Cantando a las estrellas

Siete meses antes

Siete meses antes

The capillaries in my eyes are bursting

If our love died, would that be the worst thing?

For somebody I thought was my saviour

You sure make me do a whole lot of labour

  • Paris Paloma

Por fin había salido del hospital. Ya me habían dado el alta.

Sin embargo, ya me lo había perdido todo. El funeral. Las flores. Las palabras bonitas que otros dijeron por compromiso. El abrazo incómodo de los vecinos. La forma en que todos bajan la voz cuando tú pasas por al lado. Me lo perdí todo. Pero no porque no quisiera estar. Sino porque estaba en una cama blanca, llena de tubos, mientras el mundo seguía girando sin ella. Sin mí.

La culpa me revolvía el estómago. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había vomitado. Había pasado un mes, pero el recuerdo seguía repitiéndose y repitiéndose en mi cabeza. Como un bucle infinito de desesperación y tortura. Su risa antes del grito, el sonido de los demás coches, el impacto, los airbags, salir disparadas de la carretera y rodar y rodar. Las sirenas de las ambulancias. Las luces de los coches patrulla. Las voces distorsionadas como si el mundo se hubiese sumergido bajo el agua.

Todavía podía sentir el cristal del parabrisas clavado en mi cintura. El fuego en mi brazo cuando el coche comenzó a arder. La desesperación en mis manos intentando desabrochar el cinturón. La sangre. El humo.

No recuerdo cómo estaba mamá en ese momento. Supongo que mi cerebro lo eliminó por instinto de supervivencia. Supongo que si lo recordase, no podría levantarme jamás.

Angélica dice que no fue mi culpa. Que fue un accidente. Pero claramente sí lo fue. Nunca debí haber tocado ese coche. Nunca debí haber cogido esas llaves. Y papá opinaba lo mismo. No se molestaba en ocultarlo. Me lo decía cada día, con el silencio, con la mirada, con los portazos. Había matado al amor de su vida. Y eso no se perdona.

No quería ni imaginarme lo que debía sentir él. Pero lo hacía igual. Me lo imaginaba cada vez que entraba en la cocina y no veía su taza. Cada vez que cerraba la puerta y no oía el "ponte la chaqueta" de siempre. Cada vez que volvía a casa y la encontraba más vacía que la vez anterior. Cada vez que le veía consumir alcohol.

Cuando llegué, papá no estaba. Vi que no había tocado nada de mamá. Su taza seguía en el mismo sitio. Su bufanda seguía colgada en la silla del pasillo. Pero la casa estaba hecha un desastre. Como si nadie hubiera respirado ahí en semanas. Como si incluso el aire se hubiese dado por vencido.

Quería prenderme fuego a mí misma.

Que me tragara la tierra.

Que despertase siendo invisible.

D e s a p a r e c e r.

Debería haber sido yo. No ella.Me tiré a la cama.

Me dolía todo. El cuerpo, el alma, los recuerdos. Miré mi pequeño cuaderno en la mesilla. El que me dio mamá. Tenía estrellitas dibujadas en la portada. Solía decir que todo lo que escribía ahí brillaba con luz propia.

Lo cogí con rabia y empecé a arrancar todas las canciones que escribí. Ridículas. Todas. Basura. ¿En qué estaba pensando? Nunca llegaré a cantarlas. No me lo merecía. No después de lo que había hecho. Estúpidos sueños. Por eso son sueños. Porque no son reales. Y nunca lo serán.

Volví a derrumbarme en la cama. Rota. Ahogada en lágrimas mientras miraba al techo. Estúpidas estrellas. Ojalá se me hubiese caído el techo encima. Para acabar con esta culpa. Con este dolor. Con mi pobre niña interior que estaba sufriendo por los errores de mi yo de ahora.

Quería gritar. Pero no me salían palabras. Sin embargo, mi cabeza estaba llena de ellas. Miles de versos. Acordes. Rimas. Necesitaba dejarlas salir.

Quién diría que el duelo doliese tanto. Quién diría que alguien pudiese sentirse tan apagada. Tan vacía. Soy un monstruo.

Volví a coger el cuaderno. Con manos temblorosas. Y escribí. Escribí todo. "So Blue" fue la primera de muchas cosas que escribí sobre mamá. Canciones que nadie escucharía. Pero que me mantenían cuerda. Un poco al menos.

No merecía triunfar. No merecía ser feliz. Pero se lo debía. Se lo había prometido. Me senté al piano. Temblando. Y empecé a grabar. La voz me salía rota, pero salía. Cuando terminé, cerré los ojos y le dí a publicar. Sin embargo, borré el archivo nada más publicarlo.

Cobarde.

Quién juega sin saber las normas nunca gana.

Tocaron a la puerta. Papá, Angélica, Laia. No.

Abrí.

Era Craig.

Me miró de arriba abajo. Yo estaba horrible. Había vuelto a llorar. Me dolía el cuerpo. No me había cambiado de ropa. Tenía aspecto de fantasma.

Pero él sonrió.

—Hola.

—Hola.

—Me habían dicho que te habían dado el alta.

—Sí.

Me hice a un lado para que pudiese entrar. Fue directamente a mi cuarto. Agradecí que no hiciera comentarios sobre el aspecto de la casa. Se sentó en el borde de mi cama con la confianza de quien ya ha estado ahí antes. Se quedó mirando mis manos, que aún temblaban un poco. Yo seguía de pie. Brazos cruzados. Como si eso pudiese contener toda la vergüenza y el dolor.

—¿Cómo estás?

—Mal—respondí, no me apetecía ni mentir.

—Me lo imaginaba—dijo mirando las páginas del cuaderno desperdigadas por el suelo—. Sé que estás pasando por una mierda enorme —añadió él, con esa voz baja que usaba cuando quería parecer sincero—. Y no tienes por qué estar sola. No ahora.

Lo miré. Por un momento, su voz me pareció reconfortante. Era alguien familiar. Alguien que sabía partes de mí que los demás no conocían. Dolía, pero también... pesaba menos que todo lo demás. Durante unos segundos, lo permití.

Se levantó. Caminó hacia mí. Colocó una mano en mi mejilla. Fría. Grande. Una vez fue cálida. Ahora ya no sabía.

—Te echo de menos, Dahlia —susurró—. A veces pienso que nadie te entiende como yo.



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En el texto hay: drama, amor, casualidad

Editado: 30.07.2025

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