Alan.
Llevaba veinte minutos en el coche frente a mi casa. Había tenido una reunión del consejo y estaba calmándome. ¿Cómo era posible que estuviera estresado con el trabajo a los veintidós? Creo que ser el sucesor de una empresa hotelera internacional no ayudaba mucho.
¿A quién quería engañar? No ayudaba nada. Estaba harto. Al contrario que muchas personas, no me gustaba que mi cara aparezca en revistas, que mi nombre fuese conocido…
Mi padre siempre fue así, ambicioso y empeñado en expandir el imperio familiar; o al menos eso es lo que me han contado sobre él. Pero yo no era él. No quería llevar la carga de las expectativas de todo un legado familiar sobre mis hombros. No me gustaba, yo no me quería dedicar a eso.
¿Pero quién lo haría si no? No tengo hermanos, por lo que no le podía pasar el marrón a nadie más.
Tenía que ver a Paula, decía que tenía algo importante que contarme y que fuese lo antes posible.
Sin embargo, todavía no había entrado en casa. Su mensaje no me transmitía nada bueno y me daba miedo lo que fuera a encontrar. Por lo que seguía dentro del coche frente al edificio como un cobarde.
Respiré hondo varias veces como me enseñó mi abuela hace mucho tiempo y me armé de valor para entrar en casa.
Preocupado, entré en casa, la ví sentada en el sofá de mi apartamento, tan guapa como siempre, pero parecía muy seria.
—¿Qué pasa? —pregunté despacio, dejando mis cosas de la oficina en la mesa.
Paula me miró con frialdad. Clavando sus ojos verdes en los mios.
—Alan, necesito hablar contigo —dijo, con un tono lleno de desdén.
Un nuevo nudo volvió a formarse en mi garganta. No me gustaba la manera en que me estaba hablando, ni mucho menos en la que me estaba mirando.
—¿Qué sucede, Paula? —pregunté, intentando mantener la calma.
Ella suspiró exasperada, y puso los ojos en blanco. No entendía a qué venía aquello.
—Estoy harta de tu actitud infantil, Alan. No puedo seguir fingiendo que esto funciona entre nosotros. No quiero estar contigo —dijo cortante.
El golpe fue brutal, intenté procesar lo que acababa de escuchar. No podía creer que estuviese diciendo esas cosas, que estuviese acabando con nuestra relación de esta manera.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, con voz firme sin embargo.
Paula me miraba con desdén, como si fuera un niño caprichoso que no merecía su tiempo.
—Exactamente lo que he dicho, Alan. No puedo seguir fingiendo que esto funciona. Eres demasiado infantil para mí.
Asentí con la cabeza, supuse que ya no había nada más que hablar y como siguiese mirándola iba a perder la poca compostura que me quedaba. Ella asintió también y se levantó para irse. Miré cómo se iba, cuando la puerta se cerró tras ella con un portazo fue como si todo se derrumbase sobre mi.
¿Demasiado infantil para ella? ¿De verdad? No me podía creer que después de todo lo que habíamos vivido estos últimos años me dejase así, sin más, porque era muy infantil. ¿Desde cuándo llevaba fingiendo que me quería?
Puede que sí que fuese un poco infantil, pero sólo tenía veintidós años. No me lo podía creer, ¿de verdad me había dejado? ¿Así?
Me resistí a llamarla y a suplicarle que volviese, ya me lo había dejado muy claro. Todo lo que quería hacer en ese momento era hundirme en el sofá y verme alguna película mala mientras comía helado.
Y eso fue exactamente lo que hice… durante una semana entera.
Volvía del trabajo después de haber comprado un bote de helado de esos gigantes y me tiraba al sofá, que todavía olía a ella y eso hacía que me pusiese más triste aún. Me veía una película mala de lo que fuese y luego me iba a mi habitación. Había cambiado todas las sábanas, eso fue probablemente lo único saludable que hice en toda la semana. También ignoré todos los mensajes de mis amigos y mi trabajo lo hacía más mi equipo que yo porque me quedaba ausente. Es que joder, habian sido tres años de relación y no se había quejado hasta entonces.
Lo peor de todo es que en realidad me lo esperaba. Paula llevaba un par de semanas muy ausente y cortante, por lo que cuando recibí su mensaje, sabía exactamente lo que iba a pasar. Aún así tenía la esperanza de que no fuera aquello.
Llevábamos tres años juntos y sabía que teníamos nuestras diferencias, pero no podía dejar de pensar en los motivos por los que me dejó.
Habría estado más de una semana así si no fuese porque un sábado mientras estaba en el sofá haciendo lo mismo que el resto de días, Daniel abrió la puerta de mi casa con una llave de repuesto que no sé en qué momento le dí, y me vio ahí tirado.
Lo primero que hizo fue quitarme el helado y estamparme su móvil en la cara para que viese todos los mensajes que me había mandado y yo había ignorado, luego apagó la tele y se sentó frente a mí mirándome decepcionado y negando con la cabeza.
—¿Qué? —le dije.
—¿Cómo qué qué? —dijo recuperando su móvil— Me he enterado de lo que ha pasado con Paula…
—¿Pero…?
—Pero eso no te da derecho a ignorar a tu mejor amigo y a fusionarte con el sofá inflandote a helado.
Solté un resoplido a la que me levantaba para ir a la cocina a recuperar mi helado de fresa y nata, que al llegar me encontré en la basura y con otro resoplido volví al salón.
—No me fusiono con el sofá—dije—. He ido a trabajar.
—Si pues para lo que has hecho allí… Mira tío, que yo entiendo que estés mal, pero no te puedes quedar así, ahora mismo pareces un Adam Sandler en depresión con las pintas que llevas.
Miré mi ropa un momento, una camiseta naranja de promoción dos tallas más grande y arrugada, con unos pantalones marrones. No me había visto la cara, pero seguramente tendría todo el pelo enmarañado y los rizos fatal definidos.
Me dió igual.
—¿Por qué no? Yo estoy bien—repuse ignorando su comentario.
—No estás bien y no seas idiota. A ver, que estas cosas se solucionan hablando. ¿Qué te dijo Paula exactamente?