6 El lado oscuro de la luna
I'll wait for you to call me back
You make me wait to get me back
Alan.
Me desperté con el sonido de un fuerte golpe. Me incorporé en la cama sin saber al principio donde estaba. Sonó otro nuevo golpe y cosas cayendo. Miré a mi alrededor entendiendo de pronto dónde estaba, seguía en la habitación de Dahlia, pero ella no estaba. La cabeza me dió vueltas al levantarme rápido. ¿Qué estaba pasando? ¿Se había colado alguien?
Entonces escuché voces, la de Dahlia y una voz masculina que alzaba la voz. Dahlia intentaba calmarlo, o eso parecía, no podía escuchar bien lo que decían. No sabía si salir o no de la habitación, estaba indeciso entre entrometerme o no, pero cuando sonó un nuevo golpe decidí salir.
En el pasillo había un hombre de mediana edad dando voces. Tenía el pelo corto y rizado y barba de algunos días. Tenía la piel clara, no como Dahlia. Estaba borracho, su actitud y el olor a alcohol lo delataban. Dahlia intentaba calmarlo y guiarlo hasta una habitación sin mucho éxito. De pronto los ojos del hombre se clavaron en mi.
—¿Quién coño es este?
Vi que Dahlia me miraba y soltaba una maldición mientras seguía intentando arrastrarle hasta la habitación.
—Nadie. No es nadie.
—¿Es tu novio?
—No, no es nadie.
—Normal, cómo querría ser tú novio, sería perder el tiempo.
El hombre me volvió a mirar a mi y yo no sabía qué decir, cómo podía ser tan cruel.
—De todas formas, si vais ha hacer cosas, ya sabes, cerrar la puerta…
Dahlia se quedó pálida un momento y cambió su expresión a enfado, le metió de un empujón en la habitación y cerró la puerta ignorando las protestas del hombre.
—¿Quién…? —empecé, pero me interrumpió.
—Tienes que irte ya.
—Pero…
—Vete. Ya.
Mire a la habitación donde se escuchaban algunos ronquidos de aquel hombre y luego mire a Dahlia. Estaba seria, o fingía estarlo, porque sus ojos decían muchas cosas. Gritaban vergüenza, miedo, tristeza, enfado, culpa, humillación por lo que acababa de ver… Gritaban muchas cosas pero la que más se notaba era la tristeza.
—Miller, tienes que irte—repitió.
¿Quién era ese hombre? ¿Por qué estaba ahí? No quería dejarla sola con él. ¿No quería dejarla sola con él? No la conozco de nada, no debería importarme. ¿Por qué me importaba? ¿Qué me estaba pasando? Pero si le estaba diciendo eso podía ser peligroso. Más aún estando borracho.
—Miller.
—¿Si?
—Que te vayas.
Suspiré sin sabes que hacer, sabia que tenia que irme pero…
Cogí mi mochila rota y entonces algo hizo click en mi cerebro y saque un papelito y un bolígrafo que tenía en la mochila y apunte algo en el.
—¿Qué haces? Que te vayas he dicho.
Le di el papel un poco indeciso. ¡A la mierda! Que hiciera lo que quisiera con él, pero al menos lo intenté.
—Es mi número de teléfono. Llamame o escribeme o lo que quieras, mejor llámame, suelo tener el móvil en silencio, si necesitas algo o no sé. No tienes porqué hacer nada, pero piensalo. Adiós Dahlia.
Dije y cogiendo la mochila me fui intentando fingir ir lo más seguro posible. ¿Por qué le di mi número? No lo sé. Supongo que me cayó muy bien y quería conocerla más. Supongo porque creí que dos personas con el techo con estrellas se encontrasen tenía que ser cosa del destino. Supongo que simplemente me gustó y quería volver a verla. Y a quién iba a engañar, me preocupaba que se quedara sola con él.
Aquella noche había sido extraña pero mágica. Estar con ella había sido reparador en cierto modo, brillaba como una estrella, pero su luz parecía temblar, como si pudiese explotar en cualquier momento y arrastras todo alrededor junto a ella en el proceso.
Aún así me sentí como si estuviera tranquilo en la luna, pero, al igual que la luna, también tenía un lado oscuro, que era aquello que hacía temblar su luz. Solo que eso no me alejó, sino que me dio más curiosidad acerca de ella.
Encendí mi móvil para llamar a Daniel y vi que Spotify seguía activo con la canción. Cerré la aplicación frustrado y llamé a Daniel.
—¿Qué quieres? —dijo nada más coger el teléfono.
—Hola a ti también, majo. ¿Cuándo vienes?
—Que impaciente, ya estoy yendo.
—Suenas a que te acabas de despertar.
—Si digo que ya estoy yendo es que estoy yendo—dijo, aunque escuché el sonido de las sábanas a través del teléfono.
—Seguro que sí.
—Cállate, a que no voy.
—Vale, vale. Hasta ahora.
Colgué y le mandé mi ubicación. Mientras terminaba de bajar las escaleras del edificio, solo podía pensar en una cosa. ¿Llamaría? ¿Me escribiría? ¿Se olvidaría de mí?
Media hora más tarde apareció Daniel con el coche que supuse que era de sus tíos y nos fuimos hacia Worthing.