Cantando a las estrellas

11 Me sonabas de algo

Dahlia.

El lunes por la mañana me desperté algo tarde. Había vuelto en el último tren y me había metido en la cama, estaba agotada. Cuando entré en casa papá estaba en el sofá, le dije que se fuese a la cama, pero no me hizo caso y estaba muy cansada como para discutir con él. Tenía claro cuál era el panorama que me iba a encontrar cuando llegue al salón, por lo que intenté atrasarlo. Antes de salir de la habitación me vibró el móvil, que descansaba en mi mesilla de noche, encima de mi cuaderno. Lo cogí y al leer el remitente me quedé mirando el móvil como una boba.

Friki de las estrellas (alias, Miller)

Buenos días Medio Hoyuelo. Espero que este sea tu número y no el de una pizzería o algo así. Porque no sería la primera vez que me pasa.

¡Dahlia! ¡Venga! ¡Reacciona! Suspiré, tenía que responder, ¿pero el qué? Había guardado su número anoche, antes de acostarme, pero no le escribí. ¿Y si le seguía la broma de la pizzería? Parecería una borde. Bueno, es que soy una borde y no soy abierta, me lo confirmó Lucas. ¿Tanto se notaba que incluso él se dió cuenta? Qué vergüenza.

¿Qué le respondía? Ya había abierto el mensaje, no podía dejarle en visto.

Comencé a andar en círculos por la habitación como una tonta.

Dahlia

Hola Miller. No, no es el número de una pizzería, aunque gracias por la idea. La próxima vez será.

Cuando lo mandé tiré el móvil lejos de mi. Me sentía ingenua por estar nerviosa, era un mensaje. ¿Por qué con él me ponía nerviosa? Solo le conocía desde hace tres días.

Salí de mi habitación y mi sonrisa desapareció al llegar al salón.

A pesar de ser ya de día la casa estaba a oscuras, porque las cortinas estaban corridas.

Se escuchaba la televisión, un programa malo de esos de concursos. Lo primero que hago es apagar la tele y correr las cortinas para que entrase luz. Detrás de mí, mi padre suelta un quejido. Me gire hacía el. Estaba harta de encontrarme esto casi todos los días. Dormía a pierna suelta en el sofá, con la misma ropa que ayer y el pelo todo enmarañado. El salón era un desastre. Estaba todo lleno de latas de cerveza que por mucho que tirase seguían apareciendo y envoltorios de frituras y aperitivos.

Debería haber insistido anoche cuando le dije que se fuese a la cama, él nunca tenía nada bajo control y yo lo sabía.

Sabía que iba a ser imposible moverlo de allí. Por lo que fui a la cocina y cogí una bolsa de basura y las cosas de limpieza. Metí todos los envases en la basura, barrí y fregué hasta que todo olía a lejía y a limpio.

El olor despertó a papá, que molestó se levantó y le ayudé a llegar a su habitación. Olía tanto a alcohol que me daban arcadas.

Escuché que mi móvil sonaba en mi habitación y corrí hacia él. Pero no era Alan, sino Laia.

—¡Hola Morenita!

—¿Qué quieres?

—Uy qué ánimos, quería hablar de tu maravillosa cita de anoche.

—¿Maravillosa? —solté un suspiro molesta—. La próxima vez buscar uno que no tuviera novia y que no sea un egocéntrico.

—Hostia, no me jodas. ¡¿Tenía novia?!

—Ajá, una tal Marta. ¿Dónde le encontrasteis?

—Por una app, dios que mal…

—Bueno…—me mordí la uña nerviosa. ¿Se lo contaba? Bueno, tampoco tenía nada que perder—. Pero adivina a quién me encontré.

—¿A mi tía Lucine? Me dijo que se había mudado a Worthing.

—No, a Lucine no. Era un chico…

—¡No! ¿Al del karaoke? —pude escuchar como cambiaba de postura y me la imagine tumbada en su cama boca abajo, moviendo las piernas, emocionada. Como siempre que la contábamos un chisme.

Supongo que se tomó mi silencio como un sí y la escuché gritar emocionada.

—Necesito que me lo cuentes todo. ¿Cómo se llamaba?

—Miller.

—¿Miller? Qué nombre más raro.

—No a ver, Alan Miller.

Se quedó callada, y la línea se volvió inquietantemente silenciosa.

—¿Pasa algo?

—Por casualidad no será alto, rubio y de ojos azules, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—¡Hostia!

—¿Qué?

—Tía, buscale en google.

—¿Qué? ¿Qué le busque? No será un asesino en serie, me dijo que no lo era.

—No, no, buscale.

Cogí mi portátil y fuí al buscador. Abrí el primer enlace que me aparecía y me salió una foto de él con más información.

—Joder con el niño. “Alan Miller, sucesor del grupo Miller, la empresa hotelera multinacional.”

Por eso no quería decirme su trabajo y me miró raro cuando no reaccioné ante su nombre completo. Lo peor es que yo no tenía ni idea de quién era. Hasta ahora.

—¿Es ese? —preguntó Laia, sobresaltándome. Me había olvidado de que seguíamos en llamada.

—Sí.

Joder, ahí aparecía su vida entera, aunque probablemente la mitad de las cosas fuesen falsas.

Laia me obligó a contarle todo, desde la cita a ciegas, hasta que volví a casa y se quedó alucinada, aunque más que yo no creo.

Ella me contó cómo habían convencido a Antón, mi jefe, de que pudiese tomarme el día libre el domingo a mis espaldas.

Al final decidimos dar un paseo hasta el karaoke a darle las gracias en persona.

—¿Y Claudia dónde está? —pregunté por el camino.

—Con Julien—Julien era el novio de Claudia, llevaban un par de meses saliendo—. Yo no consigo novio ni volviendo a nacer— se quejó.

—Pues ve a una cita a ciegas—la piqué.

—Ja, ja. Sabes lo que pasa, que con la cara de simios que tienen la mayoría me tendré que conformar con los de los libros y las pelis.

—Los de los libros son mejores, eso es real. Pero no todos tienen cara de simio.

—Claro, lo dice la que se ha encontrado a un millonario famoso y guapo.

—Si lo sé no te lo cuento. Y él y yo no somos nada.

—Si, si, que esto yo lo he leído.

—Si hija, es que tu has leido de todo. Pero la vida, por desgracia, no es como en los libros, así que relaja las hormonas.

—Que amargada, chica. Pues no me da la gana, las bajaré cuando me aparezca mi chico perfecto salido de un libro.



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En el texto hay: drama, amor, casualidad

Editado: 05.06.2025

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