Cantando a las estrellas

14 Rota en pedazos

Dahlia.

Después de ducharme y arreglarme lo mejor que pude llamé a Angélica. Al final habíamos quedado esta noche. Íbamos a ir a un restaurante al que solíamos ir con mamá, por lo que sabía de antemano que la velada estaría llena de recuerdos, aunque los recuerdos fuesen buenos.

Me parece algo irónico lo que hacemos los seres humanos de ponernos tristes recordando momentos felices.

Angélica había dicho que pasaremos por un sitio antes de ir al restaurante. Me dio mala espina.

Me vestí con unos vaqueros y un top de tan solo una manga, la que cubría la quemadura. Y me alisé el pelo, cosa que llevaba sin hacer desde el accidente. No sé por qué lo hice. Pero me apetecía arreglarme aquel día. A mamá le habría gustado

Antes de salir de casa me aseguré de que el salón estuviera despejado por si a mi padre se le ocurría parecer, que no se hiciera daño.

Angélica me esperaba en su coche. También iba con mejor aspecto que por la mañana.

—Vaya, hoy te has esmerado—comentó al verme.

—Que va, solo me he alisado el pelo. He visto la plancha y he dicho, ¿por qué no? —bromeé un poco para calmar el ambiente.

—Pues te queda genial.

Nos montamos en el coche y me puse nerviosa como siempre. El trayecto fue silencioso, lo que me hizo pensar que a lo mejor ir no era tan buena idea. Mis pensamientos no dejaban de divagar hacia mi madre, pero me obligué a mantenerme presente. No podía dejar que los recuerdos me dominaran.

—¿A dónde vamos? —pregunté cuando Angélica tomaba un desvío que en teoría era desconocido, pero me sonaba bastante.

—Ahora lo verás—respondió a media voz, aunque ya tenía una ligera sospecha.

Finalmente Angélica aparcó el coche frente a una verja que conocía mejor de lo que quería, aunque hacía muchos meses que no iba.

—Angélica, yo no…

—Ya lo sé, pero quiero que hagamos esto, ella se lo merece.

Suspiré, tenía razón y no le podía negar eso. Salimos del coche y antes de entrar al cementerio Angélica cogió un ramo de rosas blancas del maletero.

Un cielo cubierto de nubes oscuras se alza sobre los árboles de tonos naranjas que iban perdiendo las hojas a medida que se acercaba el invierno. Un camino de grava conducía hasta la verja desde el aparcamiento. La última vez que estuve aquí era primavera, todo estaba verde y colorido. Sin embargo yo lo veía como lo veía ahora. Gris, seco, apagado. Muerto. Las flores que se esparcían por el cementerio en Mayo ahora no eran más que hierba seca. A medida que avanzábamos por el cementerio observaba las tumbas. Algunas tenían flores frescas que pondrían los seres queridos de aquellas personas. Algunas estaban prácticamente abandonadas, cosa que me dio pena y me sentí mal por no haber ido a visitar la de mamá antes.

Los cementerios son extraños. Están llenos de personas que tuvieron sus vidas, sus historias y que los demás no llegarán a conocer nunca. Lo único que queda es su nombre.

De pequeña acompañaba a mi padre al cementerio de vez en cuando para ver las tumbas de mis abuelos. Recuerdo que jugaba a imaginarme las vidas de cada persona. Cómo serían, sus historias. Curioseaba y fantaseaba.

Ahora eso no me interesaba, porque conocía la vida de una persona que estaba ahí, y venía a verla a ella.

La tumba de mamá era una de las más apartadas. Era pequeña, pero preciosa. La lápida tenía su nombre grabado en la piedra y una pequeña frasecita y las fechas.

Yo no pude ir al funeral de mamá porque estaba en el hospital por el accidente. Cuando me dieron el alta fui una vez, y desde entonces he estado evitando este sitio.

Dejé un rato a Angélica sola, para que hablase con mamá, me pregunte cuantas veces iría ella a verla. Entre la universidad y el trabajo, Angélica no tendría mucho tiempo libre. Mientras tanto me preparaba mentalmente para ver qué le diría yo. No estábamos solas en el cementerio, en una tumba más lejos podía ver a una abuelita dejar rosas.

Cuando Angelica terminó, dejó las rosas, me dirigió una pequeña sonrisa y se fue hacía el coche.

Me acerqué hasta la lápida y me senté enfrente. Habían pasado ocho meses desde que no estaba. Ocho. Había muchas cosas que quería contarle, pero no me salía nada. Tome aire y miré alrededor. Angélica estaba en el coche, y la abuelita estaba muy lejos de mi. No me oiría nadie.

—Hola mamá—pronuncié en voz alta tras unos minutos—. Voy a serte sincera, llevo unos meses de mierda. Ya te lo dije la última vez. Sé que tú estás aquí por mi culpa, y lo siento muchísimo. Debería haber sido al revés. Ojalá hubiese sido al revés.

Me callé un momento, esperando una respuesta que nunca iba a llegar. Recordar todo lo que había pasado en esos ocho meses hizo que se me revolviesen las entrañas.

—El viernes nos fuimos al karaoke como siempre. Pero fue diferente, conocí a un chico, Alan Miller. Resulta que es rico y famoso, aunque realmente eso no me importa mucho. Es muy simpático. Ayer vino desde Worthing solo para disculparse…—recordé y se me formó una pequeña sonrisa—. No se porque lo hizo, ni porque le era tan importante el detalle, pero me gustó y a Laia también. Ella está como loca con Miller. Creo que a tí también te gustaría. Te caería mejor que Craig.

Me acerqué un poco a la lápida con el corazón en un puño.

—Sí, él te caería bien, a mí también. Pero no puede quedarse. El sábado vió a papá, está fatal, no puedo dejar que lo vea. No puedo dejar que entre en mi vida y descubra cómo es. No puedo hacerle eso. Le eché, pero no me ha hecho caso y sigue viniendo. Y no se como echarle, porque en el fondo no quiero. Pero no quiero hacerle daño, y si se queda se lo haré—continué con un nudo en la garganta—. Yo me merezco lo qué me está pasando, pero él no. No tiene por qué meterse en esto.

Se me llenaron los ojos de lágrimas y me esforcé por no soltar un sollozo.

—Me gustaría que todo fuese como antes, ¿sabes? Quiero volver a ser abierta como antes, poder ir feliz todas las mañanas al conservatorio. Me gustaría hacer más amigos… más de los que tengo ahora. Aunque diga que no, si que quiero. Quiero ser capaz de ir a las fiestas que organizan mis compañeros del conservatorio, esas a las que siempre rechazo las invitaciones por lo que ya ni se molestan en preguntarme. Me gustaría volver a casa y encontrarme a papá sobrio y que me cuente cómo ha ido su día en un trabajo que conseguirá. Que luego volvieses tu de tu trabajo, ya que siempre volvías a casa muy tarde y nos contases las cosas locas que han pasado allí. Cenar de vez en cuando con Angélica cuando tiene ratos libres…



#4856 en Novela romántica
#369 en Joven Adulto

En el texto hay: drama, amor, casualidad

Editado: 05.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.