Gritan.
Almas en lamento que suenan por todo el lugar, gritos ahogados que se derraman sin sonido.
Este lugar, más oscuro que el infierno, y más hermoso que el cielo.
Habitamos juntos en esta ruina encantada, dónde cada alma suplica y nadie se compadece.
Dónde todos quieren una vida pero desean ya no tenerla más.
El cielo está nublado. Todos corren por el castillo abriendo puertas con desesperación, que al cruzarlas, caen en un abismo sin fin. Por qué solo buscan una salida, sin conocer su camino.
Gritan.
Gritan desesperados por qué están atrapados. Gritan y ríen, por qué a veces, vivir en la ignorancia es más dulce que mirar de frente la cruel realidad.
Lloran.
Lloran todos sentados en la misma mesa, iluminados por las mismas velas, vestidos de la misma tela. Y aún así, son extraños que prefieren morir antes que dar un abrazo que de vida.
Y callan.
Callan por qué las palabras se convierten en conjuros capaces de despertar los fantasmas de los muros y arrastrarlos a un dolor sin fin que nadie se atreve a mirar de frente.
Sangran.
Sangran como se sangra un alma herida, sin que nadie alrededor limpie sus heridas por miedo a mancharse también.
Los balcones llenos de personas que se quedan quietas mientras miran más allá del bosque, por qué mirar dentro de ellos mismo es más aterrador.
Nadie dice una sola palabra, pero hablan consigo mismo sobre los otros.
Y cuando escuchan un grito cerca, todos se alejan si compasión.
Corren. Corren lejos cuando las puertas se abren...
“¿Lo ves?”. Se acerca ella “¿Puedes verlo? Siguen corriendo hasta sentirse libres. Sin darse cuenta de que quien realmente los mantiene atrapados son ellos mismo.”
Se han perdido en el bosque, han muerto en vida, y siguen sin entenderlo. Siguen sin sentirse libres.
Editado: 07.08.2025