Canticos del Viento y el Ocaso

Capítulo 18: Tempestad

“Para bien o para mal, el Luft de aquellas personas malvadas en vida también se une a las Corrientes del Mundo…”

Fragmento de:

Canticos del Viento y el Ocaso.

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El cantico del soplo de hoy era algo disonante incluso más nublado que la última vez, pero ninguno de los que estaban en el lago congelado en ese momento le prestaban atención. Hakon estaba más concentrado en la desilusión que lo atormentaba, ahora era él quien estaba sentado frente al hoyo de agua oscura. Acostado sobre sus propias rodillas y realizando los movimientos que el campesino le enseñó para atraer a los peces de abajo, solo que nada de eso parecía funcionar.

La frustración se volvía el calor que inundaba todo su cuerpo, dejó de mover la caña para liberar un suspiro. –¿Pero porque no pican? –se quejó para sí mismo. Volteando la cabeza a un costado estaba la cesta, solo había tres peces adentro: 2 blancos con manchas negras y 1 con los colores del ocaso–. Kari lo hace ver tan fácil.

Hablando de la nieve se concentró en el alvinter, estaba a varios metros de distancia mejorando sus técnicas de patinaje. Ya sabía deslizarse por su cuenta en el hielo, quizás no tan rápido ni con tanta maestría pero al noble le encantaba ver el progreso de los nuevos. Él intentaba dar aunque sea una vuelta en el aire, pero para eso primero tenía que poder saltar y volver a caer en pie. Hasta el momento cada uno de sus intentos había terminado igual, con su cuerpo impactando en el duro hielo; y cada vez que eso ocurría el gran lobo que corría a su lado iba a socorrerlo y lamerlo.

–Estamos en la misma, así que será cuestión de práctica y más práctica. –En momentos como estos es en lo que se arrepentía de no prestarle tanta atención a Kari mientras pescaba, era muy probable que él usara alguna técnica de la que no le contó y esperaba que la descubriera por su cuenta; al igual que hacían sus profesores. Solo que también le daban las vibras de que esa no era su forma de enseñar.

Pero había otra razón para su frustración interna <Cada vez estoy más cerca de reunir todo el dinero que me hace falta> recordó la gran bolsa de cuero que está debajo de su “cama” y la última vez que contó todas las monedas que iba reuniendo. Para ganar dinero ayudaba al campesino, luego este iba al mercado a vender lo que conseguían y le entregaba un 30 o 40 por ciento de las ganancias. <Mientras más pescados consigamos más dinero tendré> era un cálculo básico, pero aun así el noble sentía como si los peces le huyeran.

Se terminó distrayendo de sus pensamientos porque una gran ventisca de aire helado golpeó su cabeza de costado, sus mechones de cabello rubio ceniza salieron disparados, levantados por el viento. Fue tan fuerte la ráfaga que el noble se preocupó, se llevó una mano a la altura de las cejas para protegerse de posibles cosas que el viento arrastrara consigo y observó a Kari. El Elfo Invernal había dejado de patinar y ahora venía rápidamente hacia él con una expresión de preocupación, a su lado Magnus corrían con un rostro similar pero en versión canina.

La fuerte ventisca había comenzado y no parecía tener intensiones de detenerse, Hakon levantó sus ojos hasta el cielo y los dos tenían el mismo color, un gris profundo. Solo que ese color en el cielo no podía significar nada bueno. –Una tormenta de nieve –se dijo para sí mismo. Sacó la caña del agua y la dejó a un lado, se apresuró en guardar las cosas para preparar el té. Habían sacado todo pero todavía no habían prendido el fuego, aunque este fuerte viento de seguro lo habría apagado.

–Lo siento, apenas logré pescar algo –informó apenado el noble cuando llegó su compañero.

Este le restó importancia, se lo escuchaba muy acelerado, de una forma en la que el noble no lo había escuchado antes. –Eso no interesa ahora, tenemos que apurarnos e irnos. No me parece que este clima vaya a calmarse.

Aun intentando proteger su vista del fuerte viento Hakon se puso a guardar las cosas en su mochila, Kari le daba la espalda al clima por lo que no debía preocuparse por eso: uno guardó las piedras para la fogata, otro las maderas secas, el primero la pava, el segundo las hierbas energéticas. Y por último la caña y los patines. Magnus tomó la cesta con los pescados en su boca.

La situación fue como si los Vindivus se hubieran apiadado de ellos, como si les hubieran regalado algo de ventaja porque son misericordiosos. Pero una vez que terminaron de guardar todo el clima empeoró todavía más, los fuertes vientos que provenían del otro lado de las montañas aumentaron su intensidad en un triple: las ropas y cabellos quedaron levantadas en dirección de donde viajaban los vientos.

No obstante, eso no fue lo único, consigo los vientos trajeron enormes nubarrones. El cielo celeste se vio bloqueado y la luz del sol apaciguada, provocando que por un momento se perdieran de vista uno al otro. –¡Kari! ¡Kari! –gritaba el noble. Su calor se concentraba en la Chispa interna y esta ardía con más fuerza, más preocupación y desesperación.

A sus palabras, a sus gritos, se los llevaba el viento. Y con el campesino ocurrió lo mismo. –¡Hakon! ¡¿Dónde estás?! –Los dos sintieron un gran terror, no querían alejarse de sus lugares para no separarse y perderse. Solo que ahora todo estaba tan oscuro que ni podían verse ¿Qué eran lo que deberían hacer? El campesino tendría una idea, el noble estaría asustado y confundido; y uno no podía ayudar al otro sin ser capaces de verse y oírse.

Fue entonces que ocurrió algo inesperado, impensado por ellos. La luz regresó, la suficiente y con la potencia necesaria para poder divisarse entre sí; solo que no venía del cielo nublado sino de debajo de sus pies, en las profundidades del hielo. Ambos chocaron otra vez sus miradas, para su suerte estaban muy cerca y a los pocos pasos quedaron juntos.




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