“Para que la nieve obedezca son muy importantes dos cosas: la imagen mental de lo que uno quiere hacer con ella y la guía de las manos y brazos. Al empezar muchos novatos suelen decir lo que quieren hacer en voz alta para tener una mejor imagen mental.”
Fragmento de: Resplandor Dorado,
Arte de la Nieve y el Viento.
Por: Lene Ahmed.
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El viento tiraba para atrás su cabello, por suerte lo tenía corto porque si no se le enredaría mucho y peinarlo la estresaría bastante. Después de tantos ciclos cumpliendo su labor se dio cuenta que las cosas mundanas la estresaban un poco, lograban sacarla de quicio muy rápido, más de lo que deberían. De todas formas eso es algo que intentaba controlar, mantener a raya sus impulsos, y parcialmente lograba hacerlo como ahora.
Con las piernas y los brazos cruzados Foran estaba sentada sobre una densa nube rosada y brillante, esta volaba por los aires muy por encima de las casas, los árboles; más comparable a las alturas de las montañas. Ella sabía que ese tipo de cosas le molestaban a los Marqueses, ellos tan centrados y devotos a su tarea de mantener la religión; decían que la altura de los cielos que ella y su grupo de Ventiscas Doradas alcanzaban eran territorio solo de los Vindivus y pasearse por allí podría ofenderlos.
Claro que la capitana ni se molestaba en responderles y aunque les molestara tampoco era como si fueran a hacer algo al respecto, no cedió ante estupideces de los nobles en la era del Imperio Stornelgang y menos lo haría ahora en su estado más decadente. Tampoco es que lo hiciera para molestarlos, pero transportarse en nubes era muchísimo más rápido que corriendo o a caballo; y cuando el trabajo de uno es salvar y proteger personas entonces llegar lo antes posible se vuelve una prioridad.
Acabando con su momento de meditación ella abrió los ojos, lo primero que la recibió fue un despejado cielo celeste con el sol levantándose por detrás de las montañas. Ella adoraba el viento de la brisa vespertina en su rostro, era tan frio y despertador. Lo segundo con lo que se topó fue una enorme y magnifica ciudad, sin duda la más grande todas en la región de Offrasolned. Y también la única gobernada por una realeza y donde los nobles tenían un papel mucho más de segundo plano.
Un grueso y enorme muro de piedra bordeaba toda la ciudad, sus uniones manchadas del blanco puro de la nieve al igual que su cima. Foran esforzó un poco su vista y pudo notar a los guardias fronterizos, algunos caminaban por el muro y otros entraban y salían de las altas torres de vigilancia que acababan en techos puntiagudos <Deben estar haciendo el cambio de turno> pensó ya que había más personas de las habituales.
Desde su altura casi se veían como simples puntos negros, pequeñas hormigas, apenas pudo notar como algunas alzaban los brazos para saludarla y a la par se enteraban de su regreso a la ciudad. Ella iba a pasar por alto eso hasta que notó a alguien, no logró distinguir específicamente de quien se trataba pero la nube amarilla y resplandeciente que la rodeaba le permitió saber que era alguien de su grupo, quien estaba encargada de supervisar a toda la guardia el soplo de hoy. Como notó que la miembro de las Ventiscas Doradas también saludaba entonces le devolvió el gusto, se asomó a un borde de su nube para saludarla también.
Podría parecer una tontería y en cierta forma Foran pensaba que lo era, solo que con el paso de las décadas notó que tonterías así servían para subir la moral de su equipo y eso sí era importante. Así que podía forzarse un poco a hacer cosas como esas, ser amigable, hace mucho su trabajo le arrebató la capacidad de serlo por naturaleza. Pero estar rodeada de las personas correctas la ayudaban a recordarlo.
Su nube terminó de sobrevolar el muro e ingresó a la ciudad. Del otro lado uno podía encontrarse con una enorme y organizada urbe poblada, algo de lo poco que ella pudo salvar luego de la caída del Imperio Stornelgang, no era algo que pudiera compararse con la de antes pero si llegaba a asemejarse un poco. La gran mayoría de los edificios eran de piedra, en especial los más altos y siempre acababan en puntas cónicas y afiladas; luego seguían las casas, pocas eran pequeñas y de un piso y podían distinguirse por sus techos triangulares y cubiertos de blanco por la nieve.
La cantidad de personas empezaban a aumentar en las calles, todas empedradas y bien iluminadas. Cuando la altura de su nube bajaba ella podía oír los sonidos de las carretas tiradas por renos, y los murmullos de las personas. También podía sentir la alegría de las personas que lograban verla pasar, era lo que representaba como líder de las Ventiscas Doradas y lo que intentaba mantener.
Su destino era, como no podía ser, el enorme castillo en el centro de la ciudad. Tenía una versión en miniatura del muro exterior rodeándolo y protegiéndolo, con grandes jardines verdes y blancos y varias fuentes excéntricas. Foran iba a ir allí cuando se encontró con algo, del castillo salieron otras nubes amarillas y brillantes <Que bien, están saliendo a hacer el paseo de vigilancia> cada nube salió del castillo siguiendo un punto cardinal diferente, eran ocho en total y la miembro del grupo de la que más cerca iba a pasar se desvió un poco de su trayectoria para hablarle.
Ambas detuvieron sus nubes cuando estuvieron cerca de la otra. –Capitana, es un placer verla de regreso. Su misión en Gausva debe haber salido bien.
–Cristalino como escarcha –contestó–. Ahora solo me falta informarle a Astrid sobre lo sucedido y que sus escribas lo registren.
La joven reaccionó con asombró al escuchar el nombre del príncipe. –Si a quien busca es a su Alba Alteza entonces el castillo es el lugar erróneo. Me enteré que bien temprano salió con su guardia para ver el partido de glida de hoy.