1 Atascada en un agujero negro
But it's so hard
When it feels like my fault
Dahlia.
Habían pasado ocho meses desde el accidente, pero las cicatrices seguían ahí.
Una quemadura en el brazo derecho y la cicatriz de la operación en la cintura. Estaba en mi habitación, tumbada en mi cama, mirando al techo cubierto de estrellitas de plástico que coloqué de pequeña.
Aquel 11 de Marzo estaba hablando con mi madre sobre aquellas mismas estrellas, mientras recordábamos cosas de cuando era pequeña, justo antes de ver los faros de aquel coche y que el nuestro diese vueltas. Justo antes de las sirenas de las ambulancias y la voz de los médicos. Justo antes de la operación por la que sigo aquí.
Justo antes de perder a mamá para siempre.
Justo antes de que mi vida dejase de ser como la conocía.
Sacudí la cabeza, esos pensamientos no me iban a ayudar en ese momento, ya habían pasado ocho meses y ahora llegaba tarde al conservatorio.
Siempre me había gustado cantar y siempre he ido a clases de canto. Pero cuando me gradué de secundaria y tuve que decidir qué hacer con mi vida, decidí probar suerte en el conservatorio de música para cantar y me aceptaron. Después del accidente ese había sido mi bote salvavidas. Cantando podía desahogarme y hacía que las cosas doliesen un poquito menos.
Me levanté de la cama y me dirigí al baño a darme una ducha, ya casi no quedaba gel de ducha ni pasta de dientes, tendría que pasar más tarde por el supermercado, ya perdía la esperanza de que fuese a ir mi padre. Al salir de la ducha me miré al espejo. Ya no estaba pálida como hacía unos meses, mi piel volvía a tener su color oscuro natural y me estaba dejando crecer el pelo.
Pero sí que tenía aquellas horribles ojeras que nunca abandonaban mi rostro bajo mis ojos castaños. Tras lo ocurrido y que me diesen el alta en el hospital estuve muy mal durante un tiempo, dejé de comer, dormía mal, no salía de casa y me alejé de mis amigas, del mundo en general. Poco a poco empecé a mejorar, sobre todo porque no era la única sufriendo, mi padre se encontraba mucho peor que yo y me necesitaba. Sin embargo yo no dormía bien casi ninguna noche. Nunca dormía más de cuatro horas seguidas y en el fondo lo agradecía. Si las pesadillas me atacaban despierta, dormida era mucho peor, porque no había nada que pudiese hacer para evitarlas e ignorarlas. Por lo que me pasaba las noches en vela, repitiendo una y otra vez todos mis errores y escuchando a papá tras las paredes.
Me puse un jersey de lana, era Noviembre y ya comenzaba a hacer frío por la calle. Pero igualmente ya no me ponía cosas de manga corta, quería cubrir la quemadura. No me avergonzaba que la gente la viese, lo que pasaba era que no me gustaba verla a mi, porque me recordaba a aquel día. No necesitaba otro recordatorio constante de lo que pasó.
Salí de mi habitación y caminé hacia el salón, donde encontré a mi padre de nuevo en el sofá. Su mirada perdida se encontró con la mía por un instante antes de volver desviarse hacia el vacío una vez más. Me pregunté si algún día volvería a ver la chispa de vida en sus ojos, si algún día podría devolverle la sonrisa que tanto extrañaba en lugar de todo el odio que almacenaba ahora. Desde que perdimos a mamá no había vuelto a ser el mismo. Y todo era culpa mía.
—Me voy al conservatorio—anuncié—. Voy a volver tarde.
—No hace falta que vuelvas—respondió él.
Me quedé helada por un momento, no sabía por qué, ya estaba acostumbrada a ello, pero todavía dolía.
Al menos estaba sobrio, ya era un pequeño avance aunque solo fuera por un rato.
Antes de salir de casa le arrebate las latas de cerveza que tenía en la mesa, que probablemente pensaba consumir después y las tiré a la basura, él no pareció ni percatarse. Lo mismo hice con las bolsas de frituras y restos de envoltorios que había desperdigados por el salón. Le pedí que se fuese a la cama pero me ignoró, como siempre. Ya llegaba tarde, por lo que no insistí.
Con un nudo en la garganta, salí de casa. Al ver el coche que estaba arrancado frente a mi casa, el nudo se desvaneció y en mis labios apareció una sonrisa.
—Hola pequeña flor—me saludó mi hermana, Angélica, cuando me subí al coche—. ¿Preparada para seguir dándolo todo?
Ella también estaba muy mal desde aquel día, pero siempre hacía lo posible por que yo estuviera mejor, era tres años mayor que yo. Nos parecíamos mucho, pero ella tenía los ojos más claros y se había teñido a rubio porque según ella resaltaba con la forma de su cara. En mi opinión le sentaba bien, pero prefería su tono natural. Pero claro, eso no se lo iba a decir, al igual que no le contaba muchas cosas.
—Eso habrá que verlo esta noche—le recordé.
—¡Si! Viernes de Karaoke. Vienen Laia y Claudia, ¿no?
—¡Pues claro! Sí siempre vienen
—Pregunto por si acaso, recuerda que el tema de esta noche es Taylor Swift.
Sonreí y me abroché el cinturón. Cuando el coche se puso en marcha fingí que no me quería bajar en ese mismo sitio e ir andando, que no me daba pánico ir en el coche, pero mi pierna temblorosa me delataba.
Por lo menos había conseguido volver a montarme en un coche los últimos meses. Pero no volvería a conducir uno. Jamás. Desde el día del accidente me daba pánico volver a conducir. Desde aquella noche que no fui capaz de esquivar al coche que iba en dirección contraria, provocando un accidente múltiple.
El coche lo conducía un chico de diecinueve años que iba demasiado borracho como para coger un coche y se metió en la autopista en dirección contraria.
Si lo hubiese logrado esquivar, mamá seguiría aquí.
—¿En qué piensas? —preguntó mi hermana, sacándome de mis oscuros pensamientos.
—No, en nada, no te preocupes.
Me miró un momento con atención, pero no insistió. Ella ya sabía en qué pensaba y sabía que era mejor no presionar. No meter el dedo en la llaga.