Cantando a las estrellas

 20 La canción

Dahlia

—No me habías dicho que su amigo fuese tan mono—me dijo Laia apoyándose en la barra del bar del karaoke.

Como Antón me había cambiado los horarios ahora tenía turno en el Karaoke por las mañanas, lo que yo preferiría ya que así tendría las tardes libres. Laia había venido a tomar algo mientras era mi turno cuando lo único que estaba haciendo era parlotear sobre Daniel, el amigo de Alan.

—No le conocía.

—¿Tú crees que le gustó?

—No sé, supongo—respondí mientras colocaba unos vasos tras la barra.

—¡Dahlia!—se quejó.

—¿Qué?

—Que eso no me ayuda.

—¿Y qué quieres que te diga?

—Que sí.

—Vale, sí le gustas, le encantas, se quiere casar contigo.

—Tonta.

—¡Pero! ¿Ahora por qué?—la miré divertida. Nunca la había visto así de pillada por alguien.

—Que no lo digas así. Ahora en serio, tú qué crees.

—Pues lleváis hablando sin parar desde anoche y ayer no te quitaba ojo. Así que supongo que sí.

Laia soltó un pequeño grito emocionada, menos mal que no había casi gente en el local.

—El problema es que es de España.

—Bueno pues aprendes español. Yo te enseño.

—No me refiero a eso.

—Ya. Pero mira, si funciona pues ya veréis que hacéis cuando tenga que volver a España. Además, dinero para poder venir aquí a verte no le falta.

Laia se rió, mentira no era, supuse que trabajaría con Alan así que el dinero les sobra.

—¿Y si no funciona?

—Pues peor para él.

—Bueno y tú qué.

—¿Yo?

—Claro, con Alan.

Recibí una notificación y saqué el móvil para mirarlo.

—Hablando del rey de Roma.

Friki de las estrellas (alias, Miller)

Hola medio hoyuelo. Podríamos quedar y puedes hacerme un tour por Brighton.

—¿Qué te dice?

—De quedar.

—¿Otra vez?

—Sí.

—Le tienes obsesionado eh.

—Cállate.

—Vale, vale. ¿Y qué le vas a decir?

—No lo sé.

Y la verdad era esa. No tenía ni idea. Parte de mi quería quedar con él de nuevo, pero esa vocecilla en mi cabeza me decía que estaba yendo muy rápido, que no debía abrirme tanto, que solo me haría daño. Éramos dos mundos completamente diferentes, él se volvería a España y no pensaría nunca más en mí, mientras que yo seguiré estancada aquí.

Yo nunca sabré lo que es ser él, y él nunca sabrá cómo es ser yo.

Por mucho que quisiera intentarlo, ya que dicen que es mejor arrepentirse de haber hecho algo que de no haberlo intentado, en el fondo era una cobarde con la vida destrozada que veía lo malo en cada cosa.

—Dile que sí—dijo Laia.

—No.

—¿No? ¿Le vas a decir que no?

—No.

—¿Entonces?

—Que no lo sé.

—En visto no le puedes dejar.

—Eso ya lo sé.

—Pues le dices que sí, que no va a pasar nada.

—Es que no sé, no sé.

—Pero a ver, ¿qué va a pasar? Solo quiere quedar. ¿Qué hay de malo? Ya habéis quedado muchas veces.

—Pues eso. Esto está yendo muy rápido.

—¡Pues mejor! Mejor rápido que un tostón. Además eras tú la que me estaba animando antes con Daniel.

—Pero eso es diferente.

—¿Cómo va a ser diferente?

—Pues porque tú eres tú, y yo bueno… Pues soy yo.

—Tú lo que eres es tonta. Dile que sí, que le has dejado en visto.

Me quedé mirando la pantalla de mi móvil lo que se sintió como una hora.

—¿Y si la cago? —le pregunté a Laia sin mirarla.

Ella se encogió de hombros, como si fuera lo más sencillo del mundo.

—Pues la cagas. Y luego sigues adelante. Como has hecho siempre.

Suspiré agarrando el móvil como si fuera una bomba a punto de estallar.

—Bueno, vale.

—Esa es mi chica. Y si te sientes incómoda solo me llamas y te rescato— dijo Laia ilusionada.

Asentí, pero seguía frente a la pantalla del móvil.

Hola medio hoyuelo. Podríamos quedar y puedes hacerme un tour por Brighton.

No era gran cosa. No era una confesión ni una promesa. Era una invitación sencilla, inocente incluso. Pero a mí me dejó paralizada. Porque ya no sabía si era capaz de hacer cosas tan simples como aceptar una cita sin que el miedo me gritara por dentro.

Que le den al miedo. Antes de tener tiempo para arrepentirme escribí un “vale, te viene bien mañana? Tengo la tarde libre” y guardé el móvil.

Laia soltó una pequeña risa.

—¿Qué? —pregunté, alzando una ceja.

—Nada. —Sonrió ampliamente—. Solo que me gusta ver cómo te cuesta, pero luego lo haces.

—No me lo recuerdes—gruñí, fingiendo estar molesta. Pero en el fondo me sentía tonta. ¿Por qué tenía que ser tan difícil aceptar algo tan simple?

𝄞☆𝄞

Quedamos el domingo en el muelle de Brighton. Pasé todo el sábado tratando de no pensar en él, pero Laia lo hacía muy difícil para mí, ya que no se callaba, que si Daniel, que si Alan, que si Daniel otra vez. Papá aún no había vuelto a casa y estaba empezando a preocuparme, pero no quería decirle nada a Angélica. Era una estupidez no contarle nada, pero no sabía cómo hacerlo de todas formas.

El domingo le vi desde lejos en el muelle. Llevaba unos vaqueros con una camiseta blanca, a veces se me olvidaba que era famoso cuando le veía tan casual.

—Has llegado antes de tiempo —le dije al acercarme.

—Qué puedo decir, soy un hombre puntual cuando quiero impresionar.

—¿Y lo estás intentando?

—Tú dirás.

Puse los ojos en blanco. No sabia por que me preocupaba tanto cuando todo con él era fácil. Quizá era exactamente por eso. Me daba miedo lo fácil que era todo.

—¿Y bien, señorita guía? —preguntó, cambiando de tema—. ¿Qué maravillas ocultas de Brighton vas a enseñarme hoy?

—No soy guía —respondí, comenzando a caminar por el muelle—. Pero tengo una lista mental de sitios a los que llevaría a alguien si me cae bien.

—¿Y yo te caigo bien?

—No empieces —le advertí con media sonrisa andando por el muelle.



#4856 en Novela romántica
#369 en Joven Adulto

En el texto hay: drama, amor, casualidad

Editado: 05.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.