Cántame tu canción

PROLOGO

 

Desde mi nacimiento hasta ahora no tengo ningún recuerdo de Sandra, mi madre, siendo cariñosa o agradable conmigo, siempre supe que yo solo era una carga, un error para ella; nunca se olvidó de recordármelo. Cuando era pequeña tampoco tuve amigos, solo éramos yo y el piano que había heredado de mi abuelo paterno, ah y mi padre.

Sandra y papá solían discutir mucho y casi todas las veces eran por mi culpa; ella siempre se quejaba de mí, que Beth no hizo su tarea, que Beth no sabe hacer caso, que Beth es una malcriada, que Beth esto, que Beth lo otro. Papá siempre me defendía, ella le recriminaba que él me consentía demasiado, y entonces los gritos empezaban. Cuando eso sucedía yo corría a esconderme en el armario de mi habitación, me tapaba los oídos y me ponía a cantar hasta que se oía el portazo de la puerta principal de la casa siendo cerrada; yo sabía que era Sandra, siempre era ella la que se iba. Entonces esperaba a que papá viniera a buscarme y me dijera que todo estaba bien.

Fue así hasta que tuve 7 años, entonces se divorciaron, ellos ni siquiera pelearon por mi custodia, yo quedé con papá, porque ella no quiso saber nada de mí. Sandra había quedado embarazada muy joven y se casó, no pudo hacer todas las cosas que quería, pues tenía que cuidar de su bebe y de su esposo. Entonces encontró ésta salida y la tomó, se marchó de nuestras vidas.

Yo estaba bien con papá nos habíamos mudado a una casa a las afueras de la ciudad, que tenía en el patio un inmenso roble bajo el que nos sentábamos (cuando mi padre no estaba componiendo nuevas canciones para el sello discográfico para el que trabajaba), y nos poníamos a cantar las que yo escribía. Sabía que él no era totalmente feliz, que todavía extrañaba a mamá, él realmente la había amado; me sentía muy mal por eso, sentía que el he hecho de que terminaran separados era mi culpa,  pero nunca se lo dije. A pesar de eso era feliz, sentía que mi vida marchaba bien. Hasta que todo se derrumbó. El día de mi décimo cumpleaños, papá fue a la empresa por la mañana, pues pasaríamos el resto del día juntos, mas no regresó; lo esperé toda la tarde y parte de la noche hasta que me quede dormida. Al otro día vino Rocío su asistente, con el cuaderno que él siempre usaba, en las manos y una de esas miradas que siempre traen malas noticias, me quedé viendo el cuaderno como por 10 minutos sin decir nada.

—Cariño, tu papá… —fue lo primero que dijo, pero no la deje continuar, no fueron necesarias más palabras. Él nunca dejaba que nadie tocara su cuaderno ni siquiera yo, siempre lo llevaba consigo. Le quité el cuaderno de las manos y corrí a encerrarme en el estudio de mi padre. Su corazón estuvo fallándole durante mucho tiempo y nunca lo supe, ese día solo ya no resistió. Los días después de ese me los pase encerrada en el pequeño estudio sentada frente al gran piano de cola que el abuelo me había regalado, con el cuaderno en las manos sin abrirlo, solo mirándolo sin poder creer que la única persona con la que yo contaba en el mundo y amaba más que a nada ya no iba a estar ahí para mí, no derramé ni una sola lágrima todo ese tiempo, pues eso para mí equivalía a aceptar que él ya no iba a regresar, y yo no quería aceptarlo.

Rocío se hizo cargo de todo. Había llegado el día del entierro y fue solo cuando empezaron a llenar de tierra el foso en el que estaba el ataúd con papá que entendí, que él realmente se había ido, que nunca más iba a volver.

Y lo odié por haberme dejado, por no cumplir con la promesa de que siempre me protegería, de que siempre estaría ahí para mí, por no haberme dicho que estaba enfermo, y luego me sentí tonta por haber llegado a sentir eso, porque sabía que él no tenía la culpa, que él solo quería protegerme a su manera al no decirme; me dolió mucho pero aun así no lloré, pensé que si llegaba a hacerlo lo defraudaría, y me prometí que nunca lo haría.

Prometí también que nunca más volvería a cantar o escribir ninguna canción, pues eso nos pertenecía a ambos y no me sentía capaz de volver a hacerlo yo sola.  

Después de eso con ayuda de Rocío busqué a una persona de la que no había sabido nada desde hacía mucho tiempo y que nunca siquiera llamó para saber de nosotros. A pesar de que ella se había portado muy mal conmigo, sentía que era la única que me podía conectar nuevamente con papá y la necesitaba por eso. Realmente puse todo de mí por encontrarla, por verla una vez más, no lo logré. Déjenme decir que para ese entonces yo aún era una niña, y una tonta por lo visto, por creer si quiera que yo le importaba y que querría volver conmigo.

No volví a pensar en ella. 

Hasta que la tuve de pie en la puerta de la casa de Rocío (que es quien se compadeció de mí y me trajo a vivir a su casa) pidiendo perdón y diciendo que quería llevarme a vivir con ella y su nueva familia, aunque no fuera capaz de mantenerme la mirada cuando hablaba y luciendo terriblemente incomoda. Verla ahí después de tanto tiempo no me causó ningún tipo de emoción, ni siquiera ver que estuvo a punto de llorar. Solo cuando dió un paso dentro de la casa hablando de la muerte de papá e intentara consolarme dándome un abrazo, que cabe precisar llegó siete años tarde, reaccioné y le cerré la puerta en la cara.



#44555 en Novela romántica
#7146 en Chick lit
#12029 en Joven Adulto

En el texto hay: familia, amor, cancion

Editado: 15.07.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.