Cantando a las estrellas

12 Porque cada vez que me acerco demasiado, lo estropeo todo.

Alan.

El hecho de que Dahlia no le diese importancia al hecho de mi posición en la empresa de mi familia me relajó. No quería que fuese raro.

Hablamos más por mensaje, pero noté que ella era muy cerrada y algo borde, cuando le hacía preguntas más personales simplemente las evitaba o contestaba seca. Yo no insistía, no quería incomodarla y que me bloquease. También había notado que evitaba cualquier tema relacionado con su madre, por lo que tampoco preguntaba de ello. En Worthing me aburría. El martes Dani me presentó a Robert, el anfitrión de la fiesta que organizaría la semana siguiente. Era un tipo agradable. Era alto, tenía el pelo castaño y algunas pecas que le daban un aire un poco más infantil. También me presentaron a su novia, Eva, que se tuvo que ir poco después.

El miércoles Daniel tenía que ir a Brighton a hacer no sé qué, y se me ocurrió una idea. Probablemente no era la mejor, pero me dió igual.

—¿Enserio vas a ir? —me preguntó Daniel en el coche.

—Si.

—¿Pero qué le vas a decir? Hola, mira, es que como no tengo nada mejor que hacer con mi vida, he decidido aparecer en la puerta de tu academia de música, con la esperanza de que no pases de mi cara—dijo Daniel poniendo vocecilla.

—A ver, si lo dices así suena raro.

—¡Porque es raro! Tu plan es raro lo mires por donde lo mires.

—Me da igual.

—Se va a asustar.

—Lo peor que puede hacer es ignorarme.

—O denunciarte por acoso.

—Pero qué dices, anda. Tu flipas. ¿Qué acoso? Simplemente pasaba por allí y…

—¿Y casualmente te has quedado en la puerta hasta que saliese?

—Cállate, no tengo por qué aguantarte.

—En realidad sí. Te hospedas en mi casa.

—No es tuya, es la de tus tíos. Y les caigo mucho mejor que tú.

—Ala. Menudo ataque gratuito. Además eso es mentira.

—Sí tú lo dices.

El resto del trayecto lo pasamos en silencio, con tan solo el sonido de la radio y el ruido que hacía Daniel tamborileando los dedos contra el volante al ritmo de la música.

Dahlia

Craig no me dejaba en paz. Ahora encima que íbamos a trabajar juntos no dejaba de molestarme. Estaba segura de que había pedido empleo ahí para fastidiar más. Para un lugar tranquilo y cómodo que tenía en mi vida. Aquel local se había vuelto como mi casa, y Craig tenía que arruinarlo.

—Señorita Allen—me llamó la profesora Bach—. Es tú turno.

Estábamos haciendo las pruebas para una audición para un musical. La audición era cara, por eso solo se presentaron los que superaran aquellas pruebas.

Entré con el ánimo un poco bajo, pero no iba a dejar que aquel estúpido arruinase mi futuro.

—Buenos días señorita Allen—un señor de pelo grisáceo me indicó que me colocase en el centro de la sala.

Hice lo que me pedía un poco nerviosa e instintivamente tiré de las mangas de la camiseta, una costumbre que tenía desde el accidente cuando estaba nerviosa.

—Soy Charles Grant—se presentó el señor cuando la profesora Batch se sentó a su lado.

—Encantada—dije sin saber qué decir.

—Tienes que cantar “A thousand years” de Christina Perri para esta prueba—me indicó la profesora.

Yo asentí y esperé a que la música empezase. Me sabía la letra porque era una de las canciones que habíamos estudiado en clase.

Cuando empezaron los primeros acordes, me dejé llevar por la música. Me encantaba cantar porque era como escapar a otra realidad. Por unos minutos me sentía libre y llena de nuevo, mis problemas pasaban a un segundo plano y todo era mejor. Durante unos minutos podía ser yo misma, sin preocupaciones, sin cicatrices, sin dolor, sin culpa, sin nada de lo que me molestaba a todas horas. Me gustaba porque era liberador. Porque por un momento, me volvía a sentir bien y feliz. Algo que llevaba sin sentir ocho largos y tortuosos meses.

Cuando la música se detuvo al fin, miré a Charles Grant y a la profesora Batch, que me miraban sonrientes, quise considerarlo una buena señal.

—Ya puedes retirarte, gracias.

Asentí un poco cohibida y volví a la sala principal, donde esperaba antes.

—¿Qué tal? —Laia se sienta a mi lado, está súper nerviosa, todavía no la han llamado a ella.

—Bien, supongo. Tranquila, que no te matan ahí dentro.

—Craig Foster—llamó la profesora Batch y el susodicho se levantó de su asiento y se dirigió al aula.

—Oye, pues ojalá a ese si que le maten ahí dentro— susurró Laia.

—Relaja los instintos asesinos—la piqué—. Aunque ojalá.

Cuando Laia estaba nerviosa le daban instintos agresivos hacía la persona que peor le cayese de la habitación. Normalmente Craig.

Cuando la música de la sala de actos terminó de sonar, y Craig salió después de cantar con su voz de pito, fue el turno de Laia. Casi salta del asiento cuando la llamaron.

—Te has puesto tu falda de la suerte, les enamoras seguro—la animé antes de que entrase.

—Eso espero—dijo cruzando los dedos en señal de suerte.

𝄞☆𝄞

—Los resultados los daremos la semana que viene—anunció la profesora.

Laia y yo nos encaminamos a la puerta, Laia estaba un poco deprimida, decía que lo había hecho fatal y que no la iban a coger, y yo trataba de animarla lo mejor que podía.

—¿Te acuerdas que ayer te comente que mi tía Lucine se mudó a Worthing?

—Sí.

—Tengo que verla hoy, he quedado con ella en una hora, tengo que irme ya.

—Ah, vale—la sonreí—. ¡Que te lo pases bien!

Le dí un abrazo de despedida y se metió corriendo en un taxi que esperaba frente al edificio. Suspiré, Claudia tenía exámenes en la facultad y los martes Angelica trabajaba hasta tarde. No quería volver a casa, por lo que decidí ir a la cafetería de siempre. Al menos ese era el plan, hasta que lo vi a él.

Estaba apoyado contra el muro de la entrada, con las manos en los bolsillos. ¿Qué hacía aquí?

Me vió y me dedicó una sonrisa que no pude devolver.



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En el texto hay: drama, amor, casualidad

Editado: 05.06.2025

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