“… Bautizado como Lattfisk. Recibió el resplandor de los cuatro vientos divinos en sus escamas, reflejaba las Corrientes del Mundo en su actuar…”
Fragmento de:
Canticos del Viento y el Ocaso.
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Hakon estaba muy emocionado de poder salir, de poder disfrutar algo después de tanto tiempo. Igual al ser un noble fue criado como tal, le enseñaron a reconocer las necesidades de un pueblo y sabe que el campesino no está muy conforme con esto. Además de divertirse tenía que hacer todo lo posible para que pescaran mucho hoy, tal vez no supiera como pescar pero tenía un haz bajo la manga.
El viento frio pertenecía a la brisa vespertina todavía, solo que no lo seria por mucho tiempo. Esforzándose para caminar sin su bastón había decidido salir de la casa, la nieve blanca que lo abraza todo es pura y suave, pero Hakon conoció un lado macabro de ella cuando se volvía dura al intentar pisarla con su pierna lastimada y le provocaba mucho dolor.
A diferencia de hace muchos soplos ahora el dolor se redujo diez veces, podía colocar ambos pies en la tierra y apenas sentir un pinchazo. Aunque para eso debía mantener un paso suave y lento, como lo hizo justo ahora para salir. Caminó como si fuera la anciana, desde la puerta de la casa hasta los primeros árboles que le dan paso al bosque nevado; entre sus manos cargaba con algo.
Desde el marco de la puerta el alvinter se encontraba apoyado y con los brazos cruzados, su cabello plateado hasta el pecho estaba algo despeinado y tenía una expresión molesta en el rostro. –¿Otra vez vas a buscar a Magnus? No te recomendaría molestarlo cuando sale, por tu bien.
Ese no era el caso, Hakon había comprendido eso y en parte dejó de intentar curiosear luego de cruzarse con esa extraña silueta de una persona, pero en teoría no debería haber nadie. Ahora sentía un fuego extraño en el bosque nevado cuando iba, quería obligarse a pensar que fue solo su imaginación y rogaba que en serio fuera el caso. Más porque no le comentó al campesino sobre eso, tampoco estaba seguro de que fuera a creerle.
–No es eso –dijo feliz el noble. Una vez que llegó al árbol más cercano usó una de sus manos para tantear una rama a su altura, luego de verla apta colocó lo que traía. Se trataba de un cuenco pequeño y con leche tibia dentro, lo dejó en perfecto equilibrio en la unión entre el tronco y una rama, a los Vindivus les costaría un poco tirarlo y si lo lograban por suerte la nieve del suelo evitaría que se rompiera.
–¿Y entonces que es lo que haces? –Ante la pregunta Hakon podía sentir algo, un calor que ocultaba a otro. Tal vez el Elfo Invernal ocultaba su curiosidad bajo un calor más molesto.
En vez de responder el noble se hizo para un costado con cuidado, se agarró de otra rama para no caerse y le mostró a su compañero lo que hacía. Este último no entendió muy bien lo que se suponía que era. –Desperdiciar nuestra leche.
–No es eso en realidad –corrigió el noble. Con paso lento y rengo se acercó de regreso a la casa a la par que explicaba–. Es una señal de abundancia, de prosperidad. Dejar un platillo de leche sobre las ramas de un árbol es una ofrenda, unos pequeñitos seres se lo beberán y a cambio nos ayudarán. En este caso a pescar mucho, lo leí en un libro.
Eso último hizo que el alvinter soltara un suspiro. –Clásico de los nobles, crearse supersticiones tontas y más sencillas en vez de hacer el duro trabajo real. –Se separó del marco de la puerta para girar y entrar en la casa–. Deja de tontear y ven a ayudarme a preparar todo, cuando regrese Magnus nos vamos.
Las mejillas de Hakon se sonrojaron de la vergüenza y las marcas de copos de nieve brillaron de blanco. –No son supersticiones tontas. Las investigaciones mostraron que la costumbre viene de hace más de quinientos ciclos, cuando aún estaba el Imperio Stornelgang –intentó justificar el noble siguiendo por detrás, aunque no llegó a alcanzarlo.
El campesino solo ignoró esos argumentos. –No voy a tomar en cuenta algo de hace más de quinientos ciclos.
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El sol resplandecía en un cielo despejado, a lo lejos había majestuosas montañas que se elevaban con los picos cubiertos de una blancura inmaculada. Hace varios soplos allí podría haberse visto coronado el aro naranja y amarillo que se forma en el cielo, pero la estación de Sol Eterno ya había terminado.
Un gigantesco lago con forma cuasi circular llegaba hasta la base de las montañas, pero ahora las dos personas y un gran lobo se encontraban en la punta opuesta, aquella en la cual se desplegaba un bosque vestido de blanco, cada rama sosteniendo con silencio el peso de la nieve recién caída.
La superficie del lago se encontraba congelada, el hielo imperturbable reflejaba los destellos de las personas que llegaban a trabajar en él. El alvinter sacó una de las hachas de mano de su espalda, pisó con fuerza en diferentes zonas del hielo hasta que encontró la adecuada. Se arrodilló sobre él y clavó la herramienta, de a poco fue creando un círculo que al final separó del resto del hielo y dejó un hueco al agua fría.
–Se nota que no es la primera vez que lo hace –comentó Hakon al verlo trabajar sorprendido. A su lado el lobo lo ignoró, incluso él podría jurar que lo escuchó soltar un bufido, y en vez de responderle se acercó al campesino para ayudarlo como si ya conociera el trabajo.
El noble se quedó atrás y también fue, porque antes de poder darse el gusto primero tenía que ayudar. Magnus dejó al lado del campesino una cesta vacía, seria donde colocarían el pescado. A Hakon le costó un poco más ir porque aún se apoyaba en el bastón y el hielo era algo resbaladizo, tenía que dar pasos todavía más lentos y firmes, aunque las botas que usaban ahora estaban diseñadas para el hielo.
Una vez que llegó decidió sentarse al lado del alvinter, este lo ignoró para sacar una caña de su propia mochila, al terminar observó al humano de cabello rubio ceniza. Sin necesidad de que el viento transmitiera las palabras Hakon supo que hacer, de su propia mochila sacó una bolsita con algo de comida dentro; el campesino sacó un poco y la tiró dentro del círculo con agua. –Es para ir atrayendo a los peces –explicó al notar la profunda confusión del humano.