Realmente era un campamento. El folleto lo decía expresamente, pero hasta que no lo vi con mis propios ojos—las cabañas, los pinos rodeando toda la estancia, la fogata con los troncos que asemejaban asientos, y la fachada de madera con ventanales transparentes que dejaban ver un comedor—no caí en la cuenta de que realmente era un campamento a las afueras de la ciudad, lejos de todas las distracciones.
—Muy bien, ¿qué te parece? —preguntó papá.
—Se ve... fresco —respondí, tratando de disimular mi sorpresa.
—Estamos a más de dos horas de la capital y al menos cuarenta minutos del pueblo más cercano. Que no te asuste la distancia, es un campamento muy bueno.
—Confío en la señora Morgan, sé que será así —dije, intentando convencerme a mí misma.
Mi teléfono dejó de sonar hace dos horas. Al principio, durante el trayecto en coche, pensé que se iba a estropear por la cantidad de notificaciones que llegaban a mi pantalla. Pero cuando el reloj marcó las 11:30 AM, mágicamente, todas esas notificaciones desaparecieron. Tuve que contenerme y respirar varias veces para evitar ponerme a llorar. A esa hora, Hayden partiría en su vuelo, y hasta que no estuvo a millas del suelo, no dejó de buscarme. Eso dolía como mil infiernos.
La directora del centro, una mujer de rostro angelical ya entrada en edad, que había estado observando en silencio, puso una mano en mi hombro con suavidad.
—A veces, hay que dejar que el tiempo haga su trabajo. La distancia duele, pero es necesaria en muchas ocasiones para que aprendamos a valor el tiempo con nosotros mismos. Estos meses siguientes, no puedo prometerte que recuperarte será fácil, pero si puedo asegurar que encontrarás personas maravillosas que entenderán a la perfección lo que sientes y marcarán tu vida.
Asentí lentamente la realidad de la despedida dolía como una herida abierta, pero también había en sus palabras una chispa de esperanza, una luz que me invitaba a confiar en que, con el tiempo, ese dolor disminuiría. Solo necesitaba ser paciente. La sensación de vacío que me invadía era abrumadora, pero también me daba una especie de claridad: debía aprender a soltar, a dejar que el tiempo hiciera su trabajo.
La directora me miró con una expresión comprensiva y mientras veía a mi padre marcharse después de un abrazo contundente, añadió con suavidad:
—Recuerda que no estás sola. Aquí tienes a personas que te quieren y te entienden, y que en los momentos difíciles, siempre estaremos a tu lado. Solo tienes que abrir tu corazón y confiar en que, aunque ahora parezca imposible, el tiempo traerá nuevas oportunidades, nuevos comienzos.
Asentí de nuevo, esta vez con más firmeza. Sabía que no sería fácil, que el dolor y la incertidumbre seguirían acompañándome por un tiempo, pero también comprendí que, a veces, dejar ir es la forma más valiente de mantener vivo lo que realmente importa.
Es sano entender que hay finales que nos salvan.
Y otros que no tienen por qué tener punto definitivo.
N/a
SEGUNDA PARTE DE CANTAME CIEN VECES
Disponible en Wattpad, proximamente en booknet