12 Rota en pedazos
Thinking back to last December, all the nights we'd all remember, can you take us back now?
I was screaming out when I got the call
Heartbeat stopped cause this is all my fault
Dahlia.
Después de ducharme y arreglarme lo mejor que pude llamé a Angélica. Al final habíamos quedado esta noche. Íbamos a ir a un restaurante al que solíamos ir con mamá, por lo que sabía de antemano que la velada estaría llena de recuerdos, aunque los recuerdos fuesen buenos.
Me parece algo irónico lo que hacemos los seres humanos de ponernos tristes recordando momentos felices.
Angélica había dicho que pasaremos por un sitio antes de ir al restaurante. Me dio mala espina.
Me vestí con unos vaqueros y un top de tan solo una manga, la que cubría la quemadura. Y me alisé el pelo, cosa que llevaba sin hacer desde el accidente. No sé por qué lo hice. Pero me apetecía arreglarme aquel día. A mamá le habría gustado.
Claudia también me había escrito esta mañana para preguntarme que tal estaba, le respondí que bien, si lo repetía muchas veces a lo mejor me lo acababa creyendo.
Antes de salir de casa me aseguré de que el salón estuviera despejado por si a mi padre se le ocurría aparecer, para que no se hiciera daño.
Angélica me esperaba en su coche. También iba con mejor aspecto que por la mañana.
—Vaya, hoy te has esmerado—comentó al verme.
—Que va, solo me he alisado el pelo. He visto la plancha y he dicho, ¿por qué no? —bromeé un poco para calmar el ambiente.
—Pues te queda genial. Pero me molan más los ricitos.
Nos montamos en el coche y me puse nerviosa como siempre. El trayecto fue silencioso, lo que me hizo pensar que a lo mejor ir no era tan buena idea. Mis pensamientos no dejaban de divagar hacia mi madre, pero me obligué a mantenerme presente. No podía dejar que los recuerdos me dominaran.
—¿A dónde vamos? —pregunté cuando Angélica tomaba un desvío que en teoría era desconocido, pero me sonaba bastante.
—Ahora lo verás—respondió a media voz, aunque ya tenía una ligera sospecha.
Finalmente Angélica aparcó el coche frente a una verja que conocía mejor de lo que quería, aunque tan solo había estado una vez en meses.
—Angélica, yo no…
—Ya lo sé, pero quiero que hagamos esto, ella se lo merece. Por favor.
Suspiré, tenía razón y no le podía negar eso. Salimos del coche y antes de entrar al cementerio Angélica cogió un ramo de rosas blancas del maletero.
Un cielo cubierto de nubes oscuras se alza sobre los árboles de tonos naranjas que iban perdiendo las hojas a medida que se acercaba el invierno. Un camino de grava conducía hasta la verja desde el aparcamiento. La última vez que estuve aquí era primavera, todo estaba verde y colorido. Sin embargo yo lo veía como lo veía todo ahora. Gris, seco, apagado. Muerto. Las flores que se esparcían por el cementerio en Mayo ahora no eran más que hierba seca. A medida que avanzábamos por el cementerio observaba las tumbas. Algunas tenían flores frescas que pondrían los seres queridos de aquellas personas. Algunas estaban prácticamente abandonadas, cosa que me dio pena y me sentí mal por no haber ido a visitar la de mamá antes.
Los cementerios son extraños. Están llenos de personas que tuvieron sus vidas, sus historias y que los demás no llegarán a conocer nunca. Lo único que queda es su nombre.
De pequeña acompañaba a mi padre al cementerio de vez en cuando para ver las tumbas de mis abuelos. Recuerdo que jugaba a imaginarme las vidas de cada persona. Cómo serían, sus historias. Curioseaba y fantaseaba.
Ahora eso no me interesaba, porque conocía la vida de una persona que estaba ahí, y venía a verla a ella.
La tumba de mamá era una de las más apartadas. Era pequeña, pero preciosa. La lápida tenía su nombre grabado en la piedra y una pequeña frasecita con las fechas.
Yo no pude ir al funeral de mamá porque estaba en el hospital por el accidente. Cuando me dieron el alta fui una vez, y desde entonces he estado evitando este sitio.
Dejé un rato a Angélica sola, para que hablase con mamá, me pregunte cuantas veces iría ella a verla. Entre la universidad y el trabajo, Angélica no tendría mucho tiempo libre. Pero conociéndola iría cada vez que podría. Mientras tanto me preparaba mentalmente para ver qué le diría yo. No estábamos solas en el cementerio, en una tumba más lejos podía ver a una abuelita dejar rosas.
Cuando Angelica terminó, dejó las rosas, me dirigió una pequeña sonrisa y se fue hacía el coche.
Me acerqué hasta la lápida y me senté enfrente. Habían pasado ocho meses desde que no estaba. Ocho. Había muchas cosas que quería contarle, pero no me salía nada. Tome aire y miré alrededor. Angélica estaba en el coche, y la abuelita estaba muy lejos de mi. No me oiría nadie.
—Hola mamá—pronuncié en voz alta tras unos minutos y se sintió tan raro decir esas palabras en alto, tan raro oírlas salir de mi boca sabiendo que nadie estaría realmente escuchando—. Voy a serte sincera, llevo unos meses de mierda. Ya te lo dije la última vez. Sé que tú estás aquí por mi culpa, y lo siento muchísimo. Debería haber sido al revés. Ojalá hubiese sido al revés.
Me callé un momento, esperando una respuesta que nunca iba a llegar. Recordar todo lo que había pasado en esos ocho meses hizo que se me revolviesen las entrañas.
—El viernes nos fuimos al karaoke como siempre, estamos yendo mucho ahora. Pero fue diferente, conocí a un chico, Alan Miller. Resulta que es rico y famoso, aunque realmente eso no me importa mucho. Es muy simpático, creo, no sé muy bien cómo sentirme al respecto. Ayer vino desde Worthing solo para disculparse…—recordé y se me formó una pequeña sonrisa triste—. No se porque lo hizo, ni porque le era tan importante el detalle, pero me gustó y a Laia también. Ella está como loca con Miller. Creo que a tí también te gustaría. Te caería mejor que Craig.