Con un poco de temor, me dirigí hasta la cocina, donde ella estaba.
—Madre, las clases de canto se cambiaron para hoy.
Ella tan sólo suspiro enojada y al parecer contuvo su enojo.
—Aja y qué.
—Bueno, pues yo tendré que irme en una hora...
Suspiró y me dió la espalda.
—Haz lo que quieras Emily.
No dijo más. Estaba molesta. ¿Porqué? No lo sé realmente, después de todo siempre es así.
Me retiré lo más rápido antes de que comenzara a gritar, y me dirigí a cambiar.
Colocándome una playera blanca con unos jeans negros y tennis blancos. Algo muy básico y cómodo.
Tomé mi mochila junto con un poco de dinero y salí de mi casa.
En veinte minutos llegué al centro de la ciudad. Tenía hambre, no había comido nada, así que decidí pasar a una tienda, donde escogí unas galletas de avena, mis favoritas.
—¿Emily?
Esa voz. Esa horrorosa voz que desgracio mi vida.
Con miedo giré a ver quién era.
Y era él, ese monstruo de persona que se aprovechó de mi.
—Oh vamos querida, no pongas esa cara. Sé que me extrañaste pero vamos— Dijo sonriendo sarcásticamente.
—Callate Ryan. No te extraño ni nunca te extrañaré.
Bufó una risa y se puso a mi lado.
—Buenas, oye ¿me podrías dar una caja de condones?
Maldito. No ha cambiado en nada.
—¿Qué? ¿Celosa?— Dijo sonriendo mientras se me acercaba al mentón.
—Ni un poco, escoria de persona.
Se alejó riendo.
Pagó antes que yo así que por suerte ya se iba a ir.
—Oh bueno, nos vemos bombón, tengo asuntos que resolver con Paola, ya sabes, es toda una experta en la cama, es por eso que la preferí a ella y no a tí.
—No sabes cuánto me vale mierda.
—Oh y ya sabes— Susurró a mi oído. —Cuando quieras mi servicio a ti, está disponible.
Lo iba a empujar, a maldecir, pero no reaccioné justo a tiempo.
Con sus manos tomó mi rostro y me besó, introduciendo su lengua bruscamente.
El encargado de la tienda no estaba, tenía miedo, aquello se iba a repetir de nuevo.
Para separarlo lo mordí fuertemente.
—¡Zorra!— Me golpeó el rostro.
—Largate de mi vista ¡Escoria!— Sin querer un poco, las lágrimas empezaron a caer por mi rostro.
Su golpe había dolido.
Iba a golpearme más, coloqué mis manos para cubrirme el rostro. No quería ver, no quería ver cómo ese infeliz me golpeaba una vez más.
—¡Déjame imbécil!— Gritó él.
Quité las manos de mi rostro, supuse que era el encargado quién me estaba defendiendo, pero me equivoqué.
—No es de hombres golpear a las mujeres, es de cobardes.
Era mi maestro de canto. Quién sostenía fuertemente las muñecas de Ryan.
—¿Y ella es una mujer?— Me señaló. —Ella es una zorra— Me escupió.
Me llené de furia. Iba a golpearlo pero mi maestro se adelantó.
Lo golpeó inmediatamente en el rostro y lo tiró de un golpe. Dejándolo un poco inconsciente.
—Los chicos de ahora son todos unos maricas— Pronunció molesto mientras se acercaba a limpiar mi mejilla, que era donde había caído su asquerosa saliva.
—¡¿Pero que ha pasado aquí?!— Venía gritando el encargado. Genial. Hasta apenas se presentaba.
—Mire, no es lo que parece, en realidad él— Habló el profesor pero fué Interrumpido.
—¡Pero nada de él! Si míralo, pobre muchacho. En este instante llamaré a la policía— Sacó de su bolsillo un celular.
Iba a contestarle, pero rápido el maestro dejó diez pesos y me tomó de la mano donde me llevó corriendo hasta la academia.
Exhaustos llegamos lo más rápido.
—Estamos...a.... salvo...—Dijo entre grandes suspiros.
—Gracias— Dije evitando mirarlo.
—¿De qué hablas Emily?
—Por haberme defendido— Miré hacía su rostro, avergonzada por lo sucedido.
—Ah eso, se me había olvidado con lo que pasó de la policía— Sonrió. Tenía una sonrisa muy bonita. —No tienes que agradecer, solo evita meterte con ese tipo de chicos. Te harán daño.
Asentí. No sabía que decir. Nunca sé que decir.
Nos quedamos en silencio, no habían alumnos ni maestros. Tan solo él y yo.
De pronto me sacó del trance su mano cálida. Me estaba sobando la mejilla en la que me había golpeado Ryan.
—Listo, con esta pomada quedarás como nueva.
—Ah, gracias.
Estaba tan avergonzada.
Él había visto todo eso. Tal vez en su mente si piense que soy una zorra.
Sentía que mi corazón lo estrujaban fuertemente.
No aguanté, empecé a soltar lágrimas frente a él.
Me cubrí el rostro para que no me viera.
De repente, unas brazos cálidos me rodearon. Eran los de el.