8 Existe una galaxia en tu mirada.
I'm watching the stars, I'm watching the stars with you
Reaching for the sky, reaching for the sky with you
Alan.
En el viaje en coche hasta Worthing no había estado muy receptivo, Daniel me hablaba, pero yo solo le ignoraba, no podía sacarme a Dahlia de la cabeza y debía hacerlo. Me había echado de su casa, no me iba a llamar y no la iba a volver a ver en mi vida. Guay, genial.
Nos quedábamos en la casa de los tíos de Daniel. Miriam y David eran muy simpáticos y agradables. Nos dieron una habitación de invitados a cada uno, no les importó mucho que me hubiese acoplado, y cenamos todos juntos en el jardín. Tuve que llamar a mi madre para explicarle dónde estaba y no se lo tomaron muy bien que digamos. Discutimos, le dije que necesitaba un respiro y que no sabía cuando iba a volver.
La mañana del domingo acompañé a Daniel a comprar unas cosas al único supermercado que abría los domingos.
—¿Me vas a contar ya dónde pasaste la noche?
—Ah, ¿ahora te interesa? —respondí en el pasillo de los detergentes.
—Venga tío, no seas así.
Suspiré y le lancé el detergente de lavanda que me había pedido. Pesaba mucho, por lo que casi pierde el equilibrio al cogerlo.
—¡Ey! Que esto pesa mazo, ten cuidado.
—Le pedí ayuda a una chica ayuda en un Karaoke—respondí ignorando su protesta.
—¿Y tú qué hacías en un Karaoke?
—No sé, estaba perdido y me metí en un local sin pensar. Cuando cerraron le pedí ayuda, y por magia del destino me ayudó. Y pase la noche en su casa, porque cierta persona no quiso saber de mi—dije con tono acusador.
Daniel hizo como si me ignorase y me dió una mirada pícara.
—¿En su casa? ¿Os enrollasteis?
—¿Qué? ¡No! —ojalá—. No hicimos nada, solo hablamos y por la mañana me sacó a patadas de su casa.
—Algo hiciste…
—¿Por qué tengo que haber hecho algo?
—¿Por qué iba a sacarte de su casa si no?
—Había un señor, borracho—dije pensativo—. Ella estaba nerviosa y me echó.
—¿Y ese señor? ¿Quién era?
—Ni idea, supongo que su padre, o un familiar. Tampoco me contó muchas cosas sobre ella.
—Y si no os enrrollasteis, ¿por qué te ayudó?
La verdad es que no había pensado en eso. Yo solo quería que me ayudase, pero no me paré a pensar en por qué lo había hecho. Le había prometido compensarla, pensaba pagarla, pero me había echado antes de poder hacer nada. Quizás por eso me había dejado, por el dinero. Supongo que nunca lo sabría, a no ser que decidiese llamarme, aunque probablemente el papel donde le dí mi número estaría ya en la basura hecho cachitos.
—No tengo ni idea. Suerte supongo.
—¿Le dijiste como te llamabas?
—Pues claro—dije.
—¿Y?
Ah, ya sabía a dónde quería llegar.
—No se inmutó. O finge muy bien o es que de verdad no tiene ni idea de quién soy y el grupo Miller.
—Bueno, pues mejor—respondió Dani—. Tal vez los gringos no tengan ni idea a no ser que sean de la capital.
—Sabes que los gringos son los estadounidenses y no los ingleses, ¿no?
—Es lo mismo.
—No, no lo es. Además, tampoco tiene porque importarle unos hoteles.
—Bueno, me da igual. Ah, por cierto que se me olvidaba. ¿Te acuerdas de que te comenté que conozco gente por aquí.
—Si…
—Pues nos han invitado a una fiesta en casa de Robert el viernes que viene, podemos invitar a quien queramos ha dicho, aunque no creo que haya nadie a quien invitar.
—¿Quién es Robert? —pregunté, porqué de todas las personas que me había contado que conocía allí no recordaba a ninguna.
—El mejor amigo de Mark, el hijo de Miriam y David.
—Ah, sí, ese. Pero me dijiste que no te llevabas con él, con Mark.
—Ya pero con Robert sí.
—¿Cómo te vas a llevar con Robert y no con tu primo?
—Porque somos amigos, que yo veraneaba aquí, con mis tíos. Me llevo con todo el mundo.
—Tienes la vida más rara del mundo.
—Porque no te he contado la historia de cuando se cagó una cigüeña en el parabrisas—dijo riéndose solo—. Eso era cemento.
—Bueno—dije cambiando de tema con cara de asco—, pero la fiesta. ¿Vamos a ir?
—¡Pues claro!
Miriam y David tenían dos hijos, Mark y Bayah. Ninguno vivía ya en casa de sus padres. Mark tenía nuestra edad y vivía en un chalet a unas manzanas de sus padres. Bayah era tres años mayor vivía en un apartamento en Nueva York, fue allí para la universidad y se quedó allí.
Después de cenar decidí salir a correr por el pueblo yo solo, para conocer un poco el sitio y aclarar la mente.
Seguía dándole vueltas al asunto de Dahlia y todo lo que había pasado desde ahí. Intentaba concentrarme en correr, dejar mis pensamientos atrás, pero era como si mi mente tuviera mente propia y cada pensamiento estaba conectado a ella. Era patético, unas horas con ella y ya no me la podía sacar de la cabeza, como una maldita maldición. Claramente ella no me quería allí, ¿por qué no dejaba de darle vueltas al asunto y ya? Tenía mil cosas más por las que preocuparme. Como en el hecho de que Paula no había dicho nada, ya estaba claro que lo nuestro había terminado definitivamente, cualquier falsa esperanza que mi cabeza hubiese creado había desaparecido por completo y era difícil ignorar el hueco que había ahora en mi pecho. Quizás mi cerebro no dejaba de volver a Dahlia porque necesitaba que otra persona llenase ese vacío de alguna forma. Nunca he llevado muy bien lo de estar solo.
Después de un rato no podía más así que paré un momento recuperando el aliento. Y seguí el camino andando. Iba como embobado por la calle, por lo que no me extrañó mucho que acabase chocando con alguien.
—¡Mira por donde vas, gilipollas! —me gritó la aludida, como si estuviera fuera de sí y siguió andando.
Aquel grito me sorprendió, solo nos habíamos chocado, no era razón para tal grito, pero lo que más me sorprendió fue quien me había gritado.