La muerte conversó conmigo.
Pensaba que no me amaba lo suficiente por no llevarme con ella.
Con el tiempo se ha convertido en mi mejor amiga.
Dice que me necesita aquí. Dice que algún día danzare con ella. Que mis pies dejarán de tocar el suelo, que iluminare las estrellas.
“No temas”, me ha dicho. “Porque aunque la vida misma sea más oscura que el infierno, bailaré contigo... Lento. Tomaré tu mano y, al fin, te daré un abrazo que no duela. Yo esperaré tranquila, fumando un cigarro, hasta que llegue el día.
Brindarás conmigo una copa de vino y celebraremos juntas el que hayas resistido tanto sin mi.”
La muerte dice que es necesario, que debo vivir cada segundo, porque ella siempre estará ahí... esperando.
Me estará cuidando.
Dice que siempre ha estado conmigo. Que puedo confiar en ella.
Es la única testigo de cuánto he vivido, cuánto perdí, y cuánto de ese tiempo fue realmente mío.
Un día, tomará lo que soy: mi cuerpo, mi alma, mi historia.
Lo guardará en la memoria de quienes me amaron en vida, como quien guarda cartas viejas bajo llave, y un tesoro valioso bajo tierra.
“Te he protegido desde tu primer aliento”, susurró. “Y cuando tu alma esté llena de recuerdos,
Cuando tu corazón haya conocido tanto amor como dolor ha soportado,
Cuando el tiempo y las almas que tocaste comprendan la fortuna de haber coincidido contigo en esta misma vida,
Cuando la tormenta de tu corazón haya sido vencida por la calma de tu alma... Solo entonces, serás completamente mía.”
Ahora sé, con profunda seguridad, que la muerte nos ama tanto, que espera por nosotros toda una vida para estar con ella.
Editado: 07.08.2025