Cantando a las estrellas

3 dos miradas no se cruzan por casualidad

Alan.

No podía ser.

No, no a mí, por favor.

Tenía que ser una broma, de verdad, no podía ser real.

La cara de Daniel en la ventana del tren mientras se alejaba por las vías se me había quedado grabada en la cabeza. Estúpida mochila, se tenía que romper justo cuando iba a entrar al vagón, ¿verdad?

Repasé mis opciones. Estaba solo en la estación, con una mochila rota con solo lo básico y el móvil sin batería.

Perfecto.

Mi maleta estaba en el tren, con Daniel. Al menos esperaba que él la cogiese.

Esto solo me podía pasar a mí. Justo cuando me iba a subir al tren, mi mochila se había enganchado con algo y rasgado, todas mis cosas se habían caído al suelo, me había parado a recogerlas y justo escuché las puertas cerrarse, conmigo fuera y Daniel dentro.

Me reí solo, era una risa desesperada, y las demás personas de la estación se me quedaban mirando raro. Que les den, que les den a todos y a todo. No debería haber venido en primer lugar, esto no habría pasado si me hubiese quedado tranquilo en mi casa.

Traté de calmarme. Vale, solo tenía que esperar al siguiente tren.

𝄞☆𝄞

Creí que el mundo me odiaba, de verdad que me odiaba.

Resulta que el siguiente tren no llevaba a Worthing, sino a Brighton. Perfecto, simplemente perfecto. Ahora estaba más perdido que antes, en medio de la nada, sin batería.

Dí vueltas por las calles sin nada que hacer, tampoco tenía dinero, porque estaba en la maleta, y lo poco que llevaba me lo había gastado en el billete del tren que me había llevado al medio de ninguna parte.

Me hice una nota mental: La próxima vez no llevaré todo en la maleta, que para algo tengo el equipaje de mano.

Pasé por quinta vez por la misma calle, ya estaba anocheciendo y no sabía qué hacer. Entonces escuché música desde dentro de un local que me había llamado la atención antes. Miré el letrero: Micrófono estrellado, Karaoke.

Si ahora me preguntasen por qué entré en aquel local, no sabría qué responder. Simplemente lo hice.

Entré, el calor era agradable, ya que fuera empezaba a hacer bastante frío y el cielo comenzaba a nublarse. Me senté en una mesa vacía y vi a las personas que estaban cantando. Eran dos chicos cantando una canción en inglés que no conocía, cuando acabaron todo el mundo les aplaudió, yo incluido.

Le eché un vistazo al local. Las paredes estaban cubiertas con posters y discos de música. En la parte del final se encontraba el pequeño escenario con una pantalla para proyectar la letra de la música. Estaba decorado con luces neón que contrastaba con las paredes oscuras.

Entonces subió una chica, la miré. Subía un poco torpe, con algo de vergüenza tal vez. Tenía la piel morena, el pelo castaño oscuro y largo y ondulado, los ojos del mismo tono que su pelo, cogió el micrófono, que haciendo referencia al nombre del local tenía estrellas dibujadas a su alrededor, las mismas estrellas que se pintaron en sus ojos cuando empezaron los primeros acordes de la canción.

Llevaba un jersey morado claro y unos vaqueros blancos, se sentó en una silla que había en el escenario y sonrió, tenía un hoyuelo, solo uno, en el lado derecho. La letra de la canción apareció en la pantalla segundos después, "The Archer", de Taylor Swift.

Creía haberla oído alguna vez en la radio. Empezó a cantar y no pude evitar quedarme embobado; tenía una voz preciosa. Era como una armonía suave que se colaba a través de ti. La letra de la canción era triste, pero con su voz lo era más, le ponía tanta emoción a cada palabra que hacía que se me pusiera el pelo de punta. La canción hablaba de cómo las personas se alejaban fácilmente, de los conflictos personales y del abandono.

Cuando acabó, volvió a sonreír, como si no nos hubiese roto un pedacito de corazón a todos los de esa sala cantando, y ese hoyuelo volvió a aparecer. No podía dejar de mirarla, cantó varias canciones más, sola y con sus amigas. Todas de Taylor Swift. ¿Serían unas obsesionadas con ella o era pura coincidencia? No lo sabía, y me reprendí a mí mismo por querer saber más. En ese momento mi mayor problema no era ese, sino encontrar la manera de cargar mi móvil y llamar a Daniel.

𝄞☆𝄞

Cuando ya estaban recogiendo las mesas y limpiando, salí del local y me quedé en la puerta. Salió un grupo de chicas riendo, y me choqué con una.

—Lo siento—se disculpó con una sonrisa y mis ojos fueron directos hasta el hoyuelo que tenía en la mejilla derecha.

—No es nada—dije en español por inercia, sin darme cuenta de que ella hablaba inglés, o eso creía.

—Ah, ¿eres español? —me preguntó en español, con un acento que me hizo gracia.

—Sí—dije sonriendo.

—Bueno, pues perdona—volvió a disculparse, en español esta vez. Se giró para volver con sus amigas y ni siquiera me paré a pensar en lo que hacía. Las seguí.

—Perdona, oye, no tendréis un cargador.

Se giraron todas un poco sorprendidas y me miraron un poco raro, me di cuenta de que habían bebido y que a lo mejor no habían entendido lo que había dicho. La chica de un solo hoyuelo se acercó un poco, era la única que no parecía haber bebido, les dijo a sus amigas que se adelantaran y que ella se encargaba.

Ya no me sonreía.

—¿Qué pasa? —preguntó.

Dudé un poco sobre si contarle mi situación.

—No tengo batería y necesito cargarla, ¿no tendrás un cargador?

—¿Y no puedes ir a tu casa a coger uno? —dijo, un poco desconfiada.

Decidí contárselo, así no conseguiría que me ayudase.

—No tengo casa aquí, la tengo en Madrid, y no sé cómo he llegado aquí, me equivoqué de tren y necesito llamar a mi amigo.

Se fijó en mi mochila rota, arreglada como había podido, colgando de mi espalda. Dudó un momento y miró a sus amigas que se estaban riendo un poco más lejos. Al final suspiró.

—No tengo ningún cargador aquí, está en mi casa.



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En el texto hay: drama, amor, casualidad

Editado: 05.06.2025

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