Es una tradición que los Snognis suelan vestir con ropa negra, siempre suele ser negro y blanco, dependiendo la función o rango que se tenga el color blanco puede ser reemplazado por otro y siempre si se sirve a una casa noble se lleva la insignia de esta. Solo que en esta ocasión Aila no cumplía con eso, lo único casi negro que tenía era su cabello castaño oscuro; tampoco era una obligación que lo cumpliera porque no estaba de servicio, sino que en su casa.
Como se trataba de una Snognis, capaz de manipular la nieve mágica, su posición y trabajos no eran nada malos. Podía costearse una buena casa de madera y piedra de dos pisos en el centro de la ciudad, y podía darse uno que otro lujo aunque ya no solía hacerlo porque logró encontrar un encantador novio que era su nuevo lujo. Ahora esa parte de su dinero iba para regalos para su novio.
Solo que este joven afortunado no se trataba de quien le entregó su Chispa para que ella pudiera usar magia, ese había sido su amigo y vecino de la infancia. Pero ya no se hablaban o veían desde hace ciclos.
Ella se encontraba de pie en frente de un librero acomodando unas de las colecciones de libros de su novio, a él le encantaban los libros ya sea leerlos o escribirlos y ella siempre que podía le regalaba uno. Aila tuvo que dejar de pensar en él cuando escuchó algo, el sonido del agua en la pava hirviendo, así que se apresuró en ir a la cocina. No tenía puesto nada en sus pies ya que la alfombra blanca que cubría el suelo era suave y calentita.
Una vez en la otra habitación tomó unos guantes y sacó la pava del fuego, de un cajón de madera también sacó un juego de tazas de porcelana que combinaba con sus uñas celestes (esa era la razón por las que las compró en un principio). En una bandeja además colocó un tarro de miel con una cuchara y llevó todo a la mesa del living.
Se sentó cómoda y relajada para preparar la infusión de flores en la casa, luego del agua caliente puso algo de miel para endulzarlo y quedó todo listo. –Qué suerte que no me pidieron trabajar en el baile –se dijo aliviada, así había conseguido este soplo libre. Quizás de niña le hubiera interesado más, pero una vez que fue creciendo le dejaron de llamar la atención esas cosas, aunque eso no restaba la felicidad de que su novio sí haya sido invitado–. Espero que Lerirel no se aburra allí.
Para su sorpresa pudo confirmar rápido aquella duda. Antes de que pudiera llegar a dar el primer sorbo la puerta de entrada se abrió de golpe, y se trataba de justamente la persona en quien andaba pensando, eso le provocó un escalofrió en el cuerpo ya que sentía como si lo hubiera invocado.
Eso es algo que a toda pareja le gustaría, poder invocar a su amado cuando lo quisiera para que pudieran estar juntos. Aunque es posible que se la pensara dos veces si es que su amado aparecería siempre con una cara de preocupación y angustia como la que su novio tenía ahora, como llevaban un par de ciclos saliendo él ya tenía las llaves de su casa y viceversa, pero en ese par de ciclos algo que Aila aprendió fue que su novio siempre está tranquilo: furia, frustración, enojo, eran emociones que simplemente no quedaban con él. Ella nunca lo vio experimentarlas y menos dejarse dominar por ellas, debido a eso es que verlo así ahora le provocó un sobresalto.
–Querido –dijo dejando lo que hacía para ponerse de pie–. ¿Te encuentras bien? ¿Ocurrió algo? ¿Pasó algo con el baile?
El pecho de su amado se inflaba y desinflaba demasiado rápido, sus ojos estaban perdidos y tenía una mano en la cabeza mientras se apoyaba en la puerta. Fue cuando él vio a Aila que se recompuso, no podía darse el lujo de perder tiempo ahora; ella caminó hacia él, pero Lerirel sintió que lo hacía muy despacio así que completo los pasos que faltaban, ambos se reunieron en medio de la sala y se abrazaron con fuerza.
–Me regresé del baile a medio camino –contestó el novio pensando bien cada palabra que diría.
Ninguno quiso separarse de ese abrazo, pero ella si levantó la cabeza para poder mirarlo a los ojos. –Espero que el Duque Snolned no se enoje por eso.
–Soy solo su escriba y profesor de su hijo, tampoco le haría tanta falta en el baile.
Ahora que Aila sentía la situación algo más relajada tomó la mano de su novio para guiarlo hasta la mesa donde ella estaba sentada. No obstante, él, que siempre se deja guiar por ella como los dioses de los vientos guían el destino, esta vez se mantuvo inamovible en su lugar. Lo que le pareció muy extraño a ella. –Amor ¿Qué te pasa? ¿Quieres contarme?
–La razón por la que vine, por lo que decidí regresarme. –Su mirada parecía perderse por momentos–. Fue por ti.
–Ay querido que dulce, pero solo iba a estar aquí. No iré a ningún lado.
–Ese es el problema –le contestó él agarrándole con mayor fuerza la mano–. Por favor, necesito que confíes en mí ahora. Toma lo que te resulte más indispensable y vete de la ciudad ahora mismo.
Esa frase la descolocó tanto como encontrar dos copos de nieve idénticos en la misma nevada. –¿Esto es una especie de broma? –preguntó forzando una risa, pero no, su novio no suele hacer bromas y menos sería capaz de regresar a medio viaje de un baile muy importante de la nobleza solo para eso.
Sin duda Aila sabía que hoy su novio estaba actuando raro, ni siquiera podía mantener fija la mirada más de unos segundos. Al escuchar su pregunta él levantó los ojos hasta la ventana que daba para el exterior, entonces ella le pasó la mano por un costado del rostro para recuperar su atención. –Yo… yo no debo intervenir –dijo a duras penas obligándose a volver a ver a su pareja.
–¿A qué te refieres?
Lerirel volvió a despegar su mirada para ver a la ventana y ya preocupada Aila hizo lo mismo, se giró un momento para intentar ver que era lo que parecía acosar tanto a su novio, que le generaba tanta preocupación como para no poder verla. Del otro lado de la ventana no se encontró nada, solo la ciudad normal y cotidiana como siempre.