2 Perderte
There's nothin' worse than seein' your lover
Moving on while you still suffer
Alan.
Llevaba veinte minutos en el coche frente a mi casa. Había tenido una reunión del consejo y estaba calmándome. ¿Cómo era posible que estuviera estresado con el trabajo a los veintidós? Creo que ser el sucesor de una empresa hotelera internacional no ayudaba mucho.
¿A quién quería engañar? No ayudaba nada. Estaba harto. Al contrario que muchas personas, no me gustaba que mi cara aparezca en revistas, que mi nombre fuese conocido…
Mi padre siempre fue así, ambicioso y empeñado en expandir el imperio familiar; o al menos eso es lo que me han contado sobre él. Pero yo no era él. No quería llevar la carga de las expectativas de todo un legado familiar sobre mis hombros. No me gustaba, yo no me quería dedicar a eso.
¿Pero quién lo haría si no? No tengo hermanos, por lo que no le podía pasar el marrón a nadie más.
Tenía que ver a Paula, decía que tenía algo importante que contarme y que fuese lo antes posible.
Sin embargo, todavía no había entrado en casa. Su mensaje no me transmitía nada bueno y me daba miedo lo que fuera a encontrar. Por lo que seguía dentro del coche frente al edificio como un cobarde.
Respiré hondo varias veces como me enseñó mi abuela hace mucho tiempo y me armé de valor para entrar en casa.
Preocupado, entré en casa, la ví sentada en el sofá de mi apartamento, tan guapa como siempre, pero parecía muy seria.
—Hola. ¿Qué pasa? —pregunté despacio, dejando mis cosas de la oficina en la mesa.
Paula me miró con frialdad. Clavando sus ojos verdes en los mios.
—Alan, necesito hablar contigo —dijo, con un tono lleno de desdén.
Un nuevo nudo volvió a formarse en mi garganta. No me gustaba la manera en que me estaba hablando, ni mucho menos en la que me estaba mirando.
—¿Qué sucede, Paula? —pregunté, intentando mantener la calma.
—Mira Alan, se que llevamos juntos tres años. Pero esto no está funcionando y no puedo seguir fingiendo que soy feliz contigo.
Sentí que no podía respirar, intenté procesar lo que acababa de escuchar. No podía creer que estuviese diciendo esas cosas, que estuviese acabando con nuestra relación de esta manera.
—¿Estás diciendo que todo esto se acaba así, sin luchar?
—No es que no haya lucha. Es que tú peleas por algo que ya está muerto
—¿Hay otro verdad?
—No, y aunque lo hubiera no te debo ninguna explicación.
—¿Qué no me debes explicaciones? Pues claro que me debes explicaciones—dije frustrado, su indiferencia me estaba sacando de quicio—. No puedes simplemente soltarme esto sin motivos.
—Eres un infantil, no puedo estar saliendo con alguien que parece un niño. No puedo seguir haciendo esto, no contigo.
—¿De verdad es eso lo que piensas de mí? Porque hasta donde yo sé no te importaba hace nada.
—Cállate, solo cállate. Todo lo que haces es quejarte.
—Creo que tengo derecho a enfadarme.
—No, asúmelo, ¿vale? Estoy harta de tí, no puedo seguir haciendo esto. Adiós, Alan.
Asentí con la cabeza, tragándome todos mis sentimientos, ya no había nada más que hablar, no iba a escuchar una palabra de lo que dijera, ya había tomado su decisión y como siguiese mirándola iba a perder la poca compostura que me quedaba.
No podía obligarla a seguir queriéndome.
Ella asintió también y se levantó para irse. Miré cómo se iba, cuando la puerta se cerró tras ella con un portazo fue como si todo se derrumbase sobre mi.
¿Demasiado infantil para ella? ¿De verdad? No me podía creer que después de todo lo que habíamos vivido estos últimos años me dejase así, sin más, porque era muy infantil. ¿Desde cuándo llevaba fingiendo que me quería?
Puede que sí que fuese un poco infantil, pero sólo tenía veintidós años. No me lo podía creer, ¿de verdad me había dejado? ¿Así?
Me resistí a llamarla y a suplicarle que volviese, ya me lo había dejado muy claro.
¿Cómo se supone que uno sigue con su vida cuando la persona que formaba parte de cada pequeño plan, de cada canción, de cada futuro, ya no está?
Sentí rabia, pero más que nada sentí cansancio.
Tres años. Tres malditos años. Y se fueron como si nada.
Como si yo no doliera.
Todo lo que quería hacer en ese momento era hundirme en el sofá y verme alguna película mala mientras comía helado.
Y eso fue exactamente lo que hice… durante una semana entera.
Volvía del trabajo después de haber comprado un bote de helado de esos gigantes y me tiraba al sofá, que todavía olía a ella y eso hacía que me pusiese más triste aún. Me veía una película mala de lo que fuese y luego me iba a mi habitación. Había cambiado todas las sábanas, eso fue probablemente lo único saludable que hice en toda la semana. También ignoré todos los mensajes de mis amigos y mi trabajo lo hacía más mi equipo que yo porque me quedaba ausente. Es que joder, habian sido tres años de relación y no se había quejado hasta entonces.
Lo peor de todo es que en realidad me lo esperaba. Paula llevaba un par de semanas muy ausente y cortante, por lo que cuando recibí su mensaje, sabía exactamente lo que iba a pasar. Aún así tenía la esperanza de que no fuera aquello.
Llevábamos tres años juntos y sabía que teníamos nuestras diferencias, pero no podía dejar de pensar en los motivos por los que me dejó.
Tampoco podía quitarme de la cabeza lo patético que parecía cuando ella probablemente ya habría pasado página.
Habría estado más de una semana así si no fuese porque un sábado mientras estaba en el sofá haciendo lo mismo que el resto de días, Daniel abrió la puerta de mi casa con una llave de repuesto que no sé en qué momento le dí, y me vio ahí tirado.
Lo primero que hizo fue quitarme el helado y estamparme su móvil en la cara para que viese todos los mensajes que me había mandado y yo había ignorado, luego apagó la tele y se sentó frente a mí mirándome decepcionado y negando con la cabeza.