Cantame cien veces

54| Los miedos que hablan por uno mismo.

—Bueno, pues esta ha sido nuestra última sesión —Concluyó la doctora Morgan el jueves por la mañana.

Habiendo pasado ya cinco meses, esa cantidad de tiempo me parecía todavía desmesurada.

—Agradezco mucho el trabajo que has hecho conmigo. —Me sinceré, y era un agradecimiento verdadero, con la doctora Morgan había aprendido y dejado atrás muchas cosas.

—Fue un placer. Y te deseo lo mejor en ese campamento—sonrió. —me alegra que tu padre se haya ofrecido a llevarte, te vendrá bien pasar tiempo con él ahora que las cosas cambiarán considerablemente.

Intenté esbozar una sonrisa igual a la suya, pero lo mejor que me salió fue una mueca que ella fácilmente notó. Dejó que sus lentes resbalaran un poco por su nariz antes de preguntar:

—¿Qué es lo que sucede?

—¿Cuál es la mejor forma de volver a hablar con alguien que seguramente esté enfadado contigo?

Lo solté al fin, dando voz a la pregunta que me había estado reconcomiendo desde ayer a la noche. —¿Por qué piensas que esa persona está enfadada?

—Porque lo traté de incomprensivo y egoísta cuando me dijo que dentro de dos semanas se iría a Nueva York.

—¿Y tú crees que lo ha sido?

—Yo también le oculté lo del campamento. Pero porque creí que era lo mejor para no estropear las cosas en Londres. Me gustaría que persiguiera su sueño de ser compositor, y sé que Juilliard es su mejor opción. Sé que, si se lo hubiera dicho, ¿bría atrasado su ingreso también ¿Qué se hace cuando se está en medio de dos caminos distintos?

—La mayoría de la gente elige el más sencillo. Pero el secreto está en elegir el que da más miedo. —Aseveró como si fuese una verdad universal. Sobre mí, la afirmación calló como una losa.

—No quiero perderlo, pero tampoco sentir culpa por arruinar su sueño.

—A veces decidirse por un camino no significa renunciar del todo al otro—explicó—. Puede que tardes un poco más en llegar al destino, pero cuando lo haces, estarás completamente seguro de estar preparado para ello.

Cada frase que soltaba me sonaba a código secreto, a encerrona. Podía notar un sudor frio trepando por mi espalda mezclado con la duda, era como si estuviese siendo examinada y desconociese las respuestas correctas.

—Me siento culpable porque una parte de mi le gustaría tener más tiempo para demostrarle que podemos intentarlo y que nuestra relación puede ser fuerte. —comencé —Pero no lo tenemos, y sé que no puedo pedirle que me espere o que renuncie a la idea de salir con otras chicas. Solo que...demoramos tanto en poder estar juntos, que ahora que al fin podemos, estamos en una cuenta regresiva para que se marche de Pittsburgh. Y no quiero que se vaya y se olvide de mí. No ahora que por fin lo logramos.

—El amor no es una jaula, no estás liberando a nadie cuando "lo dejas ir" porque esa persona debe sentirse libre desde el minuto uno. Le estás dando el espacio que necesita para que crezca y se enfoque en sí mismo. Si ese chico siente lo mismo que tú, no dudará de ir a buscarte cuando haya logrado su objetivo de trabajar en sus propias metas. Tampoco es una decisión que puedas tomar tú. Pero si puedes y hablar con él para decirle expresamente lo que sientes, y que de esa forma, él pueda tener todas las perspectivas que necesita para tomar una decisión.

—¿No puedo posponer el campamento? —pregunté.

—¿Realmente quieres ir? —rebatió.

—Quiero admitir que al principio odié la idea, pero luego de leer el folleto y las reseñas, de verdad me hace ilusión conocer gente que haya pasado por lo mismo que yo y que puedan ayudarme a superar todo esto. No creo que de otra forma pueda volver a recuperarme a mí misma.

—Entonces tu tampoco deberías de posponer tus prioridades. —manifestó —Te servirán para darte cuenta cuan fuerte es lo que sientes tú. Cuando salgas de ahí verás las cosas con una perspectiva distinta, y sea cual sea tu decisión final, será la correcta.

Me sentía como un relámpago, ese que se mostraba resplandeciente y fugaz, que llegaba a inundarlo todo, pero nunca llegaba a convertirse en rayo, nunca lograba el estallido, nunca alcanzaba el éxtasis de su ser. Siempre estaba a medias, daba un paso, mostrando a los demás ese lado nuevo y después.... Después me acobardaba. Después dudaba si lo estaba arruinando todo y en efecto, terminaba arruinándolo por miedo. Por no encontrar las palabras exactas en el momento adecuado.

Aunque ni existan las palabras exactas o los momentos adecuados.

Así que, cansada de quedarme con las palabras ahogadas en la garganta producto del miedo, hice de mi mano un puño y tomé una bocanada de aire. Luego toqué el timbre y esperé a que la puerta se abriera.

Esperaba que Hayden estuviera en casa, aunque para ser sincera, sería extraño que no lo estuviera. Los nervios se me incrementaron cuando escuché la cerradura ser abierta.

—Hola. —me miró sorprendido. Llevaba una playera de The doors en negro. Y para ser pasado el mediodía parecía bastante adormilado. —No sabía que ibas a venir.

Sentí la boca pastosa, la garganta seca y seguramente estaba roja como un tomate.

—¿Puedo pasar?

Abrió la puerta en su totalidad.

—La casa está un poco desordenada, estuve hasta tarde bajando esas cajas. —apuntó hacia el pasillo. en efecto allí vi un par de cajas empaquetadas y prontas para ser ya despachadas. —el camión recién viene a recogerlas la próxima semana.

—Supongo que estás ansioso. —De otra manera, di por hecho que no se habría apurado tanto en desmantelar su habitación.

—La verdad es que sí, he estado mirando fotos del campus y hace unos días me enviaron el formulario de actividades de preingreso y...

Se quedó callado, levantando la vista para clavar sus ojos en los míos, suponiendo que quizá llegaría ser un tema incomodo puesto que mi solicitud todavía no la había recibido.

—Sigue —intenté esbozar una sonrisa —. Me alegra verte contento.

—No quiero que pienses que te lo digo para hacerte daño.




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