Cuando cayó en la cuenta que lo había oído, tomé aire y aparté los ojos de él.
—Si te molesta perfectamente puedes no entrar al examen. Al fin y al cabo, tampoco es que seas una listilla de matemáticas —le espetó alguien detrás de mí.
Reconocí su voz al instante e internamente le agradecí. Porque defenderme públicamente todavía no era algo que se me diera bien.
Su voz imponente hizo que el grupo de amigos cerrara la boca y decidiera irse. Cuando quedamos solos en el pasillo me volteé hacia Max.
—Gracias.
—No hay de qué. —me dedicó una sonrisa.
—En serio que no tienes porqué molestarte.
—Ellos tampoco tienen una razón y aun así lo hacen. —se encogió de hombros— La gente se está volviendo bastante mierda aquí dentro.
—Lo bueno es que solo quedan horas para dejar de verles las caras. — comenzamos a encaminarnos hacia la derecha. Yo iba rumbo al examen de química, él seguramente a otra clase que no compartíamos.
—¿Te veré en la graduación?
Cuadré los hombros, tratando de no parecer tan tensa.
Pero él sabía lo fácil que era tensarme en situación como esa.
Que con una sola mirada, caería rendida.
—Dudo que vaya. No pienso ir sola y mucho menos a ser la comidilla de rumores. —admití.
Alzó las cejas y cambió la mirada hacia mí durante unos segundos.
—¿Sola? Creí que...
—Nos hemos peleado. —me adelanté a su pregunta. También lo conocía bien.
—Vaya, se veían bien juntos. De verdad—confesó—Aunque seguramente nada pueda ser tan fatal para no encontrar solución.
—No lo sé. No depende solo de mí.
—Tu verás. Hasta luego, y espero verte allá. —se despidió de mi cuando llegamos al último salón del pasillo.
Entré al salón de química y me senté en el último pupitre, sentí un par de miradas clavarse en mí nunca pero ningún comentario se hizo, al menos de esa forma algo me garantizaba que mi publicación en Instagram había ayudado un poco. La profesora Benson hizo acto de presencia y comenzó el examen, durante los siguientes cuarenta minutos, mi cabeza solo se enfocó en los alquenos y alquinos de la química orgánica.
Me había ido fatal.
Agradecía haber tenido un promedio de 9.3 durante todo el año que poco fuera afectado por un insatisfactorio en la última prueba del año.
El timbre sonó dos minutos después de haber podido salir del examen y los corredores no tardaron en llenarse antes de darme la posibilidad de llegar a mi casillero.
Oficialmente lo vaciaría para ya no volver allí.
Comencé a guardar mis libros dentro del bolso y a despegar las calcomanías y fotografías que habían decorado la taquilla durante cuatro años; fotos viejas con Max, algunas del día que gané las elecciones estudiantiles, campeonatos de porristas, Brittany abrazándome y yo abrazando a las gemelas.
El estómago se me encogió un poco cuando despegué la última fotografía.
Una de Brenda conmigo.
Quiero que cada vez que veas esta foto recuerdes lo mucho que te quiero. Con amor, Brenda. — leí la dedicatoria trasera.
Cuando nos graduáramos y tomáramos caminos separados, habíamos prometido que la distancia no nos iba a afectar. Yo estaba segura que eso no sería así, pero al final resultó que esa promesa tenía una fecha de caducidad que ya se había cumplido.
—Cuando no puedes pisotear a alguien, hacerlo con su fotografía resulta terapéutico y gratificante—escuché detrás de mí.
Era el día de los reencuentros incomodos. O nostálgicos. Quizá nostálgicos fuera una manera mejor de describirlos.
—No quiero imaginas como deben estar mis fotos en tu anuario. —me quejé.
—Solo unicejas y bigotes desarreglados—Admitió.
Sonreí ante su broma. Esperaba que fuese una broma. Pero cuando se mantuvo seria y con las cejas alzadas, supe que no lo era. Giré del todo para ver a Colette mejor, llevaba consigo una caja pequeña llena de portafolios y una laptop vieja.
—Veo que también estás desmantelando tu casillero.
—Hoy fue mi última prueba. Así que oficialmente me gradué. Y obviamente, estaré por encima de ti en el cuadro de honor.