—¡Que tonta!— Grité llena de furia mientras me colocaba mi última calceta.
Ya eran las 6:55 a.m y exactamente entraba a la escuela a las 7:00 a.m.
Porque solo una chica torpe como yo se queda dormida hasta en el último día de escuela.
Por suerte mi padre había quedado con llevarme a la escuela.
Así es, a mis 17 años todavía mi padre me lleva a la escuela.
Preparé mis últimos útiles y baje los escalones de mi casa lo más rápido que pude.
Tan pronto bajé mi padre arrancó el auto y me llevó hasta mi "querida" escuela.
Atravesé aquel pasillo tan frío como el clima.
Ya todos estaban en sus aulas así que no había alumnos.
Apresuré el paso y me dirigí hasta mi nueva aula.
—Buenos días, ¿puedo pasar?— Dije mientras tocaba la puerta, donde todos me veían, reían y murmuraban.
—Adelante— Me miró la profesora que tenía cara de molesta.
Miré a mi alrededor. Ya no habían asientos disponibles.
Mi única amiga no había ido a clases así que nadie me había apartado un asiento.
Tuve que sentarme en la pequeña banqueta que había para dividir a los alumnos del profesor.
Comenzó la clase. Y así tuve que escribir todo lo que dictaban.
Pasaron las horas hasta llegar el receso.
¡Genial!
Sin mi amiga aquí tendría que comer sola una vez más.
Me dirigí directamente hasta la cafetería, donde por ser respetuosa me despacharon al último.
Ya con mis alimentos en mano me dirigí hasta el salón.
Y gracias al destino se me cayó mi comida justo frente a mi salón.
—Que suerte la mía— Murmuré tratando de levantar mi desastre.
Los demás reían y reían. Parecían guajolotes.
—Ja ja ja, eso te pasa por tonta— Entre risas decía Josué, mi antiguo crush.
—Ja ja si...— Seguí la corriente para que dejaran de molestar. Lo cual fue sencillamente inútil.
Las horas pasaron.
Ya tenía banca pues la había ido a traer.
Y gracias a Dios mi sufrimiento había terminado.
Por fin me dirigía a mi casa.
—¡Adiós nerda!— Me gritaban desde el transporte público Josué con sus amigos.
Si, me dolió. Pero,¿que se le podía hacer? Después de todo ya he sufrido esto desde hace años atrás.
***
Por fin había llegado a mi hogar donde cálidamente me recibió mi madre.
—¡¿Porqué nunca me hablaste que venías hacía acá?! ¡Necesitaba cosas del mercado! ¡No eres más que una estúpida!
Me quedé en silencio y me dirigí hasta mi habitación para cambiarme de ropa.
—¡Y más vale que te apures a limpiar!
Bienvenidas queridas vacaciones.
Lo único bueno de mis vacaciones era sin duda muy especial para mí.
¡Por fin iba a recibir cursos de canto!
Mejor dicho iba a ir.
Después de tanto suplicar y suplicar a mis padres por fin logré conseguir su aprobación. ¿Cómo? Había ganado el concurso de canto en mi escuela y tendría que ir al concurso estatal.
Una larga historia que tal vez luego cuente.
Gracias a ese evento lograron por primera vez estar de acuerdo conmigo.
***
Ahí estábamos.
Mi madre, mi hermano y yo.
Frente aquella academia de música.
Eran las 7:00 p.m. Ya había preguntado anteriormente por los horarios. Así que llegamos a inscribirnos justo a tiempo.
Mi corazón no dejaba de palpitar tan rápido. Estaba tan feliz y nerviosa a la vez.
Entramos.
Estaba una señora de cabello negro atado en una coleta. Casi era igual de rizado que el mío.
—Buenas tardes— Sonrió de una manera casi angelical. —¿Se les ofrece algo?
Mi madre y ella empezaron a hablar sobre los cursos.
Yo estaba a lado de mi madre, pero no logré escuchar lo que hablaban porque me perdí observando el lugar.
Unos niños estaban practicando piano. Tocaban hermoso.
De repente mis ojos se quedaron viendo hasta aquel lugar fijo, donde se encontraban unas pequeñas niñas. Eran de canto.
Hay no. ¿Cómo me iba a ver a lado de ellas?
Dios, los nervios me comían. Por milésima vez me estaba arrepintiendo por una de mis descabelladas decisiones.
Traté de hacerle señas a mi madre para que ya no me inscribiera. Pero, era demasiado tarde. Ya lo había hecho.
—Apenas inició una clase, si gusta puede pasar— Añadió la señora finalmente.
Hice caso y avancé unos metros para llegar hasta ahí.
Me moría de la vergüenza. Yo tan grandota a lado de unas niñas.
Un hombre que estaba con la señora me acercó un banco para que me sentara.
Muy amables todos.
—Bien, empezaremos a vocalizar— Dijo mientras entraba y se sentaba frente a un teclado un hombre. Tenía el cabello lacio de color negro tan intenso como la noche, un poco desordenado pero digamos que al estilo "coreano", realmente no sé cómo explicarlo, he visto demasiados doramas y es con lo único que lo puedo relacionar.
Y tenía ojos un poco pequeños, levemente rasgados.
¿Él iba a ser mi maestro?