Dahlia.
Todo estaba siendo perfecto, todo. Pero mi padre lo tenía que arruinarlo ¿cómo no?
Yo no quería que Alan se quedase para que no viese aquello, y justo tuvo que verlo. Quizás fui una borde al echarlo de aquel modo de casa, pero no sabía qué hacer. Había visto a mi padre en ese estado y yo estaba histérica y desesperada por que se fuese y no viese más aquello, que siguiese oculto a sus ojos y a los de todos.
Bueno, ya no había nada que pudiese hacer. Mire el papel que tenía en la mano. Su número de teléfono. No le llamaría en la vida, pero decidí guardarlo en la mesilla de noche.
Hasta nunca Alan Miller.
Entonces me llamo Angelica, pero la colgué. Primero tenía que encargarme de papá.
Entré en la habitación donde le había encerrado, se había dormido, pero cuando entré volvió a gritar. Con la buena racha que llevaba estando sobrio… suspire y me acerqué a él. Él se giró hacía mí y me miró con tanto odio que incluso me dio miedo.
—Fué tu culpa—me soltó.
—¿El qué?¿De qué hablas?
—Ella ya no está por tu culpa.
—Papá…
—Deberías ser tú la que está muerta, no ella.
Se me llenaron los ojos de lágrimas, como si no lo supiese ya, pero no quería dejarme intimidar.
—Papá, estás borracho, no sabes lo que dices.
—No, sí lo sé. Tu conducias ese coche, tu hiciste que muriese y por tu culpa el amor de mi vida ya no está conmigo.
En ese momento no pude contener más las lágrimas. No era la primera vez que me decía aquello, ni sería la última, pero yo ya sabía aquello, ya me culpaba constantemente como para que encima me lo tuviese que recordar todo el rato. Ya sabía que era mi culpa, que debería estar yo en su lugar y no al revés, que debería haber podido esquivar a aquel coche a tiempo. Todo era mi culpa y él se encargaría de que nunca lo olvidase. Que no olvidase que mate a mi madre, al amor de su vida y destruí nuestra vida.
Cuando conseguí ayudarle a asearse un poco, le deje dormido en la cama. Llamé a Angelica, tratando de que no se notase el efecto de las palabras de papá. Estaban en casa de Laia.
Por suerte su casa estaba cerca, por lo que podría ir andando. Me cambié de ropa y me puse unos vaqueros con una camiseta de manga larga y cogí mi bolso y el móvil y me dirigí hacía casa de Laia. A las seis tenía turno en el Karaoke, por lo que tampoco podía quedarme mucho tiempo.
Salí de casa y me puse los cascos. Abrí Spotify y puse una playlist aleatoria. La primera canción que salió fue “A sky full of stars”.
—¿Me vacilas? —me quejé mirando al cielo, estupido destino o quien fuera.
Salté la canción automáticamente y fui hacía casa de Laia.
𝄞☆𝄞
Respiré frente a la puerta. Use el truco que me enseñó mamá que cada vez funcionaba menos, imaginar que puedes coger todo lo malo que tienes dentro y lanzarlo lo más lejos posible. ¿Pero qué hacer si toda tú estás llena de lo malo? Pues aguantarse y seguir adelante, ponerse una coraza dura como una roca y tratar de hacerle frente a todo lo que te amenaza. Llamé al timbre y me abrió una Laia con cara de sueño. Tenía su pelo rubio alborotado y llevaba la misma ropa que la noche anterior.
—Hola tonta—me saludó, dejándome entrar.
—Que maja estás hoy.
—Estoy de resaca, no esperes mucho.
—Eso os pasa por beber tanto—dije entrando al salón.
—Pero si solo bebimos dos copas—se quejó Claudia, que estaba tirada en el sofá, con un aspecto igual de lamentable que Laia.
—Sí, pero multiplicado por quince.
—Tampoco exageres—dijo Angélica con un gesto para restarle importancia, de las tres ella era la que parecía menos afectada por la resaca.
Menudo panorama. Claudia invadiendo todo el sofá, Laia tirada sobre su puf rosa mirando hacía el techo y mi hermana tumbada en la mesilla del salón. Pobre mesa, acabaría por romperse.
—Dios mío chicas. ¿Pero vais a estar así todo el día?
—No te quejes si nunca has tenido una resaca, tonta.
—Te ha dado fuerte lo de llamarme tonta hoy, ¿no Laia?
—Cállate un mes.
—Mejor dos—añadió Claudia.
—¿Entonces por qué me habéis llamado para que viniese?
Fue como si hubiese presionado el botón rojo gigante que causa algo importante y que pone expresamente “NO TOCAR” pero que igualmente te da curiosidad y acabas haciendo estallar algo. Pues lo mismo. Las tres se incorporaron, sin mucha elegancia la verdad, y me miraron fijamente. Como unas muñecas endemoniadas.
—¿Qué hacéis? Me dais miedo.
—Bueno, bueno…—empezó mi hermana.
—Tenemos una sorpresa para ti, pero antes nos tienes que contar qué pasó ayer—soltó Laia con una sonrisilla.
—¿Qué sorpresa?
—No, no, primero cuenta.
—¿El qué? —dije haciéndome la tonta, aunque sabía perfectamente que se referían a Alan.
—¿Por qué te fuiste? —preguntó Claudia.
—Un chico me pidió ayuda para cargar su móvil y le ayudé ya está.
—¿Y ya está? ¿Te crees que nos vamos a creer eso? —dijo Claudia con escepticismo.
—¿Era mono? —preguntó Angelica.
—Uy, ¿os liasteis? —dijo Laia emocionada.
—¡Pero bueno! Ya basta. No, no era mono —mentira, si lo era—. Y no hicimos nada, sólo le ayudé con un problema que tenía.
—¿Por queeeé?
—Porque os prometí que si el destino me mandaba a alguien pues no le rechazaría—confesé–. Pero se ha acabado, él se ha ido con su vida y ya está.
—Pues mejor, así no fastidia tus planes para mañana—soltó Claudia.
—¿Mis qué, para cuándo?
Laia dio un saltito en el sitio sonriendo como tonta.
—Esa era la sorpresa. ¿Te acuerdas de lo que dijimos de las cita a ciegas?
—¡No! No, no, no—negué con la cabeza—. Estáis locas, no pienso ir.
—Uy que no—dijo Angelica.
—Es un chico muy mono, yo te lo aseguro—dijo Claudia asintiendo con la cabeza.
—La cita es mañana, en Worthing, ya te hemos cogido el billete de tren.
—Tengo trabajo, otra vez será…