Canticos del Viento y el Ocaso

Capítulo 11: Cambio de Estación, Cambio de Vida

“El Kvallvig es la estación instaurada por los Vindivus, la Luna eterna, es el recordatorio y lamento de ellos hacia el mundo y sus habitantes por el sacrificio del creador. Por lo tanto, es la estación en donde más cuidado hay que tener, porque muchos males aprovechan para desatarse y salir…”

Fragmento de:

Canticos del Viento y el Ocaso.

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Las Corrientes del Mundo iban cambiando la brisa diurna por la nocturna. El noble estaba estrenando la ropa que se compró hace un rato, tenía unos pantalones marrones y una remera azul larga que le llegaba hasta las rodillas, un cinturón de cuero en la cintura y las mangas largas dobladas hasta los codos. No había nada mejor que la ropa nueva, se sentía como una ventisca renovadora ingresando al cuerpo, al estar sin usar parecía dar más estatus y que uno se sintiera más elegante.

A Hakon le hubiera encantado compartir ese sentimiento con sus padres, más porque era la primera vez que usaba ropa de campesino y se preguntaba qué dirían ellos al respecto. Lamentablemente se tenía que limitar a meter una mano en los bolsillos para sentir el calor residual de ellos en sus anillos, tampoco era algo que pudiera compartir con Kari porque no sentía la confianza suficiente, además que en teoría tenía un voto de silencio y no podía hablarle. Cosa que el campesino parecía disfrutar al hacerle preguntas con la intención de recibir una respuesta y reírse al no obtenerla.

De todas formas eso no era lo que más le dolía al noble, aunque su pesar más grande también podía atribuírsele a la falta de sus padres. Solo que esta vez sería presenciar el cambio de Dagvig a Dagligt por primera vez sin ellos, estaba en la plaza central del pueblo y todos los demás pueblerinos se encontraban allí presentes, eso incluía a Kari, la anciana e incluso Magnus a un lado del campesino. Solo que a diferencia de ellos, él estaba sentado sobre una gran roca para poder ver todo sin problemas, ya que no podía mantenerse parado por mucho tiempo.

En otras rocas más pequeñas y talladas como asientos públicos había otros niños y mujeres sentadas, todos alegres y rodeados de sus familiares para compartir este momento. Los veleros iban por los caminos encendiendo con su fuego las velas de las lámparas, preparándose todos para el gran momento.

Podía sentirse a Dsoderus en el ambiente, preparando la transformación y el cambio. Cada uno de los presentes llenándose de expectación y alegría, todos menos él, que se había quedado solo en un mar de gente. Al menos Hakon tenía lo que sería una buena vista ¿eso serviría de algo acaso? Sus ojos grises se elevaron al cielo para presenciar por última vez el aro de luz que coronaba el horizonte, con sus distintivos y brillantes colores naranja y amarillo que parecía extenderse por las montañas y rodearlo todo. Según su religión eso era el testimonio de la muerte de su dios más alto, cuyo sacrificio permitió la creación de todos.

La mirada del noble se volvió cristalina como el agua a punto de congelarse, en su mente no paraba de pensar como habría sido todo si nunca hubiera ocurrido ese ataque de los Jotuns. El baile hubiera salido perfecto, habrían regresado a casa luego y todos los soplos siguientes serian para reunirse con cada familia noble de la ciudad. En sus tiempos libros podría leer, ver a patinadores sobre hielo, escuchar las charlas y anécdotas de sus padres.

¿Y ahora que le quedaba de todo eso? El anillo anaranjado que rodea el cielo, que presenció todo ese terror, estaba por desvanecerse. Además del noble, el único testimonio serían los dos anillos en su bolsillo, todo lo demás se desvanecería, quedando solamente como ecos y susurros, sus Lufts unidos a las Corrientes del Mundo.

Cuando comenzó a ocurrir el noble pudo ver como todos se acercaron más a sus familias, el gran lobo se frotó en los pies de Kari, a su vez este rodeó a la anciana con un brazo por detrás y unieron sus cabezas. Hakon estaba detrás de ellos, limitado a ser un espectador, cuando entonces sintió algo. Una mano de la anciana se acercó para agarrar una de sus rodillas y apretarla con cariño.

En el centro de todo el evento se armó un escenario de madera, sobre este estaba el Barón del pueblo y su familia. El noble de la clase más baja supo cuando era el momento adecuado, al notar que el sol dejó de dar vueltas en círculos para proceder a esconderse por el horizonte se puso de pie. Aquel majestuoso aro del ocaso perpetuo, protector de esas tierras nevadas, se desarmó de repente tal cual como dos brazos que acaban un abrazo para retroceder.

Al poco tiempo el sol terminó de ocultarse detrás de las montañas, y fue la primera vez en decenas de soplos que la oscuridad regresó. La brisa nocturna volvió a ser oscura y más fría que las otras, las velas cumplieron su trabajo a la perfección siendo los reemplazos en miniatura del sol. Entonces, el rostro azulado de la luna fue asomándose para deleitar a todos con su presencia una vez más.

–¡Ahora! –gritó el Barón del pueblo. Todos los Snognis alrededor del escenario levantaron sus brazos al unísono, la majestuosa nieve dorada salió disparada en chorros hasta lo más alto del cielo.

Hakon no pudo contenerse y empezó a llorar y lamentarse, nadie se percató o lo escuchó. Todos estaban centrados en apreciar los pilares de brillo amarillo elevándose hasta el cielo, gritando de la alegría. Una vez en su punto más alto los Snognis abrieron sus puños cerrados y cada pilar de nieve dorada se acumuló en puntos parecidos a estrellas, al mismo instante estos explotaron en todas direcciones creando una vista fascinante en el cielo oscuro. Todos se regodearon, todos menos uno.

Felices y contentos cada uno de los pueblerinos rodeados de sus familias se marcharon a sus casas una vez que el evento terminó, el noble se apresuró en limpiarse las lágrimas para que nadie lo viera, seguido tomó el bastón que reposaba a un lado y lo usó para apoyarse mientras bajaba de la roca. El campesino se separó de la anciana y se giraron para poder verlo. –¿Qué te pareció? –preguntó ella.




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