Cantando a las estrellas

26 Podría estar en cualquier parte, pero estoy contigo

Dahlia

Lo primero que siento al despertarme es un dolor de cabeza enorme, ganas de vomitar, y a Alan tumbado a mi lado, lo suficientemente apartado para no estar pegado, pero su brazo rozaba mi espalda.
Estupendo. Empiezo el día como una princesa Disney moderna: con resaca, aliento a tequila y un hombre en mi cama. Solo me falta el pájaro azul cantando en la ventana.
Me senté en la cama a duras penas, pero al incorporarme, el mundo se inclinó a la izquierda, luego a la derecha, el estómago protestó y…
—No, no, no… —susurré, y salí corriendo como si me fuera la vida en ello.
Llegué al baño en tiempo récord. Y sí. Vomité. Con la elegancia de un gato escupiendo una bola de pelo. Me abracé al váter y dejé que mi cuerpo se arrepintiera por mí.
Después de unos eternos minutos de escupir decisiones horribles, me senté en el suelo helado del baño. Con el maquillaje corrido, las manos frías y la dignidad colgando de la cisterna.
Genial. Ya he tocado fondo. Literalmente. Estaba en el suelo. Y entonces, empezaron los recuerdos.
Flash.
El sabor del alcohol que llevaba tanto tiempo sin probar.
Flash.
La música. Su voz. Su risa.
Flash.
Una pelea. ¿Le grité? Seguramente.
Flash.
El coche. Él abrochándome el cinturón.
Flash.
Su mano en mi mejilla.
Flash.
El beso.
¡Mierda! Me incorporé bruscamente, lo que fue un error. El mundo vuelve a girar. Pero me dió igual.
Mierda, mierda, mierda. Le conté lo de papá. ¡Le conté lo de papá! ¿Cómo pude contarle eso? Joder. Quería que el suelo del baño se abriese y me tragase.
—¿Estás bien?
La voz de Alan sonó todavía dormida a mi espalda, no me había dado cuenta de que me había vuelto a caer.
—Define bien——murmuré sin girarme, con la frente apoyada en la tapa del váter.
Hubo un silencio. Lo suficientemente largo como para que me diera tiempo a arrepentirme por octava vez de existir, pensando en que guardo todas mis tormentas dentro de un cuaderno que nadie lee, ni siquiera yo, y ayer le solté una grande y no quería hablar de ello, por lo que había un elefante bien grande en la habitación.
—¿Necesitas agua, o una ambulancia?
—Una nave espacial para huir de este planeta estaría bien.
Lo escuché moverse, arrastrando los pies por el pasillo. Seguramente buscando un vaso de agua por la cocina supuse, o tal vez su dignidad, que seguro también la había dejado anoche en alguna parte de mi casa.
Yo seguía sin saber qué decir. Literalmente. No era una excusa. Tenía la mente hecha un caos y un nudo en la garganta. ¿Cómo se suponía que debía actuar? ¿Decir “gracias por traerme agua después de vomitar mis sueños”? ¿Pedir perdón por besarle? ¿Por echarle luego? ¿Por existir?
Nada me salía.
Y entonces apareció en la puerta. Despeinado, con cara de “quiero morir” y un vaso de agua en la mano.
—Estás horrible —dijo con una sonrisa ladeada—. No he encontrado aspirinas.
—Gracias. Lo sé. Pero no todos podemos despertarnos guapos como tú —le respondí sin pensar, cogiendo el vaso—. ¿Qué haces aquí aún?
Él alzó una ceja.
—¿Quieres que te responda en serio o con sarcasmo?
Lo miré sin saber ni yo qué quería. Ni qué pensaba. Ni qué sentía. Me limité a asentir, con el vaso en las manos y el estómago aún haciendo ruidos de ultratumba.
—Vale. Pues estoy aquí porque no me fui anoche, obviamente. Porque tú me echaste, sí. Pero también estabas borracha, y jodidamente triste, y no me pareció buena idea dejarte sola. No soy tan capullo como me pintas, Dahlia.
Asentí otra vez. Muy útil mi lenguaje corporal esta mañana. Premio a la elocuencia.
—No me acuerdo de todo lo que dije.
—No dijiste tanto.
Lo miré, dudando.
—¿Seguro?
—Me dijiste que mis ojos son verdes.
—Tus ojos no son verdes.
—¿Ves? Ya estás volviendo a ser tú.
Me quedé mirando a sus ojos de azul profundo, como hipnotizada, hasta que sus palabras de la noche anterior volvieron a revolotear por mi cabeza.
—Pero si me acuerdo de lo que me dijiste tú.
—¿De qué parte exactamente? Porque anoche dije muchas cosas. Algunas probablemente más de la cuenta.
—De cuando me soltaste todo lo que te venía a la cabeza. Como si llevaras días guardándotelo.
—Pues un poco sí —respondió, rascándose la nuca, incómodo.
—Ya, bueno. Yo también me cabreé porque… tú rompiste el beso.
Se hizo un silencio. No de esos incómodos. De esos que pican.
—Estabas borracha, Dahlia. Pensé que lo mejor era parar.
—Ya, ya lo sé. Lo sé ahora.
—¿Y entonces?
—Entonces no sabía si estabas siendo considerado o si te estabas echando atrás.
—¿Y no podías preguntar?
—Mira, todo pasó muy rápido, y es la primera vez en mucho tiempo que dejo a alguien, bueno, acercarse tanto, y de pronto te separaste—dije—. Yo pensaba que te gustaba y justo después te quitaste y ya no estoy tan segura. Y me da miedo.
La última persona con la que había llegado a intimar hasta el mismo punto fue Craig, y no acabó bien. Pensaba que podía ser diferente, que le gustaba de verdad. Tal vez en ese momento se dió cuenta de que no era lo que él quería o de verdad era porque no quería aprovecharse. O solo fue algo del momento y solo soy una amiga, o me olvidaría en cuanto volviese España y yo no fuese importante. O tal vez le gustaba, pero por empujarle tantas veces había cambiado de opinión.
A veces pienso que soy muy difícil de querer. Que el amor es algo para los demás y no algo que yo deba recibir.
Alan no dijo nada enseguida. Solo me miró. De esa forma suya, que parece que ve más de lo que dices.
—No te estoy juzgando —dijo al fin—. Y no me estoy echando atrás.
—Entonces ¿qué? —pregunté bajito.
—Entonces que me gustas, joder. Pero también me importas. Y no quería que mañana te despertaras con la sensación de que me aproveché de ti. No quería que te arrepintieras de algo que en otro momento habrías querido que fuera distinto. No soy un idiota, Dahlia.
Me pasé las manos por la cara. El dolor de cabeza, la confusión emocional, las ganas de desaparecer durante tres semanas… todo se mezclaba. Pero había algo en su tono, en su forma de hablarme, que no me dejaba huir del todo.
De pronto mi teléfono empezó a sonar en mi habitación. ¿Desde cuando el tono estaba tan alto? Me iba a explotar la cabeza. Menudo momento para llamar.
—¿No vas a cogerlo? —preguntó Alan, mirando en dirección al pasillo.
—No. Seguro que es spam. O mi conciencia.
—Dahlia.
Rodé los ojos, me levanté con esfuerzo y fui a por el móvil. Cuando vi el número me detuve en seco.
—¿Qué pasa? —preguntó Alan, que ya estaba detrás de mí.
No respondí. Deslicé el dedo para responder, el corazón golpeándome como si también estuviera con resaca. Ya me habían dicho que no me querían, ¿qué querían ahora?
—¿Sí?
—¿Dahlia Allen?
—Sí, soy yo.
—Te llamamos para informarte de que hubo un malentendido en las listas. Te dieron el resultado de otro candidato. Te han seleccionado para la audición nacional.
Me quedé callada. Un segundo. Dos. Tres. Alan me miraba, esperando que le tradujera la cara de póker que debía de tener en ese momento.
—¿Hola? ¿Sigues ahí?
—Sí. Sí, claro. Es solo que... perdón, ¿puedes repetirlo?
La mujer soltó una leve risa al otro lado.
—Has sido seleccionada.
—Ah. Vale. Gracias—respondí. Menuda respuesta.
Colgué. Me giré hacia Alan.
—¿Y bien? —preguntó él, con las cejas levantadas.
—Me han cogido.
—¿Cómo que te han cogido?
—Me han cogido. Para la audición nacional.
Alan se quedó quieto un momento. Luego sonrió.
—¡Joder, Dahlia! —Y sin pensarlo, me abrazó.
Yo, que no suelo dejarme tocar, que no suelo dejar que nadie se acerque demasiado, no me aparté.
Solo me dejé abrazar.
Y por primera vez en mucho tiempo, me alegré de no estar sola cuando el mundo se puso del revés… pero esta vez para bien.
Porque a veces, para poder sanar hay que dejar que la gente te ayude.



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En el texto hay: drama, amor, casualidad

Editado: 05.06.2025

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