Alan
La abracé. Sin pensarlo. Solo lo hice. Fuerte, pero con cuidado.
Fue automático, como respirar. Como cuando sales a la calle sin chaqueta y alguien te echa una encima. No te lo esperas, pero lo agradeces más de lo que eres capaz de decir.
Y ella… no se apartó.
Se dejó abrazar.
No dijo nada, pero tampoco me empujó. Y eso, viniendo de Dahlia, era básicamente como gritarme al oído “me importas”.
Me abrazó de vuelta. Como si lo necesitase. Como si hubiese estado un abrazo durante mucho tiempo y por fin lo hubiese conseguido.
—Vas a ir a la audición nacional —repetí, como si dijéndolo en voz alta fuera a parecer más real.
—Sí —dijo ella, aún en shock—. O sea, creo que sí. Me han dicho que sí.
—Pues eso. Que sí.
Nos quedamos un momento así. Luego me separé un poco, no mucho, lo justo para poder mirarla bien. Tenía esa cara de “no sé si llorar o reírme”. A ella le salía más llorar. Pero en plan bonito.
—¿Ves? Te dije que tenías una voz increíble.
—¿Y si es un error otra vez? —preguntó con voz bajita.
—¿Tú sabes cuántos errores tendría que cometer el universo para no escucharte cantar? Ni aunque quisiera.
Se rió un poco. Muy poco. Pero suficiente. El sonido de su risa me daba una paz rara, como cuando consigues encajar una pieza de puzzle sin forzarla.
Nos sentamos en el borde de su cama. Yo estaba feliz, claro. Pero no era solo eso. Era esa sensación de… “vale, algo bueno, por fin”. Como si después de todo lo que había pasado en los últimos días, alguien allá arriba hubiese dicho “venga, vamos a darle una”.
—Pero me han dicho que se habían equivocado con otra persona. Tengo que llamar a Laia—dijo, ya con el móvil en la mano.
—¿Crees que fue ella?
—No lo sé, pero por si acaso. ¿Te importa que ponga el altavoz?
—Para nada.
Marcó el número y puso el altavoz. Yo me quedé a su lado, en silencio, mientras escuchábamos los tonos. Tardó un poco en responder. Lo justo para que Dahlia empezara a comerse las uñas. Daba igual que estuviera en pijama, despeinada y con la resaca tatuada en la cara. No iba a esperar para llamarla luego. Era la primera vez que la veía tan nerviosa… por otra persona. No por protegerse. Por cuidar.
—¿Hola? —Laia contestó con voz de recién despertada.
—¿Te han llamado? —soltó Dahlia sin saludar ni nada.
—¿Eh? ¿Quién? ¿Qué ha pasado? ¿Se ha muerto alguien?
—No, Laia. ¿Te han llamado? ¿De las audiciones?
—Ah. Sí. Me llamaron anoche. ¿Por qué? —respondió, ya un poco más espabilada.
—¿Y qué te han dicho?
Un silencio, un segundo dramático.
—¡Que me han cogido! —gritó al fin.
—¡A mí también!
—¡¿Qué?! ¡Dios, no me lo creo! ¿En serio?
—Sí. Se habían confundido de persona. Me dieron el resultado de otra.
—No jodas.
—Me dijeron que no había entrado.
—Que cabrones. Bueno, lo que importa es que has entrado.
—Que cabrones. Bueno, lo que importa es que has entrado.
—¿Tú sabes si han cogido a alguien más? —preguntó Dahlia.
—No. Solo sé que había tres plazas.
—¿Tú sabes quién es la tercera?
—Mientras no sea el Zanahorio todo bien.
Supuse que el “Zanahorio” era el chico pelirrojo del que tan curioso estaba. Pero no dije nada.
—Pues nada, nos tocará averiguarlo el lunes. ¡Pero qué fuerte, tía! ¡Vamos a la audición nacional!
—Ya, es surrealista.
—Y solo era una audición para la audición de verdad —añadió Laia, riendo—. Pero da igual, me vale. ¡Nos han cogido!
—Tengo que colgar —dijo Dahlia de repente—. Que solo quería saber si habías entrado y Miller ya se está rallando.
—¡Ah! ¡Que Alan está ahí! ¡Hola Alan!
—Hola —dije, intentando sonar normal.
—¿Y qué hace Alan en tu casa a las ocho de la mañana un sábado?
—Laia.
—¿Ha dormido contigo?
—Laia.
—Uyyyy.
—Laia que te calles.
—Vale, vale. Me voy a desayunar. Pero me tienes que contar.
Colgó el teléfono antes de que Dahlia pudiera matarla verbalmente.
Ella dejó el móvil a un lado, se frotó la cara con las manos y suspiró como si aún no se creyese lo que pasaba.
Creo que estaba empezando a comprender a Dahlia, a pesar de ser la persona más impredecible que he conocido nunca. Pero sabía que no era alguien a la que le gustasen los cambios, y últimamente estaba viviendo muchos.
—¿Estás bien?
—No sé. Ósea sí, pero, menudo follón.
—Bueno yo te dije que ibas a entrar, ¿o no te lo dije?
Me miró como si me fuese a matar pero tenía una sonrisa en su cara, podía volverme adicto a esa mirada, si no lo estaba haciendo ya.
No me había olvidado de lo de su padre. Llevaba dándole vueltas desde que me lo dijo, no había dormido casi pensando en ello, y en cómo ayudarla. No me podía creer como no se lo había podido decir a nadie, que lo estaba llevando todo sola. Me preguntaba cuantas más cosas estaba guardando por dentro y supe que quería saberlas todas. Pero no dije nada, todavía no al menos. Ya había pasado por muchas emociones las últimas doce horas. No quería sacar un tema tan fuerte y revolverlo todo de nuevo. Tampoco quería volver a mencionar el beso, que era lo que más pensamientos ocupaba en mi cabeza. No sabía de sí de haber estado sobria habría pasado, de si querrìa volver a hacerlo o fue algo de momento, ojalá la primera opción. Pero tampoco saqué ese tema. El teléfono nos había interrumpido nada más confesarle que me gustaba y no sabía cómo retomar esa conversación, ni si quería retomarla.
—¿Dónde tienes una cafetera? Que voy haciendo un café para revivirte y mientras te lavas la cara, ¿vale?
—Está en el cajón rojo de la cocina, cuidado que está roto.
—Oído cocina—dije divertido y moví todos mis miles de pensamientos y dudas conmigo a su cocina.
Todo parecía más recogido que la primera vez que estuve, supongo que por el hecho de que su padre no hubiese estado aquí. Cada cosa que descubría sobre ella me rompía más el corazón, pero quería saber más.